Ella

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Me di cuenta al verla caminar. Le gustaba el pendejo. Por eso el andar lento que cargaba sus caderas de sensualidad. Sus pisadas leves y silenciosas. Como de felino. Cada vez que un tipo la calienta se transforma en un puma. Ligera y feroz. Lo sé por experiencia. Y cuando se pone así, nada la detiene hasta que atrapa la presa.

El pibe no tenía más de veinte años. La mitad de su edad. Moreno, estatura mediana, pelo lacio y ojos verdes algo rasgados. El cuerpo delgado y fibroso. No le gustan muy musculosos. Lo justo. Pero lo que definitivamente la pudo fue esa cara de nene lindo. Los rasgos delicados, la mirada lánguida. 

Lo detectó apenas salimos al jardín. A mí me bastó ver su mirada de lince haciendo foco en un rincón, para darme cuenta que allí había visto algo especial. No me equivoqué. Él estaba al fondo tomando algo con dos chicas. Se los veía muy divertidos. Mi mujer se puso el cigarrillo en la boca y me miró interrogándome. No tengo fuego, le dije. Yo busco, dijo ella y cruzó todo el jardín sin detenerse hasta donde estaba el chico. Allí desplegó su arte. En dos minutos él sólo le prestaba atención a ella. Como si las chicas no existieran. Después de montar su numerito, giró y la vi venir. Había empezado la cacería.

¿Lo conocés? Le pregunté. Es un sobrino de Marita, contestó. Marita era la dueña de casa y esta fiesta la de su cumpleaños. ¿De qué hablaban? De eso. Le pregunté quién era. Un rato después conversábamos con otros amigos cuando me tomó del brazo y me llevó al medio del jardín a bailar. Al lado de él, que bailaba con las dos chicas. Cuando quiere, ella es tan puta como linda. Y esa vez quiso.

Cimbreaba su cuerpo como un junco. El chico no paraba de mirarla. Sus amigas cuchicheaban entre ellas y se reían burlonas. La veterana las había desplazado. Al rato le avisé que estaba cansado y me fui a sentar. Siguió bailando sola. Para él. Hasta que me distraje y los perdí de vista.   

Los encontré conversando en el jardín delantero. No aguantábamos más el barullo, dijo antes de presentarnos. Nachito. Mi marido. El chico puso una cara de susto que delató sus intenciones. Ella lo disfrutó. La calienta verlos temblar.

De vuelta en casa, minutos después de apagar la luz, sentí como bajaba entre las sábanas para instalarse entre mis piernas. Chupó mi pija con tanto deseo, con tanta fruición, que no pude ni quise evitar el final en su boca. En tanto me enloquecía con su juego, ella gozaba masturbándose con la mano libre, apretando con los muslos el orgasmo que derramó sobre los dedos. Después tensó el cuerpo, tragó la leche y se frotó contra mí rogando que se la metiera. Dura y enlechada, se la puse y patinó hasta el fondo. Ella arqueó la cadera y sacudió dos o tres conchazos para aquietar la extrema sensibilidad que latía allí. Un hermoso polvo. Aunque sabía que no era para mí. El "cogeme bebé" que sobre el final repetía entre gemidos, lo hizo más evidente.


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