El síndrome del hombre invisible

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Soy un hombre invisible. Obtuve mis poderes al quedarme sin trabajo, lo que progresivamente

llevó a quedarme sin casa, lo que consecuentemente a perder a mi mujer e inevitablemente a per-

der a los que creía mis amigos de verdad. No soy el único que se ha vuelto totalmente invisible. Ul-

timamente esta rara mutación afecta a mucha gente. Gente que podéis ver... Ah, no, claro: so-

mos invisibles... Pero bueno, a lo mejor si pusierais algo de empeño podíais echar por tierra nu-

estra invisibilidad y vernos tirados por los suelos a las puertas de las iglesias y supermercados,

mendigando algo que llevarse a la boca. Como la gente ya no nos ve, pues ni siquiera nos moles-

tamos en adecentarnos; por eso vamos siempre vestidos con harapos, sucios, despeinados y sin

afeitar. Cuando éramos visibles..., que tiempos aquellos, tenía sentido arreglarse un poco pero,

ahora no. Esto trae un gran malestar en la gente que pasa por nuestro lado, ya que el olor nausea-

bundo que despedimos si que no podemos ocultarlo. Por eso hay patrullas de recogida de resi-

duos urbanos humanos que envía nuestra poderosa y archienemiga sociedad para encerrarnos

en cárceles que a ella le gusta llamar albergues para indigentes. Esto suele ocurrir, generalmen-

te, para cuando se espera en la zona que regentamos la visita de algún dignatario importante de

otra parte del mundo o algo por el estilo. Es entonces cuando parece que molestamos y enton-

ces ocurre que algunas cámaras de televisión parecen molestarse en filmarnos y utilizarnos para

despertar la buena voluntad de las personas. Pero se ve que a través de las cámaras de televisión

tampoco se nos ve porque nadie hace nada para hacernos visibles. Mucha gente pensaría que

qué razón habría para ser visible cuando a todo el mundo le gustaría ser invisible para hacer lo

que le diera la gana: robar un banco, sin ir mas lejos. ¿Quien no lo haría en tales circunstancias?

pues nosotros no, mira por donde, porque somos pobres pero honrados... No todos, pero la ma-

yoría. En esos llamados albergues para indigentes nos dan comida que a veces nos tiran por

la ropa y por el cuerpo porque claro, seguimos siendo invisibles y la gente que trabaja allí tampo-

co te ve (aunque estoy empezando a pensar que en realidad no quieren vernos, pero no estoy

tampoco muy seguro, así que no voy a remover nada). Te lavan y te dan ropa limpia. Afeitarte ya

si que tienes que afeitarte tú, no vaya a ser que por un descuido algún empleado intente rebanarte

el pescuezo..., siempre sin querer, desde luego. Al fin y al cabo nadie quiere tener a nadie que sea

invisible por si te cuelas en los baños a mirar como se ducha la gente que piensa que tiene algo

que enseñar al mundo. Hay quienes están encantados con la idea de poder volver a hacerse me-

dio visible por medio de el lavado. Sueñan con que vuelven a estar como en sus casas e incluso

llegan a fantasear con volver a ser un miembro eficiente de la sociedad, pero en esos albergues

tampoco te tienen el tiempo suficiente como para facilitarte el reingreso a la malvada sociedad, que

lo único que parece querer es que le volvamos a ser útiles pagando nuestros impuestos por vivir;

porque a la hora de la verdad, en verdad, no se soluciona nada con esa medida que solo fomenta

el que haya mas albergues. Pensarlo bien por un momento, quizá no existiría gente invisible o ne-

cesitada de albergues sino los hubiera y viviésemos en un mundo en el que todos tienen igualdad

de oportunidades y nadie tiene más que otros, porque si no hay dinero, espacio o aire para todos

es porque algunos se llevan de más. Personalmente, a no ser que me den una solución realmen-

te realista, prefiero seguir siendo invisible, mas que nada porque siento vergüenza si por un casual

me volviese por un momento visible y alguien de mi vida pasada me reconociera y viese lo jodido

que estoy actualmente; es por esa razón por la que algunos preferimos seguir teniendo este mega-

poder que la propia sociedad nos ha dado. Es muy duro ver que alguno de tus compañeros de invi-

sibilidad (porque, eso si, nosotros si que nos vemos a nosotros mismos y a los que son como no-

sotros) mueren de frío en bancos y calles o que son atacados y prendidos fuegos por esbirros ado-

lescentes criados y educados por la nefasta sociedad, encargados de deshacerse de nosotros. Y lo

peor es que cuando la gente ve como ardemos ni siquiera se molestan en llamar a los bomberos o

apagarnos. ¿quién echaría de menos a alguien que no es visible?


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