EL FESTÍN (segunda y última parte)

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En ese momento los sirvientes entraron al salón principal con el banquete, llevando consigo miles de platos repletos de alimentos. Algunos sirvientes se encargaron de atestar la larga mesa de comida y bebida mientras otros, para no hacer esperar a los más honorables miembros de la corte, lanzaban bocados directamente en sus enormes bocas.

El bufón seguía bailando de manera ridícula mientras los invitados devoraban la cena, en algunos casos lo hacían sujetando trozos de comida con ambas manos, pero había algunos cuyos ademanes parecían no ser tan elegantes, por lo que preferían introducir sus hocicos de lleno en el plato.

-Disculpe que lo interrumpa nuevamente, su majestad -dijo Nenddir-, pero la máscara del bufón parece incomodar a los comensales. Es demasiado seria, debería hacer algo al respecto.

El rey giró la cabeza hacia su consejero y, dos segundos después, también lo hizo su papada. Su boca contenía comida suficiente como para alimentar a una familia medieval tipo, pero a pesar de ello se las arregló para hacerse entender antes de terminar de tragar:

-¿Y qué podría hacer?, ¿le pido que se ponga otra más alegre?

Haciendo caso omiso a los trozos de carne que expulsaba el obeso monarca con cada palabra, el sabio se dirigió con la misma opacidad de siempre:

-Eso no será necesario, su excelencia; mejor sería hacerle alguna modificación a la que tiene puesta -dijo Nenddir.

El gobernante buscó la respuesta en los ojos de su consejero mientras éste levantaba una ceja señalando el recipiente de salsa.

El rey no comprendió el plan de su asesor pero, justo en el momento en el que se lo iba a preguntar, Nenddir sonrió a la vez que un rayo de luz se reflejó en su colmillo, y Lord Raghmair supo entonces qué hacer con su bufón:

-¡Oye, tú!, ¡esperpento! -gritó el rey escupiendo comida hacia todas partes- ¡Esa máscara es demasiado siniestra para esta fiesta, eres la indecencia de este reino! ¡Acércate, haremos algo al respecto!

El bufón caminó hacia el rey arrastrando su pie izquierdo, la única manera en que podía hacerlo.

El soberano arrancó una pata del pollo que tenía enfrente y la introdujo en el recipiente de salsa, luego se la pasó por la máscara al bufón, dibujándole una enorme sonrisa.

-Ahora si te ves alegre, adefesio -dijo el gobernante, quien también tenía dibujada una sonrisa de salsa.

Risas socarronas rodearon al bufón. Un aliento a comida entre muelas calentaba sus oídos mientras los restos más ligeros de alimento volaban hacia él. En medio de aquel hostigamiento, los huecos de la bochornosa máscara revelaron unos ojos repletos de lágrimas.

Las manos del desdichado hombrecito comenzaron a temblar mientras su rostro oculto se desfiguraba de dolor, y finalmente estalló en un lastimoso alarido.

El pequeño hazmerreír tomó un cuchillo de la mesa y saltó por encima de ésta, cayendo justo sobre el monarca; luego, haciendo uso de todas sus fuerzas, le clavó la hoja hasta el mango en su voluminoso abdomen, abriéndolo de lado a lado.

-¡Guardias! -gritó Nenddir. Pero era demasiado tarde para el rey.

Los hombres sujetaron al regicida y lo llevaron al centro del salón para que todos contemplaran su vergüenza. El humillado personaje lloró fuera de sí a sabiendas del destino que él mismo se había escrito, pero Nenddir puso fin a sus agudos gritos al apuntarlo con la larga uña de su dedo índice:

-No perderé mi preciado tiempo contigo, esperpento. Suelo hacer que torturen a los traidores al reino antes de que se les corte la cabeza, pero los dioses ya te han castigado lo suficiente.

A la mañana siguiente decapitaron al bufón.

El reino entero estaba inquieto ante el enorme trono vacío, en especial el hermano del difunto: el Conde de Breonth, quien por llevar su misma sangre, era lo suficientemente voluminoso como para ocupar el preciado sillón.

Luego del funeral de Lord Raghmair, su viuda se encerró a llorar en la alcoba real y no quiso salir de allí por horas. La mujer cuya obesidad competía con la de su esposo, no lloraba tanto por amor como por el hecho de no saber qué hacer antes los inminentes cambios que se producirían a continuación de lo sucedido.

La princesa decidió entrar al cuarto a acompañar a su madre, mientras Nenddir observaba la situación oculto entre las sombras en un rincón del corredor.

Luego de esperar unos segundos entre las estatuas de antiguos héroes caídos, el sabio ingresó también a la habitación, y se dirigió a ellas con aquella voz que, de tan grave, nadie podía imitarla sin dañarse la garganta:

-Disculpe mi impertinencia, su majestad, pero el hermano de su esposo está ansioso por obtener la corona y debemos actuar rápidamente. Su matrimonio no ha sido bendecido con hijos varones; además, su delicioso retoño es muy joven aún.

Madre e hija quedaron perplejas mientras el asesor continuaba con su discurso:

-Lo que aquí se necesita es un hombre fiel y respetado que se case con la princesa, para que su familia pueda mantenerse en la cima del poder.

La gorda reina abrió la boca para dar su opinión pero, antes de que pudiera emitir sonido alguno, Nenddir sonrió a la vez que un rayo de luz se reflejó en su colmillo.

 

FIN

 


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