En tu casa

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Era una noche fría y demasiado oscura. La neblina llegaba practicamente al piso. Pero los tres sujetos avanzaban a pie, por la banqueta. La mujer iba entre ellos, que la abrazaban y protegían al mismo tiempo. Un viento agitó las ramas de los árboles y pequeños arbustos, presagiando la entrada de un ciclón o algo parecido. Pero el trio caminaba despacio, tratando de pasar inadvertido. Porque las calles, aunque a esas horas permanecían solitarias, eran patrulladas con cierta regularidad en esa zona residencial por la policía local. 

- ¿Vieron esas luces atrás de nosotros? - dijo el líder de la pequeña banda - Si nos detiene, que no lo creo, porque llevan una ruta predeterminada, déjenme hablar. Sólo si la cosa se complica, Estela tratará de seducirlos. 

Afortunadamente para ellos y tal como lo había previsto Edmundo, la patrulla giró hacia la izquierda al llegar a la esquina. Tal vez no alcanzó a verlos. Tal vez iban distraídos. Tal vez no le dieron importancia a unas personas que caminaban decentemente por la acera, alejándose de la zona residencial. 

Lo que no sabían los policías es que la estrategia de Edmundo y sus colegas era, precísamente, entrar a la zona residencial por la parte posterior, saltando desde una colina que se hallaba ad hoc para su fechoría. 

El frío ya calaba los huesos y los tres se frotaban las manos y las colocaban frente a sus bocas para darles calor. El viento arrancaba las débiles hojas de los árboles y las arrastraba por el camino. El vapor de sus exhalaciones se confundía con la neblina. El aire helado golpeaba sus entumecidos rostros que no alcanzaban a ser cubiertos por sus raquíticas prendas de vestir. 

En la colina se hallaba un árbol sin hojas, pero con una rama que sobresalía hacía el muro que rodeaba a la zona residencial. Javier, lanzó la cuerda hacia arriba tratando de alcanzarla. Cuando lo consiguíó, se esforzó por hacer un fuerte nudo de corbata. Luego se colgó de la cuerda para ver si resistía. Edmundo también se cercioró de esta maniobra. 

- ¿Se encuentran listos? - Les preguntó Edmundo - ¿Recuerdan lo que haremos al entrar? ¿No olvidan nada?

- Estoy listo - Respondió Javier y para confirmar al líder que recordaba todo continuó - Es la casa del fondo a la derecha. La que tiene flores amarillas en el jardín y el número 432 en la puerta...

- ¿Y por qué escogimos esa casa? - Interrumpió las explicaciones de su compañero

- Porque ahí vive un hombre que la mayor parte del tiempo, se encuentra solo. No tiene perro que nos ladre...

- Y porque en esa parte hay una escalera que nos permitirá saltar la barda para escapar - Respondió Estela con rapidez

- ¿Y por qué estamos seguros de lo que dicen? - volvió a interrogar Edmundo a sus camaradas que ya querían columpiarse de la cuerda para saltar la barda

- Porque nuestra hermana se encargó de seducir al señor que vive en esa casa, cuando éste fue al Centro Comercial de las familias ricas. Lo que quiere decir que hoy también debemos robar ropa de la que visten ellos. 

- Tienes razón, hermano - Confirmó Edmundo - Nunca se sabe cuándo nos puede ser útil lo que nos robamos.

- Yo se los dije, tontitos - dijo la hermana - ¿Qué tal si no me hubieran dejado traerme esos vestidos de aquella casa que asaltamos?

- De acuerdo, de acuerdo. Entonces, ¿Estamos preparados? ¿Trajeron cloroformo?

- Sí, hermano. Ella toca a la puerta. Se identifica y cuando el tipo se asome...

- Muy bien. ¡A saltar la barda!

 

Mientras tanto, Federico se encontraba escribiendo en su computadora, uno de tantos relatos cortos que subía a la red. Sin imaginarse que pronto, recibiría la visita de Estela. La bella dama que conoció en el Centro Comercial y que le aseguró que vivía cerca de esa zona residencial. 

- Puedes visitarme, cuando gustes. Y a la hora que quieras - Le había dicho a la joven hermosa que conoció un mes antes

- ¿Lo dices en serio? - Respondió ella con aquella sonrisa encantadora y sensual que le caracterizaba

- Por supuesto que es en serio - Respondió Federico - He pasado una noche maravillosa a tu lado

- Para mí ha sido, la mejor de todas - dijo Estela acercando su rostro al de su acompañante, con la intención de que la besaran

Y su estratagema funcionó. Cuando Federico la besó en los labios, supo que todo su plan había dado resultado. Con una figura tan estilizada y bien proporcionada. Con un lenguaje apropiado. Con ropa y perfumes de gente fina. Su acompañante, no desconfió. 

Se hablaban por celular o la web, cada tres días. Ella no quería dejar cabos sueltos. Lo había estudiado muy bien. Porque no era la primera vez que hacían esto. 

 

Estela fue la primera que saltó la barda columpiandose en la cuerda. Por ser la de menos peso, sus hermanos no tuvieron dificultades para empujar su cuerpo que, se sostenía fuertemente de la cuerda. Cayó y rodó en el pasto recortado. Se arrastró hacia un arbusto para esconderse del velador que pudiera haber escuchado su caída. Esperó unos minutos. Luego buscó una vara, previamente escondida para avisar a sus hermanos que podían saltar. Saltó javier y al final lo hizo Edmundo. Entonces se arrinconaron en el costado de una casa para que Estela se cambiara de ropa. Y se perfumara. Pero no tanto. Tenía que parecer algo informal.

Eran cerca de las tres de la mañana cuando llamó a la puerta. Poco antes se habían fijado en la luz que provenía de la pieza superior. Lo que les indicaba que alguien se encontraba despierto. Y por los últimos mensajes con Estela, no estaba acompañado. Todo estaba saliendo a  pedir de boca. ¿Lograrían su objetivo?

 

La primera vez que Estela conoció una residencia por dentro fue cuando trabajó para doña Clementina, en la ciudad de Córdoba. Tenía 16 años y había quedado huérfana. Sus hermanos también la abandonaron ante aquella tragedia. Por lo que la Asistencia Pública la recogió.  Doña Clementina era una señora rica que cuidaba a su marido enfermo y buscaba entre sus amistades que le recomendaran a una persona que la ayudara. Y como no pudo encontrar a nadie, acudió a la Asistencia Pública. Y Estela, desde el primer instante en que llegó a la residencia de doña Clementina, supo ganarse su aprecio y su confianza... Hasta que regresaron sus hermanos a buscarla. 

 

- ¿Quién será a estas horas? - Se dijo a sí mismo Federico, dejando de escribir por el momento un excelente cuento de terror que pensaba publicar en cuanto estuviera terminado y revisado.

Fue bajando lentamente los escalones de madera, mientras trataba de marcar al celular de Estela. Pero no le entraba la llamada. Como si estuviera apagado o sin batería.

- ¿Será ella? ¿Por qué vendría a estas horas? - Iba pensando

Terminó de bajar y se encaminó a la puerta. Sus pasos no llegaban a escucharse en el suelo alfombrado por lo que, Estela volvía a llamar con sus nudillos a la puerta. Porque sabía que el timbre podría llamar la atención de los vecinos

Los dos hermanos, ya se encontraban en sus posiciones. Ni tan cerca, para ser descubiertos. Ni tan lejos, para poder llegar a tiempo a su cometido. 

- ¿Quién toca a la puerta? - Pronunció Federico segundos antes de abrir.

 

 


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