EL FESTÍN (primera parte)

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Una nueva conquista es siempre motivo de celebración, sobre todo en el reino de Lord Raghmair, cuyo poderío solo era comparable con su mórbida obesidad.

La mayoría de los miembros de su corte superaban las cuatrocientas libras, pero el sobrepeso del rey se destacaba incluso entre aquellos robustos cuerpos.

El círculo del monarca era muy ansioso cuando de comer se trataba y, para que el apetito no los exasperara, debían ser entretenidos hasta el momento en que el banquete estuviese listo. Un conjunto de seis malabaristas entró al salón con fin de distraerlos; comenzaron a realizar una coreografía poco agraciada, y para contrarrestar la simpleza de sus movimientos, sacaron unas cintas de tela de todos los colores del arco iris y el espectáculo cobró vida.

Los delgados personajes no hacían más que unos leves movimientos de muñecas, siendo las cintas las protagonistas de la escena, pero aquello alcanzó para alegrar al rey y hacerlo aplaudir.

Las carnes que colgaban de los brazos del monarca se tambaleaban con cada aplauso, produciendo un movimiento continuo, casi hipnótico. Pero pasados unos minutos el espectáculo comenzó a perder su gracia y el desfile de artistas no podía detenerse.

Ingresó un séptimo animador: un titiritero. Su marioneta era una burda imitación del Conde de Breonth, hermano y enemigo de Lord Raghmair. Era común que los artistas se mofaran de los opositores del rey para agasajarlo. La marioneta exageraba las desgracias del rostro del noble y había sido adornada por numerosos cascabeles que lo hacían sonar como una hambrienta serpiente.

El monarca respiraba con dificultad en su trono mientras el sudor caía de su calva, recorriendo su rostro y desdibujándose en las arrugas de la sonrisa provocada por la burla hacia su hermano. Así eran todas las fiestas en el reino, un desfile de entretenimiento extravagante enviado para distraer el apetito insaciable del rey y de su corte hasta llegado el momento de la comida. Personajes de todas partes del mundo conocido y no conocido habían desfilado por el salón principal del palacio, llevando espectáculos únicos, bestias de las que jamás nadie en su reino había oído nombrar y hasta obras de teatro que siguen siendo conocidas en la actualidad; pero a pesar del entusiasmo que el soberano mostraba ante todas esas funciones, nada lo hacía reír tanto como la función más caricaturesca que jamás se vio en sus dominios: la de su pequeño y deformado bufón.

Tan sólo mirar al desdichado hombrecito le provocaba una risotada; jamás se aburría de verlo hacer el ridículo mientras él y sus invitados lo humillaban hasta el límite.

Al principio le exigía al bufón que se mostrara feliz, pero con el tiempo el rey disfrutó más el verlo afligido, ya que el hecho de someter a alguien a actuar más allá de sus deseos lo hacía sentirse aún más poderoso.

Como era costumbre, junto al trono estaba parado un misterioso sujeto cubierto por una oscura túnica de monje asceta. Era imposible de descifrar a simple vista a aquel individuo ya que, contrastando con la túnica, poseía unos brillantes anillos en cada uno de sus largos dedos. Ese enjuto personaje no era otro que Nenddir, el consejero real.

Nenddir el Sabio era conocido en todos los rincones del reino, no solo por su aspecto y por los numerosos rumores que circulaban alrededor de su persona, sino también por su voz, que además de evidenciar erudición en cada frase, era tan grave que nadie podía imitarla sin dañarse la garganta:

-Disculpe mi atrevimiento, su majestad, pero jamás he visto bufón más horrendo que el suyo.

Lord Raghmair quedó perplejo ante aquellas palabras; sucede que Nenddir jamás hacía comentarios que no fuesen de máxima importancia.

-¿Qué está diciendo, Nenddir? Ese es precisamente el físico ideal para un bufón. A mí me divierte mucho verlo caminar con sus múltiples deformaciones, ¿acaso a usted no?

No se trataba de una pregunta retórica, el rey realmente quería saber si al sabio le resultaba divertido el espectáculo; pero el humor de Nenddir era muy difícil de determinar, ya que su espesa barba negra disimulaba casi por completo las mínimas expresiones que realizaba al hablar.

-Es verdad, su excelencia, sus deformaciones corporales son jocosas; lo que no soporto es su rostro, que además de ser grotesco, revela un enorme rencor hacia usted.

Era cierto, el gesto del bufón se llenaba de odio ante las convulsiones de la enorme barriga del rey.

-Le recomiendo hacer algo al respecto, su majestad, los nobles no se sienten muy a gusto en territorios en donde los súbditos odian a su soberano.

El gobernante buscó la respuesta en los ojos de su consejero mientras éste levantaba una ceja señalando al Muro de la Deshonra. Se trataba de la pared del lado sur del salón principal del palacio que había sido cubierta por recuerdos de todas las regiones que el gran Lord Raghmair había visitado y sometido. Allí colgaban armas, armaduras y todo tipo de objetos que alguna vez habían sido símbolos de orgullo para los extranjeros.

El rey no comprendió el plan de su asesor pero, justo en el momento en el que se lo iba a preguntar, Nenddir sonrió a la vez que un rayo de luz se reflejó en su colmillo, y Lord Raghmair supo entonces qué hacer con su bufón:

-¡Oye, tú!, ¡esperpento! -le gritó- ¡Eres demasiado feo para esta corte, eres la vergüenza de este reino! ¡Cubre tu horrible rostro con una máscara para que tus facciones no ofendan la belleza de estas respetables damas!

El bufón caminó hacia el muro arrastrando su pie izquierdo, la única manera en que podía hacerlo. Al tomar unas de las máscaras, el rey vociferó nuevamente:

-¡Esa no, adefesio!, es demasiado preciada para mí, mucho más que tu propia vida. Ponte la que está a la izquierda: la máscara roja. Sé que es antiestética, pero será una gran mejora comparada a tu repulsiva imagen.

El semblante del bufón mostró un rictus de aversión como jamás había expresado; pero condenado a ocultarse tras la máscara, aquella sería la última vez que alguien notaría su disgusto.

 

 

Continúa en la segunda y última parte

http://www.cortorelatos.com/relato/16027/el-festn-segunda-y-ultima-parte/


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