LOS ANALES DE MULEY(1ª PARTE)(16)

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   Se podía adivinar

su afligido pensamiento,

lejos del resentimiento

su vida allí recordó,

pues con esmero cuidó

la casa en cada momento.

   Atrás dejó días crudos

cuyos recuerdos quedaron

en el tiempo dormidos,

pero pronto se avivaron

y su cara les mostraron

con sus gestos afligidos.

   Aunque triste comprendió                

que pronto llegaría el día

que esa casa resurgiría

alcanzando su esplendor,

porque esperanzas tenía

puestas en su señor.

   Aquellos fuertes muros,

por el fuego ennegrecidos,

clamaban ser reconstruidos,

su clamor se oirá;

pondremos nuestros sentidos

y su construcción se hará.

   Cuando contempló la casa,

esa donde me parió,

amargamente lloró,

pues ya no tenía hogar

y todo se le esfumó.

¡Lícito era su llorar!

   Era tanta su aflicción

que las manos me apretaba

y no se daba cuenta

del daño que efectuaba,

más estoico aguantaba

como si pagara renta.

   Al contemplar su hogar

quemado y ruinoso,

su alborotado llanto

brotó fuerte, penoso,

altivo y temeroso,

pues quebró su quebranto.

   Yo contemplaba la tierra

polvorienta y baldía,

toda yerma parecía;

lo veía todo incierto,

como un gris desierto

que va muriendo cada día.

   Aquella esplendida huerta

de magníficos frutales

y bellísimos rosales,

brillaba por su ausencia;

más razones personales

agriaban mi convivencia.

   Ardua sería la labor

de regenerar la tierra

porque esta maldita guerra

todo lo aplasta o destruye,

solo destrucción encierra

y ante nada rehúye.

   Se necesitan brazos

para levantar la hacienda

y tomar su buena rienda,

aunque mi brazo es blando

para dicha encomienda

seguiré, pues, pensando.

   Porque mis ansias de vivir

y mi afán de construcción

superaba mi impotencia,

pues todo aquel montón

de total demolición

sería nuestra convivencia.

   La hacienda se levantaría

y vendría tiempos mejores,

pies todos su moradores

volverían a lucir

su fragancia de colores

para poder presumir.

   Volverán los buenos tiempos

de fiestas y de esplendor,

de lujo multicolor,

más conlleva la tiranía

de nuestro amo y señor

que nos muestra cada día.

   Y nosotros tan felices,

sus placeres sirviendo

y sus deseos cumpliendo,

pues somos fieles sirvientes

de antaño obedeciendo

sin poner inconvenientes.

   Pero somos consecuentes

de nuestra realidad

y la mucha falsedad

que en este mundo existe;

si no te muestras triste,

no encontrarás la verdad.

   La vida es un desafío

que debemos afrontar  

y tenemos que luchar

para poder existir,

más por mucho pelear

siempre hemos de morir.

   Esta maldita contienda,

que yo no he querido,

nos hace tomar partido

y tilda de asesino

al pobre despavorido

que huye por su camino.

   Y así se contemplaba

las ruinas de la hacienda

destruida por la contienda:

el odio y la envidia.

Y que nadie pretenda

acusarnos de desidia.

   La pondremos en pié

con todo nuestro orgullo,

callaremos el mormullo

de toda la mala gente

que con falsa voz de arrullo

confunden nuestra  mente.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                 

   Con su tétrica mirada

fija en el azul del cielo,

parecía pedir consuelo

por los males terrenales,

más no ocultaba recelo

de avispados mortales.

   Era una mujer honesta

de frágil sentimiento,

quebraba su pensamiento

cuando la falta veía;

ayuda siempre prometía,

daba hasta su aliento.

   Ahora era la desvalida

y al cielo clamaba  

pidiendo su ayuda,

porque la gente olvidaba

y su mirada ocultaba,

más ella se vio desnuda.

   Nadie nos auxilió

ante tanta destrucción,

mostraron su presunción

y su sentir acallaron,

fue fácil la deducción

cuando nos olvidaron.

   Nunca nada reprochó

a su pueblo querido

y nada dejó en olvido,

más se sintió dolorida

de todo mal acaecido

y no ocultó su herida.

   Aquella vil destrucción

como suya la sentía,

el corazón se le partía

al contemplar su huerta

toda ella yerma, incierta,

más su muerte no entendía.

Allí estaba sus desvelos,

sus cuidados y sus sueños,

y sus buenos empeños

para mantener la hacienda,

el amor hacia sus dueños

aunque no les comprenda.

   Todo estaba en ruinas,

hasta su humilde hogar

fueron a profanar;

los recuerdos se quemaron,

nada se pudo salvar,

pero sus muros quedaron.

   Por ello al cielo bramó

pidiendo por su esposo:

que fuese generoso,

protegiese a su marido,

pues era hombre medroso

de toda lo acaecido.

   Necesitaba sus brazos

para aquello reconstruir

y a sus dueños servir;

ella nunca podría

y mi madre bien sabía

que teníamos que vivir.

   De esa guisa volvimos

a vivir en nuestra huerta,

con su estancia abierta,

pues no es ninguna treta

de olvidarse de la puerta,

pues a nadie se le reta.


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