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Su sombra planeaba sobre su cabeza como un ave carroñera. Observaba desde la distancia cualquier debilidad. Mientras, él, lamia sus propias heridas. Quería acercarme y tirar de él hasta un lugar más seguro, lejos de la mirada amenazante de ella. Él, consciente de su final inminente, no hizo ni un solo intento de huir de aquel descampado que lo convertía en el blanco perfecto. Esperaba, e incluso deseaba, que se lanzara empicada y comenzara a hacer girones su dolor maltrecho. Sufrí impacible con cada picotazo mientras él agradecía aquella agonía.
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