EN LOS PASTIZALES
Por Aurokundala
Enviado el 17/02/2013, clasificado en Ciencia ficción
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Los pastizales se mecían empujados por el viento. En el cielo, pequeños grupos de nubes se desplazaban sobre la montaña, hacia el oeste. Círculos de aves vigilaban el imponente acantilado, y a dos figuras humanas que venían bajando lentamente por un sendero y entraban al pastizal. El aire estaba húmedo y tibio, en pocas horas se desataría la tormenta. El antropoide metálico se detuvo un momento y apuntó hacia el acantilado. La mujer que lo acompañaba asintió, desconsolada, y ambos comenzaron a andar en esa dirección.
- Todavía puedes recapacitar dijo el antropoide con una voz emitida en muy baja frecuencia nadie habrá notado nuestra ausencia aún.
- Ya no hay vuelta atrás le respondió la joven. Sus ojos se llenaron de lágrimas. Le dirás a él que lo amo
- Sí
La inexpresiva voz del antropoide hizo recobrar ánimos a la mujer, que siguió con paso firme rumbo al acantilado. El sol había declinado y una espesa nube negra cubría la montaña y amenazaba al valle con sus explosiones eléctricas. El viento arreció, ofreciendo resistencia al desplazamiento de la mujer, que empezó a caminar con dificultad. El poderoso antropoide no la ayudaría hasta que ella se lo pidiera expresamente, cosa que no hizo.
El acantilado era imponente, y estaba coronado por una majestuosa caída de agua que manaba de las rocosas pizarras del frente. Finas e insistentes gotas de lluvia bajaron a mezclarse con la bruma de aquella monstruosa cascada. Había caído la noche; arriba brillaba una luna clara. La mujer caminó hacia el borde del precipicio. El antropoide la dejó avanzar sola.
- Espera un poco dijo la metálica voz Grábale un mensaje de despedida.
La mujer estaba llorando, y pensaba qué más podría decirle, aparte de que lo amaba profundamente. El antropoide la tomó de la mano y la atrajo a sí, para evitar un mal paso a causa del viento que soplaba con furia. Le extendió un dispositivo para que ella dijera un mensaje para él. Ella hizo un esfuerzo por contener el llanto, y habló con voz serena, pero a la vez muy triste. Le dijo que lo amaba, pero sabía que su amor era imposible, a pesar de ser ella hija de Maestros, y todo por causa de esta absurda guerra de razas. Para ella, el deseo de su amor no cumplido era la muerte. Ahora dejaría que el acantilado se la tragara para acabar con sus sufrimientos y dejar el camino libre para que él siguiera con la farsa que salvaría la honra de su especie. La joven elevó los ojos al cielo. Una fuerte lluvia comenzó a caer sobre el valle.
- ¿Sabes que esto traerá consecuencias? dijo el antropoide.
- Lo sé
- Él morirá también
- ¡No! El vivirá, estoy segura.
Una cálida esencia de tiempos pasados, de alegrías ausentes y eternas, invadió el corazón de la mujer. La noche se hizo más oscura y más fría, envolviéndolos en un vacío tenebroso y hostil. Ella vaciló, tenía miedo, pero su voz no tuvo miedo.
- Empújame al acantilado le ordenó al antropoide, y este obedeció con frialdad mecánica, arrojando sin dificultad a la joven hacia el vacío. El cielo pareció romperse a pedazos, el aire temblaba mientras caía una lluvia aceitosa, pesada y abundante. El antropoide avisaría a los padres de la joven. A la mañana siguiente encontrarían el cuerpo en alguna parte, a orillas del río.
El antropoide intuye que este suceso incrementará el odio entre las masas, como siempre ocurre tras la inmolación de alguien considerado un semidiós. La guerra podría extenderse hasta las costas, ocasionando la ruina y sembrando la peste por doquier. Pero ella no supo ver más que la pena de su amor frustrado. Cada uno es dueño de su vida. ¿Quién se lo podría reprochar? Era tan hermosa, piensa el antropoide al subir la montaña, silencioso. Siente pena, pero no se da cuenta.
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