LOS ANALES DE MULEY(1ª PARTE)(5)

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   ¡Cuánta historia oculta!

En el tiempo esculpida

con bellas letras de oro,

se asoma atrevida

al sendero de la vida

sin ocultar su tesoro.

   Si esos muros hablaran

mil cosas nos contarían;

el tiempo fue pasando

y sus recuerdos quedando,

fuertemente bostezarían

y callar nunca podrían.

   Porque sus seres inertes,

vigías de nuestra era,

henchidos de mucha historia,

expuestos a cualquiera

que sepa y pudiera

remover su memoria.

   Pues solo el erudito

a las piedras hace hablar

y su historia mostrar,

sería buena ocasión

a ese hombre encontrar

y nos diera su mención.

   ¿Santo Dios! Si yo pudiera,

en sus muros me plantaría,

con mucho tesón sacaría

a relucir la verdad;

en oro la enmarcaría

mostrando su identidad.

   Es la planta del castillo

fenicia de fundación,

árabe de construcción,

de honor y gloria cristiana

que levanta su pendón

con memoria mundana.

   Honorable vigía del tiempo

que mira al horizonte

fortaleciendo su mente,

fiel guardián del continente

y que tu fuerza remonte

la confianza de tu gente.

   ¿Cuántas veces he pisado

la tierra de su castillo?

No lo sé. Siendo un chiquillo

solo en jugar pensaba

y allí siempre estaba,

hasta el canto del grillo.

   Los recuerdos de mi infancia

son como ramas de flores,

ramillete de colores

que el tiempo diluye,

añoranza que en mi fluye

prendida por mil amores.

   Porque el pasado queda

oculto en nuestro ser,

se aviva su amanecer

si el recuerdo es mayor

haciéndonos creer

que lo pasado es mejor.

   Hoy está enmudeciendo,

pero mañana hablará,

lanzará a los cuatro vientos

sus ocultos pensamientos

y su raíz labrará,

su historia se sabrá.

             Vll

   Y la esposa del maestro

por mi se interesaba,

por la calle me veía

y jovial me paraba,

dulcemente me hablaba

y yo, feliz, sonría.

   Era mi agradecimiento

a esa dulce mujer,

pues era de corazón

mi sonrisa, no creer

en ella sería tener

personalidad sin don.

   A veces me reprochaba

el no ir a la enseñanza.

<< Un hombre debe ser culto>>

-me decía con templanza-

<<Debes mostrar confianza

y no ser un simple adulto>>

   <<La escuela es tu camino

y los libros tu bandera,

te enseñaría a vivir,

te enseñaría a compartir

toda una vida entera

de afable primavera>>

<También se aprende a morir,

porque la muerte es cultura.

El mundo es una fiel loza,

es nuestra sepultura

que un día, por ventura,

viene y nos destroza >>

   Yo siempre iba a lo mío,

de dicha escuela nada

y menos quería hablar,

para mi estaba cerrada

con la puerta bien echada

y yo lejos del lugar.

   Esa mujer era dulce,

amable y señorial,

gran encanto personal

con una vasta cultura

forjada en la lectura

de una mujer colosal.

   La conocí ya mayor,

con rasgos de gran belleza,

cuando el tiempo empieza

a rasgar las facciones,

cuando uno tropieza

con sus ofuscaciones.

   Pero era muy lúcida,

con gran razonamiento

y libre pensamiento,

de cultura refinada,

era esposa amada

de oculto sentimiento.

   Decían que no era feliz,

que casó por conveniencia,

que la faltaba alegría;

ella mostraba paciencia,

sumisión y prudencia

porque bien le convenía.

   Eran dichos de comadres,

pues era esposa honesta,

fiel a su marido, presta

a cualquier petición

que pasara por su testa

sin sufrir humillación.

   El pueblo era la repera

y llegaron a decir

que los dos hambre pasaban,

no tenían para vivir

y mucho para sufrir,

pero ellos les admiraban.

   Pues había un gran dicho

en labios de la gente

que era muy sugerente

sobre el hambre del maestro,                                                                  

pero que era evidente,

más para mí era siniestro.

   Comentaban del maestro

y su remuneración,

que su sueldo era poco

y poca su prestación,

pero era su profesión.

¡Para comer iba loco!

   Mi madre era susceptible,

buen corazón tenía

y solo hacer bien quería,

fuese mentira o verdad

escuchaba la habladuría

y surgía su humildad.

   Por ello, por primavera,

mi buena madre llevaba

una gran cesta de fruta

al maestro, no esperaba,

ni de ello se trataba,

de asegurar mí disputa.

   Así mitigó mucha hambre,

pues ellos lo agradecieron

y siempre mantuvieron

un don de agradecimiento

que en todo momento

ellos responder supieron.

También les daba otras cosas:

lo que la huerta daba,

no sé cómo se arreglaba,

pero a cada instante

al pueblo se escapaba

y siempre iba los anales degalante.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                       

   Porque mi madre no quería

que nadie lo supiera,

y menos el ?señorico?,

pues era de una manera

que asustaba a cualquiera,

como lo hacía el rico.

   Odiaba al maestro

junto a su generación,

a no tender decencia

quedaba en observación,

mantenía su decisión

perdiendo la paciencia.

   Menos preciaba al mentor

por su forma de pensar,

por su uso libertario

que tenía de enseñar,

de instruir y de formar

frustrando su seminario.

   Mi madre tenía miedo.

Si llegase a sus oídos

estaríamos perdidos,

pero hambre quitar quería

a tales incomprendidos,

más el riesgo lo asumía.

   Yo no iba a la escuela,

no quería privilegio,

no asistir al colegio

nada para mí suponía

y menos aún quería

tener derecho regio.

   Yo estaba orgulloso

de aquella bella mujer,

me gustaba padecer

sus halagos, sus reproches.

¡Fueron tantas las noches

soñando con su querer!

   Nada supo el ?señorico?

de este singular evento

y hasta ese momento

continúa engañado,

pues se fue al otro lado

pudriendo su sentimiento.

 

 


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