LA REINA DE LA CASA

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No es que sea feminista ni nada parecido, pero “a Dios lo que es de Dios y al Papa lo que es del Papa”.

Gracias a ese señor que la gran mayoría alaba y aún más (creo yo) al paso del tiempo y mucha lucha y aguante, se nos va igualando muy poco a poco el asunto de los derechos de cada quien.

Los tiempos donde el hombre era el dueño y señor de todo (derecho de pernada a parte) quedaron para el recuerdo, aunque todavía queden ciertas reminiscencias de aquellos tiempos ancladas en la memoria general y en el lenguaje popular.

Esta mañana se me ha venido a la cabeza una, sobre la que versa la disertación de hoy.

“La reina de la casa”. Bonito título que a ninguna le gusta sustentar.

Ser la soberana de un espacio máximo de 80 metros cuadrados con mucha suerte, no es de ninguna manera, un motivo de orgullo a mi parecer.

Esa basta extensión de terreno que termina en el salón de la corona por excelencia llamado cocina, es la propiedad por la cual se esclaviza (o esclavizaba) a la mal llamada reina, de por vida; por lo menos los exiliados a galeras recorrían mundo.

Por lo general el título de reina conlleva muchas obligaciones, menos lavar, planchar, limpiar, cocinar, barrer y demás ejercicios aeróbicos caseros.

Una reina que no tiene súbditos, más bien tiranos que la sangran lo que pueden para luego, abandonarla en una residencia argumentando excusas tontas y absurdas.

Una reina que da su vida por su pueblo  cuando es el mismo pueblo el que, en muchos casos, acaba con su sufrimiento.

No sólo tiene que aguantar el peso de esa corona llena de espinas, si no que, muy a su pesar, tiene que aguantar chistes, bromas y demás lindezas sobre su, según muchos, privilegiada situación.

Trabajar en casa, sin obligaciones de ningún tipo, no tener que aguantar a un jefe, libertad de movimientos ( dentro del perímetro, eso si) y ver como su rey consorte se transforma en zángano consorte enfrente de la pantalla de la televisión, viendo cualquier partido de fútbol en vez de ayudarla en sus mas de doce horas diarias de trabajo, no remunerado, a eso se le llama situación privilegiada.

¿Quién cambiaría esa corona por un sencillo puesto dentro del vulgo? Creo que todas.

¿Quién renunciaría a ese maravilloso título nobiliario? Creo que todas.

Repito; no soy feminista pero “Al pan, pan y al vino…….vino”


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