Tres en una

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La última vez que vi a tres de mis compañeras de la escuela secundaria fue hace siete años. Fue una semana antes de nuestra graduación, que dejé de verlas. Y en sus casas también. Eran inseparables, tanto en la escuela, como en el pequeño poblado donde nos tocó vivir. Eso lo supe desde que ingresamos a la secundaria. Las tres iban juntas a los baños durante el receso, lo que a simple vista parecía normal. Pero, si lo hacían igual en horas de clases, ya no resultaba tan común. Formaban equipos de trabajo en el salón de clases y por las tardes se reunían en casa de una de ellas de para hacer los deberes del colegio. Después salían a recorrer el pequeño pueblo las tres juntas. Se despedían a las nueve de la noche. Por las mañanas, a las siete y cinco, ya estaban reunidas, para asistir a la escuela. 

Una ocasión, Maribel se enfermó y no fue a la escuela.  Martha y Esther si asistieron pero, poco antes de las diez de la mañana, las dejaron ir a sus casas. Se pusieron pálidas y vomitaron en el salón de clases. Ellas se quejaban de dolores abdominales. Los profesores se preocuparon y las mandaron a la clínica del Seguro Social que hay en la comunidad. La doctora dijo que estaban intoxicadas o algo así. Les recetó algún medicamento para su malestar y sugirió reposo. Las tres volvieron al colegio cuatro días después, recuperadas. 

Yo no podía entender la razón por lo que eran tan unidas. Y es que eran tan diferentes entre sí. Maribel, por ejemplo, era muy conservadora y hasta cierto punto ingenua. Físicamente era bastante desarrollada para su edad, pero un tanto gordita y baja de estatura. Martha era la líder de las tres. Un tanto intelectual y madura para los catorce años que tenía. Tranquila y muy comprensiva. Normalmente era ella, quien las sacaba de apuros. Su cuerpo, si bien no estaba del todo desarrollado, era promedio. Más alta y más delgada que Maribel. También era la más hermosa. Por su parte, Esther, era la más coqueta y alegre del trío de amigas. Su risa era fuerte y despreocupada. Pero también era la más sensible. La más frágil. Esther era la más delgada, demasiado delgada. Lo que la hacía parecer la más alta de las tres. Pero en realidad, era de la misma estatura de Martha. Lo que sí me pareció que tenían en común las tres amigas, es que eran muy románticas.

Pero eso no lo demostraban abiertamente. Sólo por las noches cuando salían a recorrer El Espino y se sentaban a contemplar la belleza de la naturaleza. Mientras juntaban sus cabezas mirando el firmamento hablando de los jóvenes que les gustaban. Martha era muy asediada por los compañeros de la escuela pero, no los correspondía desde que hizo amistad con Maribel y Esther. 

Las recuerdo una vez jugando voleibol en el equipo del colegio. De las pocas veces que se les vio jugando. Ya que no se les distinguía precisamente por ser deportistas. Pero ese día, estaban muy contentas. Reían y se movían tratando de recuperar la pelota, como si aquello fuera lo que más les importara en ese momento. Se coordinaban tan bien que lograron ganar varios puntos seguidos. Quién lo viera. Las invitaron a formar parte de la selección estudiantil pero ellas se negaron. No les interesaba en realidad. Sólo fue la emoción de estar juntas aquel día. 

 - Martha, ¿Qué piensas estudiar después de la secundaria y la preparatoria? - Le pregunté un día en que también me sentía interesado en ella

- No sé - Me respondió - Tal vez ni siquiera estudiemos la preparatoria

- ¿Por qué dices "estudiemos"? ¿Tú si vas a estudiar la prepa, o no? - Me atreví a refutarle

- Si ellas no estudian, tampoco yo - Me dijo con bastante firmeza en su voz - ¿No te das cuenta de que así, no podríamos estar juntas?

- Pero - Traté de convencerla -  ¿Tus papás? ¿Crees que te dejen sin estudiar?

- No me importa. Si ellos me obligan, haré que me expulsen. - Me dijo cada vez con más certeza de lo que decía - Además, tú sabes que los papás de Esther son muy pobres. Y tal vez no la puedan enviar a estudiar fuera. Si ella estudia en la preparatoria de El Ramal, allá iremos las tres. 

No le volví a insistir. Yo trataba de quedar bien con ella, con la esperanza de que me correspondiera. Sin embargo, todas mis esperanzas se esfumaron cuando una semana antes de nuestra graduación, desaparecieron. Fue aquella noche estrellada y despejada. Una hermosa noche que invitaba a subir a las azoteas de las casas a contemplar el firmamento, a sentir la suave brisa fría y acogedora. Fue lo que hice. Fue desde ese punto de mi casa que las vi pasar por última vez. Iban juntas, tomadas de las manos. Martha iba en medio. Iban rumbo al sur.

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Lo que ya no supo Luis, es que fueron hasta el acantilado. Se sentaron al borde de una piedra para ver las estrellas. Mientras, sin decir palabra alguna, cada una pensaba en lo maravilloso que sería, poder ser como la otra. Esther, la más coqueta pero también la más alegre, no era tomada en serio por los muchachos. Por lo que ninguno de ellos la pretendía. Les gustaba jugar con ella. Reír con ella. Besarla. Pero hasta ahí. Y eso la mortificaba. ¿Cuándo sería pretendida como lo hacían con Martha? 

A Maribel le preocupaba, entre otras cosas, tener el cuerpo de Martha, su liderazgo y su inteligencia. Pero también la desenvoltura, coquetería y entusiasmo que Esther tenía. 

Y Martha, a pesar de ser la líder de las tres, también deseaba ser tan desenvuelta como Esther y un poco ingenua como Maribel. Se sentía presionada por ser siempre la mejor en la escuela y en su casa. ¿Por qué siempre debía llevar las mejores notas? ¿Por qué no ser un poco menos preocupada?

 

Y aquella noche estrellada, se pudo ver en el cielo de El Espino, una resplandeciente estrella fugaz que, por un instante pareció más que una estrella. Con tanta luz y una cauda tan extensa que parecía ser un cometa. 

Porque en el risco, a las tres amigas, también les pareció algo extraordinario lo que contemplaban. Porque sus miradas estaban fijas en el resplandor. Y sus mentes en los encantos de sus amigas. 

 Luís experimentó un dolor agudo en el pecho que le hizo llevar sus manos al lado izquierdo del mismo. Dolor que desapareció en cuanto la estrella dejó de iluminar el firmamento. 

En ese mismo instante, una joven hermosa se incorporó en lo alto del acantilado. No había nadie más ahí. Sólo unas ropas tiradas a ambos lados de donde se encontraba. Su cuerpo estaba más desarrollado, como el de Maribel; su cabello se había enchinado, como el de Esther. Y en su faz se dibujaba una sonrisa coqueta, que por instantes, parecía ingenua. Pero en sus ojos pícaros, se alcanzaba a ver la madurez de una joven que estaba a punto de descubrir el mundo, sin temor alguno. La joven, tomó las ropas esparcidas, las arrojó al abismo y se alejó del pueblo. La oscuridad de la noche protegió su partida.

 


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