EL VIAJE (Relato gay)

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Y por fin llegó el gran día, o más bien la noche, que pacientemente había esperado. Dejamos caer nuestros cuerpos cansados en nuestras camas, en el cuarto doble donde nos hospedamos, y prendimos la TV sin dejar de cruzar a veces las miradas, pero yo tratando de no ser evidente, aunque fue inevitable, cuando me pilló contemplándolo y me preguntó extrañado: ¿Qué?; pero luego terminó con una sonrisa contagiosa, que lejos de mostrar incomodidad, hacía pensar que empezaba a gustarle la inocultable y deliciosa atracción que sentía por él. ?Ojo de loca no se equivoca?, dicen, y aunque había pasado por 2 relaciones anteriores, nunca había sido yo el de la iniciativa; y me esperancé en los consejos de un buen amigo psicólogo que me dijo: ?Por lo que me cuentas, él no tiene experiencia, y creo que le gustas, pero tienes que tratar eso con pinzas?. Culminó diciéndome lo que debía hacer, con tanta convicción que me convencí que de verdad funcionaría. Prosiguió: ?Cuando estén solos en el cuarto, no lo pienses mucho, tómalo por sorpresa, abrázalo fuerte, no le des tregua, y tenlo así por algunos minutos hasta que se desestrese y se deje llevar?. ¿Hasta que se deje llevar?, Qué simple sonó, pero llegado el momento no conseguía la suficiente osadía como para ejecutar tan abesado plan; y entonces pensé en sólo disfrutar de su compañía y dejar pasar el tiempo, que si el sentimiento era mutuo lo demás recaería por peso propio.
Al rato se levantó de la cama estrepitosamente y me dijo: ?Ya cholo, cámbiate para irnos al gimnasio como quedamos?. ¡¡Guau!!, exclamé silencioso, cuando vi su figura completita semidesnuda, esa piel canela norteña, los brazos y pectorales bien formados, y todo lo demás bien colocaditos en su lugar - ¿cómo no me había percatado del momento en que se había desvestido? - y sólo un calzoncillo diminuto que le quedaba 10 puntos se interponía entre su exquisitez física y el deseo más puramente malicioso que me procuraba mirarlo.
Siguió insistiendo: ?Ya pues, apúrate que se hace tarde?. La verdad yo estaba muy agotado por el primer tour en Huaraz que nos tomó todo el día, pero por otro lado era difícil negarle mi compañía, si estaba allí era precisamente por él. Intenté convencerlo que lo dejemos para el día siguiente, pero estaba claro que no se daría por vencido. Buscó su ropa para cambiarse; mientras, mi lado oscuro volvió a la carga y comenzó a maquinar la forma más sexual y decidida de ir por esas carnes y luchar hasta poseerlo completo.
No me quedó otra que acceder al pequeño capricho que armó y con algo de desgano le dije: ?Ya pues, vamos?, y sin la más mínima mala intención (no me importa si no me creen, jeje), extendiéndole mi mano derecha, le pedí: ?Ayúdame a levantarme, entonces?. Se acercó y era para no creerlo, mientras se dirigía hacia mí con el torso desnudo, se ajustó el cinturón y luego se tomó la bragueta para subirse el cierre; pero ya por mi mente que estaba caldeada, me pareció verlo acercándose sensualmente y jugueteando con su cierre para darme la señal que hace rato destrozaba mis ansias.
Me tomó de la mano y por un momento aparenté levantarme de a poco, pero ya no había marcha atrás, sabía perfectamente que era ?ahora o nunca?. Luego de dejarme casi sentar, me volví para atrás, afirmé su mano y lo impulsé hacia mí de un solo tiro. ¡Estaba fuerte el desgraciado!, jeje, seguro producto de las pesas que hacía, pero no renuncié. Opuso tenaz resistencia; y por unos pocos segundos, que parecieron horas, el ambiente se tornó de lucha. En el acto me puse nervioso al sentir que no colaboraba; Intenté minimizar el momento haciéndolo parecer como un juego. Nuestras manos sudorosas empezaron a ceder y pegó un grito de desesperación que me obligó a soltarlo de inmediato: ?¡¡Sueltame!!?, me dijo; y apenas se libró, caminó hacia su cama desorientado; su nerviosismo era notorio, le temblaba toditito el cuerpo; se puso su polo y me volvió a preguntar molesto : ¿¡vas o no vas!?, y antes que le respondiera prosiguió: ?Pareces cabro ¿no??. De inmediato mi nerviosismo se convirtió en enojo, lo miré endiablado, y antes que yo reaccione, tomó su mochila y me dijo: ?Entonces me voy solo?.
Me quedé solo en el cuarto y en cuanto se enfrió el momento, me vinieron sentimientos de culpa, vergüenza y hasta pena. Pensé que luego de esto todo sería distinto, mi reputación se había ido al tacho y seguramente ahora pensará que solo soy un vil marica en busca de placer. Me metí a la ducha a darme un baño de agua fría por casi una hora, y cuando salí hallé 7 llamadas perdidas de él. Le devolví la llamada tratando de ocultar mi emoción, y quedamos en que lo recogería para cenar juntos.
Ya metidos nuevamente en el cuarto del hotel, volvimos a prender la tv, pero la comunicación no era fluida como antes, estábamos como que nadie quería hablar del tema, como que nada había pasado. Como él tenía el control de la tv, lo puso en un programa donde salían muchas vedettes, y como para reivindicar su hombría, soltó algunos comentarios machistas como: ?Que rica esa jerma?, ?pucha, si me como una de ellas ya moriría tranquilo?, entre otros. Pasada la medianoche se quedó dormido y bajé el volumen de la tele para que no despertara. Lo tapé con la frasada, y al observarlo así quietito no me pude contener. Me le acerqué, me acosté medio cuerpo a su lado y lo abracé, descargando mi brazo lentamente para que no me sintiera. Le oí pasarse la salida y contener un suspiro, lo que me dio más confianza para acariciarle el pelo con cariño y abrazarlo con más fuerza.
Sentí que había obrado mal, en contra de mi propia moral, pero decidí no volver a usar semejantes artimañas, y cuando le conté a mi amigo psicólogo lo sucedido, me increpó: ¡Cojudo, te dije que lo abrazaras fuerte!, pero lo preferí así, lo que me costó no volver a saber más de él. Después del viaje no me contestó las llamadas ni los pocos email que le escribí para no hostigarlo.
Pasó poco más de un año, cuando sonó mi celular. Era una llamada del Norte, de Chiclayo, lo supe por el código que llevaba. No me lo podía creer, esperé a la tercera timbrada para contestar, por la emoción que me embargaba el sólo pensar que podría ser él; y Sí. Después de un: ?Hola, que tal?, mi ánimo se elevó al tope que sentía que conversábamos tan cerca, estando tan lejos, y la emoción era mutua. Todo nos causaba risa y sólo algún suspiro repentino no contenido hacía que nos silenciemos por unos segundos, pero luego proseguíamos con la misma intensidad emotiva, como deseando que la plática nunca acabe.
Después de largos minutos de habernos contado y reído de todo, me armé de valor, y con la confianza que adquirí, casi sin contener el aliento le pregunté algo que hacía rato tenía masticando con nerviosismo. Oye, y, ¿cuándo volvemos hacer otro viajecito como el de Huaraz?. Y, silencio en la sala.


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