Taller de literatura

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Hacía tiempo que estaba deseando ir a uno de esos talleres de creatividad literaria, un espacio en el que poner a prueba mis dotes de escritora frustrada bajo la supervisión de alguien que hiciera una crítica constructiva de mis pequeños relatos. Mis incursiones en este mundo habían sido tímidas y bastante intimas, limitando las historias a mi deleite personal. Nunca he buscado llegar más allá con ellos, y mi timidez junto, con mi falta de confianza, no me habían permitido nunca mostrar mis pequeñas creaciones a nadie.

Los asistentes al taller eran de lo más variopintos, algunos no tenían nada que ver con el estereotipo de persona que esperaba encontrar allí. Así, podías encontrar un ama de casa que hacía de sus hijos los protagonistas de sus relatos; una octogenaria que nos deleitaba con sus romances aprendidos en la juventud, un joven engreído y pedante que buscaba confeccionar el relato perfecto que tuviera la aprobación del profesor; la quinceañera cursi y enamorada que suspiraba entre frase y frase de su novelita estilo Jazmín; las dos amigas inseparables que se miraban y sonreían cada vez que alguien decía algo que pudiera tener para ellas un significado especial. Y también estabas tú, un joven algo tímido, poco hablador pero atento a todo lo que pasaba a su alrededor, examinando a cada uno de los participantes quizás para darles un papel en las pequeñas historias que confeccionaba y que nunca leía a viva voz. Creo que no quedé fuera de tus análisis. Pude verte observándome en más de una ocasión, al levantar la mirada que se encontraba con la tuya buscando escabullirse con rapidez. Solo me limitaba a sonreír, aunque no creo que en las primeras ocasiones te dieras cuenta de mi gesto amable. Con esa sonrisa solo buscaba la complicidad de alguien, que a mi entender, podía asemejarse más a mi forma de ver las cosas.

Agustín, el profesor, nos planteó un reto que a muchos hizo ruborizar, y que a ti y a mi nos hizo sonreír. Usó para ello un pequeño relato de Isabel Allende con el que comenzaba Cuentos de Eva Luna.

Por fin nos habían puesto en un aprieto, un relato con un componente erótico.

El sábado pasó rápido. Hasta el domingo no me tomé en serio el reto del profesor. No supe por donde empezar ni que personajes escoger, ni que tipo de vocabulario usar? ¿Como decir ciertas cosas para que parecieran sutiles? Cómo despertar los más bajos instintos del auditorio sin que pareciera ordinario era la gran pregunta que rondaba mi mente una y otra vez.

Un paseo por la calle haría que pudiera pensar con más claridad, y sobretodo, tomar un helado en el paseo marítimo. Sentada en uno de los bancos y saboreando el helado me sorprendió una voz susurrante desde mi espalda.

- Si todo lo lames igual yo me pido ser de chocolate- rió él divertido al ver mi cara de perplejidad.

- Te salva el que te he visto antes de meterte el helado por el ojo- dije no muy contenta.

- Perdona, pero llevo un rato buscando la inspiración para mi relato y en cada cosa que veo encuentro algo excitante, pero no soy capaz de materializar nada.

- ¿A mi me lo vas a decir?, aún no he sido capaz de encontrar una buena idea. He salido para ver si se me ocurre algo.

- Pues mientras tanto te invito a otro helado, yo voy a por uno.

- Creo que otro sería mucho, pero te acepto un zumo de frutas.

- Eso esta hecho.

Esperé sentada en el banco hasta que él llegó con un helado doble de menta y chocolate y un vaso de zumo de papaya y naranja bien frío y con pajita. Se sentó a mi lado y permanecimos en silencio, mirándonos casi de reojo y observándonos mutuamente.

Mientras miraba al horizonte, lo observé hasta llegar a ruborizarme por los pensamientos que llegaban a mi mente. Aquellos labios sorbiendo el helado, fríos, mojados y su lengua relamiéndolos de vez en cuando formaban una escena algo mas que sugerente. Lamer las gotas del helado derretido que de vez en cuando se escurrían entre sus dedos me hacía imaginar escenas algo subidas de tono, deseaba por unos instantes ser una de aquellas gotas resbaladizas o el helado que introducía en su boca. Reconozco que un pequeño escalofrío me recorría el cuerpo como si deseara que aquellos labios dulces me recorrieran. Sin darme cuenta de la situación, como si me hubiera abstraído de la escena, comprobé que esos pensamientos no pasaban solo por mi mente, mi compañero observaba con detenimiento una de las gotas que resbalan por el exterior del vaso frío y que había ido a parar a mi escote por donde seguía deslizándose hasta perderse entre ese pequeño valle que formaban ambos senos. Acto seguido, sus ojos volvieron a subir hasta la boca para observar como mis labios presionaban delicadamente la pajita por la que sorbía el refrescante zumo, y como la separaba de mi boca para luego volver a buscarla con la punta de la lengua. Un cruce de miradas fue suficiente para que ambos supiéramos que pensaba el otro y nos diéramos licencia para seguir imaginando. Por un momento olvidé su helado y dejé que sus lametones tuvieran como objetivo mi cuello, la parte superior de mi escote, mis pechos deseosos de caricias, mi vientre que se contraía con cada roce de sus labios. Deseaba que esos besos llegaran más abajo, donde, sin darme cuenta, ya estaba húmedo y ardiente, abierto como un higo maduro que solo espera ser devorado por alguien que degustara su almíbar azucarado. La explosión que estaba sintiendo solo era comparable con el brillo de placer que se notaba en sus ojos imaginando una escena como la mía, como si quisiera atrapar con su lengua la gota que se deslizaba por mi escote, y saborear aquellos pechos que dejaban notar la dureza de los pezones a través de la camiseta. Había sustituido en su mente la pajita que dejaba reposar en mis labios por el miembro que comenzaba a notarse bajo su pantalón de deporte. Podía imaginar una escena en la que mi boca jugaba con aquel pene erecto que apuntaba desafiante, con textura rugosa y sabor agrio, de suave y rosada punta que hacia las delicias al roce con mis labios. Sus ojos clavados en los míos me narraban una escena apasionante, cargada de calor y sudor de cuerpos que se encuentran, que se aman en silencio, con el único ritmo de fondo de las respiraciones entrecortadas e interrumpidas por suspiros de placer ilimitado; su boca, la mía; sus manos, las mías; su cuerpo, el mío? era como un festival de sensaciones, de escalofríos que recorren rápido el cuerpo, de orgasmos sin roces? Aquella experiencia duró unos minutos en los que nos dio tiempo a tomar el helado y el zumo. Una vez terminamos y volvimos a la realidad no intercambiamos ninguna de las informaciones que nuestras mentes calenturientas se habían encargado de construir.

Agustín nos animó a contar nuestros relatos. Mi historia tenía de protagonistas a un joven desconocido y un helado. Él tenía como protagonistas a una joven y un zumo frío.


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