Joanna se queda en nuestra casa (parte I)

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Joanna se queda en nuestra casa (parte I)

 

Me llamó mi amiga Esther por teléfono, para pedirme si no tenía inconveniente en que su hija, que venía a realizar un curso a la ciudad, se quedara en mi casa. Por supuesto le dije que si y que estaba encantada de atenderla.

Mi marido se llama Rosendo y yo Carmen, vivimos solos, pues no tenemos hijos, y la presencia de Joanna, que así se llama la hija de Esther, nos haría más entretenida nuestra convivencia, además de agradar a mi amiga.

Al llegar Joanna, tanto mi marido como yo, le dimos un fuerte abrazo, y alagamos su belleza, y lo que había crecido aquella joven adoslescente que estuvo en nuestra casa hacía ya cinco años.

Nuestras familias estuvieron varios años veraneando juntos en muchos camping de España, Portugal y Francia. Los dos últimos veranos que coincidimos fuimos a camping nudistas, hace ya un lustro. Y ese último año, además estuvieron una semana en nuestra casa, visitando la ciudad, y cada día dándonos unos chapuzones en la piscina que tenemos en el patio.

Recuerdo que nos bañabamos todos sin ropa, tanto los adultos como sus dos hijas, y luego nos tumbábanos al sol, solo Joanna se cubría su rajita con las bragas colocadas encima, el resto estábanos tal como nos trajeron al mundo, sin textiles que interfieran los rayos del astro rey.

La acompañamos al dormitorio, llevándole la maleta y bolso que traía, algo que nos agradeció, pues era en la planta alta y venía muy cansada del viaje.

Mi marido salió y yo me quedé con ella hablando e invitándola a darse un baño para que se relajara y pudiera dormir mejor. Me dirigí al baño y le fúi llenando la bañera, poniéndole bolitas de esencias relajantes en el agua. Cuando entró se sorprendió que tuviera esos detalles con ella. Vino con un albornoz, que se sacó en mi presencia, sin esperar a que saliera, mostrándome su hermoso cuerpo desnudo. Me acerqué a ella y no pude resistir darle un beso en los labios y reiterarle lo guapa que estaba, ella se sonrrió, me dijo que yo también estaba muy guapa y se introdujo en el agua al yo salir del baño.

 

Tras cenar los tres juntos, que se convirtió en un auténtico revival de las vacaciones comunes, nos fuimos al sofá para ver un poco de televisión antes de acostarnos.

Mi marido llevaba un albornoz de tela, sin nada debajo, Joanna y yo teníamos camisón corto que nos tapaba un poco el muslo.

Tengo que reconocer que nuestra sala es “de película”, con una buena pantalla de TV de plasma y un equipo de sonido de calidad, que a veces parece que estemos en un cine.

Mi marido baja la luminosidad de las lámparas, para ver mejor la pantalla, haciéndo el ambiente más acogedor e íntimo.

Joanna estaba sentada junto a mi, y mi marido se estaba durmiendo un poco en el sillón de al lado, que al recostarse mejor no se percató que se le abrió un poco el albornoz y dejó sus atributos a nuestra vista. A Joanna se le fueron los ojos para el miembro de Rosendo, acurrucándose en mi hombro. Me levanté para abrir completamente el albornoz. Me senté nuevamente a su lado y le acariciaba su pelo, indicándole que se había mejorado la visión, ante su sorpresa y sonrrojo. 

 

Nos fuimos ambas a la cama, quedándose mi marido en el sillón, completamente dormido y con los atributos expuestos.

Nuestra convivencia era de los más agradable; ella iva a sus clases y luego estaba mucho tiempo en la casa, por lo que entiendo que se encontraba bien en nuestra compañía.

Mi marido a veces hacía turnos de trabajo de 24 horas, descansando luego tres dias.

Eran las doce de la noche, llevábamos una hora acostadas, cuando oigo a Joanna dar voces alterada, su madre ya me había advertido de sus pesadillas, me dirijo a sus dormitorio y le acaricio su cabeza, calmándose momentaneamente, para luego volver con sus palabras inconexas y alteradas. Me acuesto junto a ella, abrazándola y besándole y secándole la frente que se encuentra sudorosa. Me levanto, y le traigo un vaso de agua, por si se despierta, algo que ocurre al momento. Tras beber el agua la invito a venir a mi cama, que como no está mi marido estaremos las dos mejor arropadas le indico. 

Nos dormimos abrazadas, notándo sus pechos a través de la fina tela de nuestros camisones de seda.

 

Joanna se despertó nuevamente hacia las seis de la mañana, había alguien en la propia habitación, que seguía a oscuras. Enseguida comprendió que debería ser Rosendo, que había regresado antes de tiempo, y por los movimientos que se oían venía algo bebido.

No lo podía creer, se estaba introduciendo en la cama, por su lado, Joanna le dió la espalda, sin hablarle. Él la abrazó y empezó a besarle la espalda, su aparato estaba en su entrepierna; y a pesar de no estar en erección, la estaba calentando bastante. No sabía que hacer, si quedarse, si irse, si despertarme. Pero en ese tiempo de dudas, se fué humedeciendo, y la tentación era grande.

Al moverse Rosendo, se cayó a la alfombra, Joana pasó por encima y tiró de él, poniéndolo acostado boca arriba. Le costó pues estaba algo ebrio. Le puso un dedo en la boca cuando intentó hablar, seguramente pensaría que se trataba de un juego de su mujer.

Comenzó a prepararlo, pues tenía el aparato algo alicaído. Con una mano le acariciaba los testículos y con la otra ayudaba a que la lengua se deslizara por su glande.

Cuando comprobó que la tenía bien tiesa, se sentó sobre su miembro, que debido a la humedad que impregnaba todo el sexo de Joanna, entró con facilidad. Estuvo subiendo y bajando, entrando y saliendo, aumentando la velocidad, hasta que por fin conseguió ordeñar aquella polla que tenía en su interior, un chorro de semen caliente llenó su vagina por primera vez en la noche, llegando al orgasmo en aquella noche de sexo y recuerdos, ahogando sus gemidos de placer mordiendo la sábana y poniéndole a él las bragas en su boca.

 

Y en ese momento Rosendo fue introduciendo su dedo índice en el ano de Joanna, previamente lubricado por sus jugos vaginales, quedándose momentáneamente paralizada. Era la primera vez, por lo que al principio le resultó extraño, pero poco a poco se fue haciendo agradable y le produjo un nuevo placer, desconocido hasta entonces, dándose placer simultáneamente por delante y por detrás. Acabaron haciéndo un 69 que dejó sus sexos relamidos, limpios y preparados. Temiendo despertarme, se retiró a su habitación, y al rato pudo oir los gemidos de Rosendo y mios, pues no pude soportar sin acariciarme mientras ellos lo hacían, pues no dormía, y quise follar con mi marido y hacer que le llegara la segunda corrida de la noche, tras la de Joanna


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