En un viaje de fin de semana

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- ¿Te llamas Pablo? - Preguntas por el internet y te responde enseguida y a la vez te pregunta por tu nombre. Le respondes que Cecilia. Que eres madre soltera de una hija adolescente y que trabajas de costurera

Y la conversación se empieza a hacer interesante. Sobre todo cuando se enteran que ambos viven solos. Entonces quieres verlo a través de la cámara de la computadora. Como él se encuentra en un cyber, le pide al encargado que la habilite. Ahora que puedes verlo y te gusta, lo retas.

- ¿Te animas a venir?

- Déjame verte bien

- ¿Así? ¿Qué dices? ¿Vendrías a verme? - Respondes con preguntas mientras te ajustas a la cámara, para que vea tus mejores ángulos

- Por supuesto. ¿Cómo te reconozco?

- Te daré mi número del celular. Cuando llegues me llamas.

No pensaste que él lo dijera en serio. Pero le diste el número por si se animaba a llamarte.

Lo que hizo Pablo al dejar de conversar con ella por más de 4 horas, fue ir a la terminal de autobuses. Y comprar un boleto con destino a Tierra Blanca.

Luego de casi cinco horas de viaje, llega Pablo a Tierra Blanca. Llama a Cecilia

- Soy Pablo y estoy en la terminal de Tierra Blanca

- ¡¿Qué?! - Dices asombrada. No lo puedes creer - ¿Es en serio?

- Claro que sí. ¿Vienes por mí?

- ¿Cómo voy a reconocerte?

- Pantalón de mezclilla y camisa a cuadros

Te arreglaste con esmero frente al espejo de la recámara que compartías con tu hija. Te pusiste perfume y fuiste a la terminal... por Pablo.

Curiosamente había llegado otra persona con la misma ropa. De momento, no supiste cuál de los dos era Pablo. Pero él te estaba esperando también y te reconoció con una cálida sonrisa. Te sentías excitada pero a la vez insegura. Tenías que controlar tus impulsos.

- ¿Dónde piensas quedarte? - Le preguntaste

- Pensé que en tu casa - Te respondió

- No se puede. ¿Buscamos un hotel?

- Seguro - Contestó - Llévame a un hotel

Al llegar a la habitación del hotel que había rentado, él quiso darte un beso en los labios, pero no lo dejaste. Lo deseabas pero no era el momento. Tenías que darte a desear. Y a respetarte.

Conversaron unos minutos más, antes de que lo dejaras en su habitación y marcharas a tu casa. Le dijiste que lo llamarías temprano al día siguiente. Que esperara tu llamada.

Pero no lo llamaste temprano. Te arreglaste y hablaste con tu hija. Tal vez se quede a dormir, le explicaste. Y ella te entendió, como otras veces.

Después de hablarle a Pablo, fuiste a recogerlo al hotel. Lo llevaste a tu casa. Le presentaste a tu hija. Y después de algunos minutos de conversación, la pequeña Dora se encerró en su cuarto a ver televisión.

Fue cuando, al quedar solos, te levantaste del sofá y fuiste a la cocina. Pablo también se levantó y te siguió. Pero se quedó en la entrada. Cuando abriste el refrigerador y te inclinaste para buscar unas frutas, él se acercó hasta ti. Te abrazó por la espalda y sus manos se deslizaron hasta tus muslos, levantando la falda que los cubría. Empezó a acariciarlos buscando llegar a tu pubis. El dedo de su mano derecha se fue directo a la abertura de tu vulva, por encima de tus húmedas pantaletas. Y mientras de esa manera te excitaba, tú extendiste tu mano a su entrepierna. Y te encontraste con su miembro endurecido que sobresalía en sus pantalones. Lo frotaste con fuerzas, mientras él continuaba hundiendo su dedo en tu vulva empapada, sobre tu ropa interior. Ambos movían sus cuerpos y se estremecían al compás de sus caricias.

Pero notaste una humedad en su pantalón que lo hizo retirarse. Lo miraste sofocado y enrojecido. Pero sabías que tú también lo estabas. Sólo que te contuviste un poco más para que tu hija no escuchara tus gemidos. ¡Ni siquiera te había dado tiempo de cerrar la puerta del refrigerador!

- Tengo que ir al hotel a cambiarme el pantalón - Te dijo Pablo, una vez que se repuso

- Claro, vamos - Le respondiste, pensando que ya no tendría por qué quedarse en aquel hotel de la ciudad

Por la noche, después de haber cenado, sacaste una colchoneta y unas cobijas para que Pablo se quedara a dormir en la sala. Hicieron a un lado los muebles y lo acomodaste. Lo dejaste solo y te fuiste a la recámara con tu hija Dora. Esperaste a que tu hija se durmiera y saliste a la sala. Pablo estaba acostado pero despierto. Así que llegaste envuelta en un seductor camisón y te acostaste junto a él. No hubo necesidad de más palabras. Pablo se incorporó. Te besó en los labios y te depositó suavemente sobre la colchoneta. Levantó el camisón y te bajó las pantys. Bajó a besar tus piernas desde los tobillos hasta tus muslos, mientras sus manos subían por tu cintura hasta tus senos que, ya esperaban ansiosos sus caricias. Parece ser que eso lo excitó, porque te abrió las piernas y con su miembro expuesto y firme se dirigió a tu vulva. Colocó su pene en la entrada de tu vagina y jaló tus piernas hacia él, al tiempo que te iba penetrando. Una vez que estuvo adentro, colocó tus piernas a un costado de sus hombros y comenzó a bombear sobre ti. Jalaba tus piernas hacia él. Entraba y salía con fuerzas de tu vagina. Lo escuchaste gemir y tú esperabas que tu hija no escuchara. Pero llegó el momento en que no pudiste más y lo bañaste con tus jugos. Y hasta te pareció que los gemidos y jadeos que se escuchaban eran los tuyos. De pronto, te atrajo con más fuerzas y mantuvo su cuerpo pegado al tuyo, mientras sentías que líquido caliente te llegaba a las entrañas. Y mientras se corría dentro de ti, se mantuvo unido a tu cuerpo. Hasta que su miembro se hizo flácido y se escapó de tu cuerpo adolorido.

Por la mañana, se bañaron muy temprano y ya no tuvieron sexo. Desayunaron y fueron al centro. De paso, compraron el boleto que llevaría a Pablo de regreso.

Al llegar a tu casa, notaste que tu hija no se encontraba. Habrá ido a ver a alguna de sus amigas, le explicaste a Pablo. Así que estaban solos en la casa.

Pablo se dio cuenta de la situación y antes de que te dieras cuenta, te empujó sobre el sofá. Te levantó esa falda grande de las que usas la mayoría de las veces. Y sin dudarlo, bajó tus pantaletas. Se bajó el pantalón solo hasta las rodillas. Y sentiste que su miembro ya quería introducirse en ti. Se había excitado tanto, que en segundos ya lo tenías forcejeando entre tus piernas. Pensabas que te lastimaría. Porque no te dio tiempo de humedecerte. Pero no fue así. Porque te excitó tanto su arrebato. Y ya estabas disfrutando sus entradas y salidas con las piernas lo más abiertas posibles. Esta vez, no te viniste, pero sentiste cuando él lo consiguió. Y aun jadeaba y se recuperaba cuando escuchaste la puerta del jardín abrirse. Era tu hija que regresaba. Te dio tiempo de acomodarte la ropa. Y a Pablo, de subirse el pantalón.


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