Carnaval de la vida

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Enviado el , clasificado en Drama
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Necesitaba relajarme, aplastado por estrés y la rutina conyugal, tanto mi cuerpo como mi mente no levantaban dos palmos del suelo. Con una buena verónica podía esquivar las embestidas de mi jefe, pero Silvia, mi mujer, me sacaba de quicio con cada palabra, cada movimiento, hasta cada silencio me revolvía las entrañas. La relación se había enfriado, solidificada, inmóvil y estática como el hielo. No la deseaba, tal vez ni a ella ni a ninguna. La ligera inquietud que carcomía mis pasiones, se había acrecentado y ahora vivía angustiado dentro del armario. Por eso, cuando me invitaron a una fiesta de Carnaval me alegré. Durante unas horas dejaría las piedras que portaban mis espaldas sabiendo que la diversión ocultaría cada una de mis congojas.
Aprovechando las circunstancias para dar rienda a mi yo oculto, me disfracé de mujer. Una mujer dulce, sensual, atractiva como la que vivía en mi interior.  Medias y vestido de satén ocultaban mi figura. Zapatos de tacón y máscara complementaban el atuendo. Durante horas, observé en el espejo el reflejo de mi cuerpo, deseando que el Carnaval durara doce meses y que un solo día al año me anudara la corbata para ir a trabajar.
Ya en la fiesta, me contoneaba, flirteaba con cualquiera tras la fabulosa máscara cuando de repente le vi. Vestía traje negro de corte italiano, pelo engominado y un cuerpo menudo pero bien formado. Su rostro al igual que el mío, oculto tras la máscara de facciones especialmente marcadas. Me acerqué. Una conversación escasa de amortiguadas voces ajustando el tono para engañar, y tras preguntas obvias y respuestas evidentes, me invitó a continuar la velada en su dormitorio.  Sin despedirme y moviendo el trasero como una furcia escogida, agarrada del brazo salí de la fiesta, envidiando así a otras meretrices del lugar.
Como un caballero, me abrió la puerta del taxi y le indicó la dirección. Y en ese instante, tras escuchar su domicilio, me dio un vuelco el corazón. En silencio cogí su mano, abracé su cuerpo y deslicé un dedo sobre su boca, la de papel maché, besando sus labios sin descanso hasta alcanzar nuestro destino.
El ascensor lo infectamos del olor de la pasión. Y ya en el rellano palpé su cuerpo mientras sacaba la llave de mi bolso para abrir la puerta y continuar la mejor noche de sexo, lujuria y amor que jamás de los jamases he experimentado.
Desde ese día todos son Carnaval en casa, pero sin máscara, dejándola ésta para cuando lidio con la sociedad.

 

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