Código sensual 67FK6 cuarta parte

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El inspector Paul estaba en su despacho rellenando los informes sobre el caso Jake Bates. A simple vista parecía un móvil de robo.

Mañana acudiría de nuevo a la casa para hablar con Sarah y sus empleados.

Ya era tarde y debía regresar a casa.

En casa le esperaba su mujer Carol y su hijo de 10 años.

Hacía casi veinte años que se conocían y quince que se habían casado.

Demasiada confianza había hecho que el matrimonio se convirtiera en una rutina aburrida y algo pestilenta.

Últimamente chocaban mucho, y los silencios abundaban.

El camino a casa se hacía largo, y aunque el inspector vivía apenas a dos manzanas de la comisaría, prefería dar una vuelta más larga para no llegar tan pronto.

Por el camino pensaba en su hijo, y en como habría pasado su jornada en el colegio.

Su mujer trabajaba por horas en varias casas ayudando al cuidado de ancianos.

Cuando llega a casa, abre la puerta y encuentra a su pequeño mirando dibujos animados en la tele.

Va en pijama y su pelo aún está húmedo por el baño que ha tomado.

Carol está en la cocina preparando la cena. La casa huele divinamente. Está impregnada de olor a pollo asado con patatas que sale del horno.

-¡Hola Paul!

¿Cómo has pasado el día? ¿Habeis detenido a muchos delincuentes?

-A algunos.

Paul abre la nevera y saca una cerveza.

Va a ofrecerle una a Carol peró se percata de que tiene abierta una botella de vino blanco de baja calidad y parece ser que se ha tomado unas cuantas copas.

Ella está preparando una ensalada, y sin levantar la mirada de la lechuga que está destrozando con el cuchillo, lanza una pregunta con respuesta a Paul.

-¿Te has enterado de lo que han dicho en las notícias?

Han asesinado a un ricachón mientras se lo montaba con su mujer en el jacuzzi.

-Sí. Hemos estado con Anne en la escena del crimen.

 

-Se habrá montado un montón de historias fantásticas sobre toda esa historia de sangre y dinero.

-¿No dices que es muy peliculera?

-Se aburre y pasa muchas horas sentada frente el televisor.

Le encantan las series de asesinatos.

Es divertido oírla hablar.

-He oído decir que la mujer de Bates es una zorra de cuidado. Ha tenido varios maridos viejos y ricos.

-Eso parece.

-¿Sabes? Por muy zorra que sea me da cierta envidia.

Yo no he tenido la astucia de poder dirigir mi vida en ese tipo de negocios.

-¡Qué negocios!

Exclama Paul con cara de asco y pocas ganas de seguir hablando del tema.

-La prostitución pura y dura, pero a lo bestia. Al menos a mi me lo parece.

Seguro que esta con treinta y pocos ha hecho cosas que ni a ti ni a mi se nos han pasado por la cabeza.

-¡A ti, ¿Qué demonios te pasa?!

-¡Que somos dos muertos de hambre!

Paul salió de la cocina y entró en el salón para sentarse al lado de su hijo.

Estaba muy cansado y no quería escuchar más tonterías.

Carol salió de la cocina con un mantel y tres platos amontonados, y se dispuso a preparar la mesa para cenar.

Anne estaba en su pequeño apartamento. Se acababa de duchar y se secaba el pelo con una toalla mientras se miraba en el espejo semicubierto de vaho.

Un par de minutos más tarde sacó el secador del armario y lo enchufó junto a la mesita.

Tenía el pelo muy largo y en esta época del año no era conveniente pasearse por casa con el cabello mojado.

Mientras tanto en la cocina se oía la sarten que freía las hamburguesas.

Anne no había elegido ser policía por vocación, sino porqué su padre también lo era y no había podido optar a nada más.

Ya de pequeña le acompañaba con el coche patrulla a dar vueltas por la ciudad.

Tuvo una corta relación con un compañero de la academia, pero acabó colada por la instructora y descubrió que lo suyo eran las mujeres. A partir de ese momento tuvo claro que de hombres nada de nada. Nunca jamás.

Al final la instructora pasó de ella, y fue destinada a otra academia.

A día de hoy mantiene una relación esporádica con Patri. Una chica que trabaja en la charcutería de un supermercado de barrio.

Se conocieron una noche de borrachera en un bar. Acabaron esa misma noche en la cama de Anne, y aunque hacía casi dos años que se veían, la cosa no acababa de convertirse en algo serio.

Habían quedado esta noche para cenar, y por eso preparaba las hamburguesas.

Preparó la mesita que había frente al televisor. Puso un coqueto mantel y sacó del armario los restos de la vajilla que le regaló su madre poco antes de morir.

Su padre, al quedar viudo, abandonó el pueblo donde vivía con su mujer y compró un apartamento un par de calles más abajo de donde vivía su hija.

Sonó el teléfono.

-¡Buena noches Anne!

-¡Hola papá!

Su padre la llamaba cada noche antes de acostarse para preguntarle como había pasado el día.

Para el seguía siendo su pequeña.

Un par de veces por semana comían juntos, siempre había sido un gran cocinero.

Diez minutos más tarde se oyó la cerradura y entró Patri.

-¡Hola querida!

Te traigo tu postre favorito

Anne sonreía como una niña pequeña.

En ese momento Patri era todo para ella.

-Me encantan las trufas de chocolate blanco

-Te traigo también otra cosa que te va a gustar aún más.

Abrió el bolso y sacó un enorme consolador de color rosa brillante.

-¡Es casi mágico!

¡Brilla en la oscuridad!

¿Por qué no jugamos un ratito con el antes de cenar?

A Anne se le pusieron los ojos como platos. No daba crédito a la sorpresa de Patri.

Poco después estaban acostadas en el sofá, y Anne tenía el consolador vibrando en lo más hondo de sus entrañas.

Por un rato se había olvidado por completo de los malos rollos de la oficina, de su padre y de su soledad.


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