Una mudanza casi perfecta

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Aquí estoy, sumergida en la bañera, intentando procesar lo que me ha pasado en el día de hoy.

Nunca pensé que algo así me fuese a ocurrir a mí, ni que fuese capaz de ello. Pero sí tengo claro que es la experiencia más excitante que he tenido en mis 32 años.

 

Llevaba un día agotador, me había levantado desde las 6.30h. de la mañana, porque el camión de la mudanza, llegaría a las siete.

Lo tenía todo preparado en cajas.

Cuando vi que eran las 9.15h. y aún no había llegado, sabía que algo no iba bien.

Tras tres intentos infructuosos de llamadas a la empresa, en el cuarto intento logré localizarlos. Al parecer el camión que debía venir se había averiado.

 

Y ahora qué iba a hacer yo... Era domingo, no había más camiones disponibles y cualquier otra empresa hoy estaba cerrada.

La única solución era utilizar mi "cucarachita". Tenía un Seat Panda rojo, heredado de un amigo. No sabía si aguantaría, pero era mi única opción.

Así que empecé a montar una a una las cajas y así repetidamente.

¿Quién me mandaría a mí a tener tantos libros? Pero era incapaz de dejarlos allí. Me han enseñado tanto y me han hecho disfrutar de tantas historias y aventuras que no podía bandonarlos a la primera de cambio.

Tendría que hacer un sobreesfuerzo, pero ellos se vendrían conmigo.

 

Sobre las 17h., llamé a una amiga mía, que tenía una empresa de masajes para ver si tenían servicio a domicilio. Intuía que al final del día, no serviría para nada y mañana a primera hora debía de estar en la recepción de mi nueva empresa.

A las 19h vendría alguien a darme un masaje y dejarme como nueva, pero ya eran las 19.15h y no había llegado nadie.

Ya no me podía mover. Quién me mandaría a alquilar un segundo piso sin ascensor?

De pronto sonó el timbre. Por fin, ya habían llegado.

- Hola, buenas tardes, vengo de "Relax Time" me ha enviado Carla - dijo a toda prisa.

- Ho... Hola, soy Marta. Efectivamente había pedido un masajista, pasa, pasa. - respondí como pude.

Dios mío, pero qué guapo era. Tenía delante a un Dios griego. Era alto, delgado, rubio y con unos ojos verdes que quitaban el hipo a cualquiera. Pero qué había hecho Carla? me había enviado un masajista o un modelo. ¡Por favooooorrr!.

En su mirada, también pude ver que a él tampoco le desagradaba lo que estaba viendo. Y ahora que lo pienso era normal, pues llevaba un short blanco y bastante cortito y una camiseta con cuello barco a hombro descubierto.

- ¿Dónde puedo abrir la camilla? - preguntó mirando el desorden que había a su alrededor, intentando contener una pequeña sonrisa.

- Pues... a ver... - la verdad es que no había hueco por ningún lado. Las cajas ocupaban cualquier lugar habitable. - ¿Te parece si vamos al dormitorio? - pregunté ingenua.

- Me parece estupendo. No creo que estuviésemos en ningún sitio mejor - contestó socarronamente.

Al darme cuenta de lo que yo acababa de decir y de lo insinuante que era su respuesta un fuego recorrió todo mi cuerpo, acentuándose inesperadamente en mi "pepita".

El simple hecho de imaginarme desnuda ante él, hacía que me humedeciera.

Abrió la camilla y la señaló haciéndome un gesto para que me tendiese en ella.

Me dio la espalda, mientras me desnudaba el torso y me tendí boca abajo. Me sentía tan vulnerable llevando solamente el mini-short.

Pronto puso sus manos sobre mí.

Su primer contacto me produjo un pequeño sobresalto. Un cosquilleo se apoderaba nuevamente de mi zona central.

- ¿Estás nerviosa?

- No, no, para nada - intenté disimular - simplemente fueron tus manos frías sobre mí.

Dios, pero cómo pude decirle eso, si las tenía hirviendo. Eran tan cálidas, tan suaves...

Comenzó por la espalda. Sus movimientos eran acompasados. Incidió mucho en los hombros, pues parecía tenerlos sobrecargados. Y no era de extrañar... luego la zona lumbar... sus manos se fueron acercando a mis glúteos. Parecía saber perfectamente por donde debía pasar los dedos para darme un buen masaje sin llegar a sobrepasarse.

Aunque en mi interior, era justamente lo que quería, necesitaba que me tocase un poco más, más cerca... sus yemas me tenían totalmente excitada y no sabía qué hacer.

Sentía la necesidad de mover mi culo, siguiendo el compás de sus manos, para que me tocase más y más. Sus manos incidían alrededor de mi trasero

De pronto, se me escapó un gemido.

Dios, nooo, que vergüenza, espero que no lo haya escuchado. Yo era incapaz de levantar la cabeza.

Pero mi mayor sorpresa fue cuando él me respondió de igual manera.

No me lo podía creer. Él parecía estar igual de excitado que yo.

Yo volví a gemir tras la insistencia de sus movimientos. Sus manos por el interior de los muslos se resbalaban con una destreza que me volvía loca. Cada vez hundía más sus dedos hasta que inevitablemente me tocó a través del pantalón.

Fue un simple roce, pero el reflejo de mi cuerpo fue abrir mis piernas para que él tuviese mejor acceso. Su manera de masajear el interior de mis muslos me excitaba, me humedecía, anciaba mayor contacto.

Él se dio cuenta de mi predisposición, así que sus dedos se adentraron por los laterales del pantalón, llegando hasta el clítoris.

Mi humedad debió sorprenderlo. Seguro que no esperaba que estuviese tan preparada. Sus jadeos cada vez eran más excitantes. Mi pantalón estaba totalmente mojado, tiró de él y me lo sacó.

Aproveché para girarme, ya no había vuelta atrás.

Él estaba totalmente empalmado. Parecía que el pantalón le iba a estallar.

Al verme los pechos, pasó su mano por ellos pellizcando levemente los pezones. Su lengua terminó de endurecerlos.

Me senté en la camilla, le quité la camiseta y desabroché el pantalón. Me abrió las piernas y me apretó contra él.

Estaba realmente duro. Mi cuerpo lo estaba pidiendo a gritos. Quería que me penetrase, el deseo latía en mi clítoris como nunca antes lo había hecho.

Necesitaba su polla dentro de mí, hasta que por fin lo hizo.

Ni siquiera me quitó las bragas, las asió a un lado y me penetró como un toro salvaje.

La camilla no aguantaba sus embestidas, me cogió en peso y me apoyó contra la pared.

 

Mis piernas rodeando su cintura comenzaban a resbalarse debido al sudor. Los pezones duros como piedras excitados por el roce de su vello corporal parecían extender la excitación a todo mi cuerpo.

De pronto, perdí la voluntad de movimiento, era presa del placer. Mi cuerpo comenzó a estremecerse y sus embestidas comenzaron a ser mayores.

Parecía una película, pero los dos llegamos al mismo tiempo.

Su semen se derramó en mi interior. Mi vulva más hinchada que nunca latía de placer.

Sus piernas desfallecieron haciendo que termináramos tirados en el suelo, jadeantes...

Tras 5 minutos de relax y silencio solo se le ocurrió decir:

- Lo siento... - se levantó tan rápido como pudo, se vistió apresuradamente, recogió sus cosas, me dio un beso en los labios y se fue.

Acababa de tener la experiencia sexual más maravillosa que había tenido en mi vida. Y de él solo me había quedado su olor corporal.

Ni siquiera sabía su nombre.


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