Dormir tranquilo

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La mañana amaneció gris entre tonos de frio y descontento. Un ligero y súbito dolor de estómago se apoderó de mí mientras me disponía a incorporarme del colchón. Me recorría la cabeza una chiquilla que emergía en mis sueños. Mujer sin rostro que me empujaba a recorrer lugares sin dejarse ver. Lugares increíbles, pintados de impresionismos y bagajes surrealistas. Me dispuse a dejarme llevar pues el dolor de aquella mañana me obligaba a permanecer quieto, entre las sabanas, sin estar despierto pero muy consciente y, para mi desgracia, en un mundo que no entendía ni podía controlar.

Hojas de parras centelleando luces de sol que sobrevolaban por pequeños encajes de luz. Luego, hojas más largas de color verde, como de palmera. Entre una blusa azul y un pelo largo emergía la figura de una mujer que no podía ver ni tocar. Solo me guiaba por lugares extraños y cambiantes al ser yo, quien, como extasiado por alguna droga, la seguía sin saber muy bien porque.

Logrando escapar de aquella ensoñación me incorporé a la realidad con cierto malestar. La cabeza me daba vueltas, probablemente era de aquellos días en los cuales los sueños te dejan exhausto.  Abrí la ventana y seguía nublado. El manto verde del paisaje se extendía entre tonos grisáceos y nubes bajas que invitaban a pensar en precipitaciones en forma de lluvia fina. Estaba en un pequeño refugio, en medio de algún lugar pináceo y naturalmente desierto.

Repoblando mi cabeza con pensamientos lucidos me dispuse a preparar la comida de hoy. Le estaba cogiendo el gusto a cocinar. Me ayudaba a concentrarme y con el tiempo había aprendido a sentir satisfacción por mezclar ingredientes y conjugarlos en deliciosos aromas y sabores. El olor del puchero se mezclaba con la música de Pink Floyd inundando un ambiente ya de por sí sosegado por las nubes, en algo místico y esclarecedor. Allí me encontraba, entre fantasmas de mi estado intemporal y pensando en aquella mujer que aun estando despierto me guiaba. Nada que una buena taza de té no hiciera olvidar. Pero seguía allí, solo. Emergido en un sueño que no llegaba a ser una pesadilla, pero por el que no sentía ninguna simpatía. 

Con el tiempo uno aprende a esconderse en sus pensamientos dejando libre a aras de la creatividad la siguiente cuestión; -¿cuál sería mi siguiente paso en aquella absurda situación que mi mente había creado?-. Me levanté, desatasqué la puerta de aquel refugio y abrí los ojos. Estaba en la ducha; y poco a poco, mi visión fue siendo algo más esclarecedora. Estaba de vuelta, de vuelta a casa. Inundando el baño de vapor. Agarrando la toalla con mis manos arrugadas por la humedad me dispuse a salir y contemplar el maravilloso espectáculo de los rallos de luz que se colaban por la ventana reflejándose en la espesa nube de vapor. En el espejo había algo escrito a dedo. Entre letras marcadas por el vaho se veía en grande; perdónate y duerme tranquilo. Pink Floyd seguía sonando. 

Saludos.


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