LOS ANALES DE MULEY(1ª PARTE)(7)

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              X

   Aquel día del mes de julio,

cuando el alba despunta

y su tenue luz disyunta,

me desperté azorado,

busqué alguna pregunta,

más estaba asustado.

   Aquel fuerte ruido

de mis sueños me apartó,        

Morfeo de mí se alejó

dejándome sudoroso

y su fantasía voló

sobre campo misterioso.

   Sentado sobre la cama,

Inquieto, con pavor,

noté correr el sudor

por mi faz desencajada;

todo era abrasador

y mi acción fue callada.

   Reaccioné de inmediato.

Salí fuera corriendo,

mi vista fue recorriendo

aquella imagen dantesca

y fui comprendiendo

la situación pura, fresca.

   Contemplé la casa grande,

había gente desbalijando

y su interior quemando,

se llevaban lo habido,

todo lo iban requisando

al son de un alarido.

   Aquello era un caos:

gritos y carreras había,

la gente por doquier corría,

todos algo encontraban,

todos algo llevaban,

más mi corazón se partía.

   Todo lo iban destrozando.

Lo sembrado en la huerta:

hortalizas, sus verduras?.

La hacienda estaba MUERTA,

más seguían con la reyerta

gentes que parecían puras.

   ¡Y cayeron lo frutales!

¡La alegría de la hacienda!

Eran cómo la rienda

que al caballo conduce,

fue sustento, merienda,

gracias a lo que produce.

   Mi indignación era grande,

esas personas delinquían

y delincuentes parecían;

todo estaba calculado,

pienso yo, porque creían

en el botín saqueado.

   Y no respetaban nada,

ni aquella pobre mujer

que tanto dio de comer,

pues tanta hambre quitó

que su sano padecer

todo aquello se olvidó.

   Allí estaba ella, mi madre,

Impávida y callada,

con su lánguida mirada,

fija, sin parpadear.

Vio su casa saqueada,

de pena olvidó llorar.

   Allí se quedó inmóvil,

solo una frágil brisa

removía su cabello

ahogando su sonrisa

de incauta premisa,

su expresión fundía lo bello.

   Ni suspiró ni lloró.

Contempló toda la escena

y sintió mucha pena

cuando reconoció a gente,

pero tranquila, serena,

fue casera prudente.

   No comprendía el por qué

cómo gente que llamó

a su humilde morada,

su puerta abrió

y mucha hambre quitó,

sisan y no dejan nada.

   Yo, al verla tan erguida,

ver su enjuta figura

con su impasibilidad,

corrí hacia su vestidura,

a su lado, por ventura,

demostré mi lealtad.

   Era todo un gran desmadre,

pues todo lo requisaban,

lo destruían o quemaban;

niños, mujeres?adultos,

improperios gritaban,

vociferaban insultos.

   Me daba miedo oí

palabras tan mal sonantes

con semántico sentido;

todas eran repugnantes,

insólitas, ofuscantes,

solo en su contenido.

               Xl

   Absortos en nuestro tiempo,

vimos cómo sobresalían

algunos hombres armados,

eran soldados que corrían,

más pensé que desaparecían

sobre los amotinados.

   Todo fue un espejismo

en mi insólita mente,

pues aquellos milicianos

iban juntos a la gente

que robaban al pudiente

y se gritaban: ¡hermanos!

   Aquella masa ululaba

frías consignar por doquier

y los gritos libertarios

parecían oscurecer

aquel bello amanecer

de colores legendarios.

   Cada vez había más gente,

más milicianos entraban

y todo lo rastreaban,

ningún rincón de la hacienda

quedó sin su encomienda,

más todo lo controlaban.

   Era una organización

bien desorganizada,

una acción planeada

que él pueblo, hambriento,

buscó su hábito contento

de odio y envidia preñada.

   Era nuestro lamento

un llanto de gran dolor,

pues todo era confusión

creyendo en el pundonor,

nunca creí que el honor

fuese una humillación.

   El vulgo es incontrolable

si el hambre es su premisa,

toda persona precisa

sosiego y hastío

paras no ser indecisa,

y así calmar su vacío.

   Busca su presa el cóndor,

busca con ahínco su pieza

y mata con gran destreza,

su red hecha el pescador,

el hombre es instigador,

más en su piedra tropieza.

   La luz clara de aquel día

mostró la realidad

fundida en una verdad

difícil de entender,

fue tanta mi nulidad

que ahogó mi frágil ser.

No comprendo al ser humano,

siendo un ser racional

con un alma inmortal

capaz de razonamientos,

expone lo personal

en estos crudos momentos.

   Tengo edad de comprender,

camino por la pubertad,

sé dónde está la verdad

y deploro la mentira;

la perfidia aflora mi ira,

más calla mi voluntad.

   Se ha quemado mi infancia,

mis juegos y mi alegría,

la gente, con su alegoría,

ha espaciado su semilla

de odio en la otra orilla

que crecerá algún otro día.

   Tengo mi corazón roto,

mi ánimo va por el suelo,

no encuentro consuelo

que alivie mi pena,

quisiera correr un velo

y borrar esta escena.

   Adiós digo a la amistad

fácil de conveniencia,

le pido a mi conciencia

que acate mi voluntad

y apelo a mi paciencia

para aclarar la verdad.

   Porque nadie queda libre

de la fuerza del destino,

pues todo es paulatino

y la mentira florece;

el gorrión, sin su trino

de alegría carece.

 

 


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