La tienda verde

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Me resultaba agradable entrar en la pequeña floristería de la esquina. Siempre repleta de flores y artículos de decoración de buen gusto. En los estantes de madera oscura de la zona alta del local, casi ocultos pero espléndidos lucían los jarrones y recipientes más especiales, debajo los marcos de fotografía atrezzados con algunas coronas y arreglos florales secos y a la altura de los ojos y de los pies plantas tropicales y grandes  cubos metálicos con flores frescas. Caléndulas, rosas champán, tulipanes, lilium. Y brochazos solo de ramas de verde. Para mí lo mejor.  A veces no resultaba sencillo acceder hasta el mostrador situado al fondo de la tienda. Pero sin duda era un placer disfrutar esos segundos de placentero recorrido colorido. Sonó la campanilla ligera al entrar desde la calle y sin darme tiempo a llenar a fondo mis pulmones de ese aire de paz y buenos recuerdos que siempre me inundaba al entrar, escuché una voz:

-Pasa querida, buenos días -dijo una mujer-, estoy al fondo.

-Buenos días -contesté alegre y con curiosidad. Nunca había escuchado aquella voz amable y añosa. Miré hacia el fondo del local y efectivamente, una señora desconocida atendía hoy las flores. Alcé la mano y caminé entre el verde hasta el mostrador. La tienda estaba especialmente frondosa. Sábado. Día de bodas, pensé.

-¿En qué puedo ayudarte? -me preguntó con una sonrisa blanca y amable- .Tienes que disculpar, pero hoy María está muy apurada y he venido a echarle una mano. Tenemos boda. De los de La Torre, ¿sabes? -continuaba complaciente- y mi hija ha salido ahora mismo a colocar el tocado a la novia-. No paraba de sonreír aquella elegante mujer. Con su ceniciento recogido, un moño amplio y bajo, y unas manos cuidadas con una discreta alianza, gesticulaba mientras me ofrecía educadamente disculpas. 

-No hay ningún problema, solo pasaba a pagar un encargo. Si prefiere puedo hacerlo mañana.

 

La mujer se incorporó para contestarme. Confirmaba mis acertadas intuiciones su porte elegante cubierto por ropas amplias camel y blancas. Y sobre su esbelto cuerpo, abrazándola, un collar de perlas y un chal. Uno de esos cubrelotodo de moair con estampado tapicero tan de moda. Sin duda, María, la mayor de los 6 hermanos de mi vecina Teresa, había heredado una joya. La elegancia de su madre.


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