UN AFFAIRE CONSENTIDO (PARTE DOS)

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Obviamente eso hizo que mi obsesión por las fantasías creciera y fueran cada vez más diversas y elaboradas. En otra ocasión, después de una sesión de intenso gozo, llegamos la hora de las verdades y tras unas cuantas cervezas y juegos, la persuadí para hablarme de sus fantasías y romances. Ella me confesó que mientras fuimos novios tuvo un par de deslices, pero no pasaron de unos cuantos besos calientes... Ni siquiera un buen faje. Pero también me confesó que uno de sus compañeros, Nelson, a quien yo conocía de la universidad, la miraba constantemente mientras ella pasaba por su oficina y cada vez que lo hacía la desnudaba con la mirada, lo cual lejos de molestarle la excitaba. La halagaba saber que tenía un admirador en el trabajo y casi a diario buscaba capturar sus miradas. Con su confidencia encontré una nueva oportunidad de fantasear con más intensidad. Su compañero era casado, pero su esposa no era nada guapa, así que no me extrañaba que mirara con deseo a la mía. Decidí entonces emprender un cambio en ella que hiciera que se diera cuenta de lo que podía provocar en Nelson, -o en cualquier otro hombre-, con muy poco esfuerzo. Me di a la tarea de comprarle ropa muy sexy, perfumes exquisitos, maquillaje nuevo y lencería muy atrevida. Le indiqué que a partir de ese día no podía salir de casa si no era con algo muy sexy y esperaría que regresara con al menos una reseña de que otro hombre la había visto con deseo.

Con el tiempo le tomó el gusto a la sensualidad y se había convertido en una mujer a la que no le preocupaba mucho que se le abriera un botón de la blusa, se le notara su ropa interior, se le asomara el encaje de su sujetador o se le viera su tanga al agacharse. Las miradas que la desnudaban se habían multiplicado cada día y eso la incitaba a ser cada vez más sexy y atrevida. A mí me calentaba mucho cuando mientras me la cogía me contaba cómo varios hombres habían babeado por ella en la oficina. Pero yo quería más, así que comencé a incitarla a enseñar más, a conseguir más amigos del trabajo, a ir a fiestas y reuniones de su trabajo a las que generalmente no iba, pues era el escenario en donde se daban los romances entre sus compañeros y compañeras, muchos de ellos casados. Empecé a provocarla diciéndole, -entre broma y broma-, que seguramente a Nelson no se la lograba parar y que él nunca le haría una propuesta indecorosa. Como ella era una mujer de retos, yo sabía que después de las provocaciones ella iría decidida a seducirlo para satisfacer su ego y demostrarme que él también podría caer en sus redes. Obviamente para Nelson no pasó desapercibido el nuevo comportamiento sexy de mi mujer y comenzó a verla con más deseo y a provocar "casuales" encuentros a solas dentro de su oficina, y como ella no mostraba indiferencia, aquello se convirtió en un rico juego de intensiones prohibidas, coqueteos y toqueteos, pero sin llegar a nada que sonara a aventura. Me platicaba cómo ella desabotonaba su blusa y humedecía sus labios antes de entrar con él y cómo él la invitaba asentaba en su sillón para masajear su cuello y hombros mientras se deleitaba mirándole sus hermosas tetas con la escusa de una plática de trabajo.

Me prendía contándome cómo Nelson se la había comido con la mirada y cómo ella lo había provocado mostrándole cada vez más piel, pero yo le decía que no le creía con el objeto de que fuera más a fondo y se atreviera a algo más excitante. Un día se descompuso el coche de él y la llamó para que le diera un aventón al trabajo, puesto que él no vivía muy lejos. Mi esposa no pudo esconder su excitación y corrió a contármelo para presumirme que finalmente estarían solos fuera de la oficina. Así que a la mañana siguiente fui al closet y escogí su ropa cuidadosamente pensando en mi fantasía de saberla entregándose a él. Una blusa semitransparente de botones que yo sabía que accidentalmente se abrirían, una minifalda muy ajustada a medio muslo, medias color humo y zapatillas muy altas. Por si el asunto llegaba a más, cerré mi obra con un sostén de media copa de encaje y broche al frente, una tanga muy pequeña y le indiqué que debía maquillarse con sombras obscuras y peinarse de manera que cuando fuera en el coche con él se soltara el pelo para mostrarse más sexy. Aquel día tuvieron que quedarse a trabajar hasta la noche y seguramente también regresarían juntos en el coche de mi esposa, lo cual provocaba la ocasión ideal para una escapada casual a un hotel y consumar la aventura. También le indiqué que él debía manejar para que ella se sintiera más cómoda para provocarlo. La falda que le escogí solía subírsele cuando se sentaba, así que le prohibí bajársela mientras estuviera con él.


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