La verdad oculta del ultimo templario 2ºPARTE

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¿Como es posible que haya pasado esto?, desde que el Papa Clemente y el rey Jaime II acordaron, junto al rey de Francia, disolver nuestra orden, hemos sido perseguidos durante años y llevados al exterminio, pero yo como último comendador y único superviviente de mi orden me debo a mi causa y a hacer justicia en nombre de dios, pero esta vez sin servir a la palabra de ningún hombre.  

Retomamos la conversación donde la dejamos y el Maese, me contó con todo detalle el porqué de nuestra persecución. Era imposible que una institución como la nuestra, estuviera cobrando cada día más fuerza y restando importancia a la iglesia y por consiguiente a la corona, que tanto se había esforzado en tener por fin un Papa español.


  Tras largos meses de recuperación y permanecer escondido de la búsqueda incesante por parte de mis carceleros, por fin encontré el modo de partir y salir sin ser reconocido. Mi cuerpo había recuperado la fuerza y el aplomo de antes de ser encarcelado. Mi rabia había desaparecido por completo, pero no mis ganas de justicia y mostrarle al mundo entero lo que había descubierto.  

Partí con rumbo cierto camino a Roma y por el camino, reclute algún mercenario, que por dinero y no por ideas, me acompaño en tan afamado viaje, ya que desde hoy y para toda la eternidad, nuestra gesta sería reconocida por el bien de la humanidad.  

Llegamos a Roma y nos alojamos en una hospedería a las afueras del vaticano. Por el arduo camino, les fui contando los pormenores de nuestra campaña a todos y cada uno de los mercenarios reclutados para tal fin. Había que llegar a los aposentos del Papa y conseguir arrancarle la llave que llevaba en el pecho colgada, pero jamás les conté lo que dicha llave abría y los secretos que guardaban a ninguno de ellos, simplemente que la recompensa era sustanciosa y el poder que nos otorgaría seguramente haría de cada uno de ellos el señor más rico de la zona donde a su gusto quisieran instalarse, incluso más poderosos que muchos reyes.   

Tras una larga noche sopesando los pros y los contras de mi plan para entrar en los aposentos del Papa, me dirigí a la cuidad vaticana y corrí el rumor de que unos mercenarios, guiados por mi, asaltarían los aposentos papales la noche de luna menguante y así lo hice ver también a mis hombres. Esa noche la guardia Papal estaba prevenida y el Papa a resguardo en el castillo de los Borgia, que mejor escondite para él que su propia familia le acogiera mientras se libraba una batalla por su captura.   

Mis hombres entraron en la residencia papal sin ser vistos, o al menos eso creían ellos, pero nada mas cruzar las puertas fueron asediados y acribillados por la guardia del Papa, mientras tanto yo conseguí llegar a la residencia de los Borgia y colarme en sus aposentos, a la espera de que se recogiera descansar esa noche, tras las noticias de nuestra derrota y ejecución. No habían pasado mas de dos horas del intento de asedio de mis hombres y ya estaban todos a buen recaudo moribundos en las mazmorras del Vaticano. Les esperaba una noche larga de saña y dolor por parte de sus carceleros, ninguno llegaría vivo al amanecer, pero la guardia se encargaría por orden papal de que sufrieran y se dejaran hasta la última gota de su sangre en las torturas que les tenían guardadas.  

Por fin el Papa Alejandro entró en sus aposentos, le acompañaba unas jóvenes doncellas que les ayudaban a desvestirse y si alguna era del buen gusto del Papa, algún favor debería de hacerle esa noche.   

Como estaba contento por su victoria, y tras creerme muerto en el intento, se permitió el lujo de dejarse querer por un par de las jóvenes doncellas que le acompañaban, eso me impidió abalanzarme sobre el y tuve que esperar a bien entrada la noche  a que las doncellas abandonaran sus aposentos.  

Salí sigilosamente de mi escondite y mi daga afilada seccionó su yugular, mientras mi otra mano tapaba su boca para imposibilitar el más mínimo ruido. Sin apartar la mirada de asombro de sus ojos de la mía, observé detenidamente y con gozo como se le escapaba el último aliento de vida mientras le recordaba entre susurros la bajeza de sus actos y le insté a esperarme en el infierno. Recobré el aliento y le arranqué la llave del cuello, para escapar sigilosamente por donde había entrado.  

A la mañana siguiente, ya me encontraba lejos del vaticano, no quería que mis perseguidores tuvieran la menor pista de quien y por donde había huido. Hice un alto en el camino, junto a la ermita de la virgen de la Asunción para rogar por las almas de los mercenarios que había entregado a tan cruel destino, pero se que ninguno de ellos era de merecer mi confianza y más tarde o temprano, me traicionarían al ver que lo que ocultaba la llave era un tesoro inmenso, pero no material como ellos pensaban, incluso más de uno trataría de arrebatarme mi vida y el secreto, para vendérselo al Papa por una ingente cantidad de dinero.   

Llegué al castillo templario de región francesa de Carcassonne y aunque en ruinas y destruido como todo aquello que llevaba el nombre de nuestra orden, me sirvió de lugar donde descansar y pasar la noche.


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