A 5 metros de Talifayet
Por Abián
Enviado el 18/06/2015, clasificado en Intriga / suspense
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De nuevo ahí estábamos mi amigo René y yo, en la aduana de Mali camino de Talifayet, un pueblo parado en el tiempo. Cada pocos meses, y tras reunir el justo dinero para el viaje, diluíamos miles de kilómetros con la ilusión de sentirnos libres en el lugar donde no hay horarios sino compromisos, no hay carreteras sino caminos.
Sentados en el coche esperábamos nuestro turno para cruzar la frontera, cuando René me hizo una confesión. En esta ocasión no había reunido el dinero para sustentar el viaje, y por ello invirtió el poco dinero del que disponía para comprar 5 gramos de droga. Mi corazón empezo a palpitar, diapositivas de malos pensamientos pasaban por mi mente, notaba mi garganta cerrarse. Si nos incautaban la droga, tendríamos una condena segura en prisiones que no quiero ni imaginar.
Cuando tocó nuestro turno, avanzamos con el coche parando poco antes de la puerta. Como siempre, entregamos nuestros pasaportes y René bajó para mostrar el contenido del maletero a un agente, mientras otro gestionaba los documentos. Una vez inspeccionado el maletero, el agente de los documentos me entregó mi pasaporte pero a René no, y le dijo que le acompañara.
Giré la vista para intentar ver a mi amigo, pero lo que ví era a un policía con un perro. Mi estado de ansiedad se convirtió en pánico, y el miedo que me invadía obligaba a mi pensamiento a buscar una solución antes de que se presentara el problema. Vi la puerta a cinco metros y pensé en cruzarla, desentenderme del coche y por consiguiente de mi amigo, no podía hacer nada por él, pero sí por mí. Aproveché que el policía con el perro estaba inspeccionando un vehículo para en la fila paralela a mi posición, cogí mi bolsa de mano, mi pasaporte sellado y bajé para cruzar la puerta y esperar que René tuviese fortuna. Tras cruzar la puerta esperé en un basto pilar que me servía para ocultarme y poder observar el desenlace. tras cinco eternos minutos, vi que el policía y su perro inspeccionaban la fila de vehículos paralela a la nuestra, y cómo mi amigo llegaba al coche. Me vio, esbozó una sonrisa y me dijo: qué haces ahí?, ya está todo claro, vámonos!
A René le conté que prefería esperarle fuera del coche para estirar las piernas tras el largo viaje, pero lo que en realidad prefería era librar mis miedos aunque para ello tuviera que abandonarle a su suerte
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