Epílogo (Rescatando una estrella)

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El mundo parecía el lugar más injusto de todos los universos posibles. Parejas de enamorados paseaban con sus dedos entrelazados hacia ningún lugar, niños correteaban de un sitio para otro sin separarse del grupo, un corro de ancianas hacían sus labores de bordado mientras el sol descendía para dar paso a un ambiente más agradable. Podría parecer que este breve esbozo nos alentase a considerar el mundo el mejor de los posibles.

 

Ella tomó su mano acercándola a sus labios para besarla repetidas veces con serenidad. El esquivó su mirada varias veces doliéndole el gesto hasta lo indecible. Aquella tarde se despidieron con una alerta en sus corazones. Diez años no pasan sin previo aviso, el afecto se solidifica y los vínculos se ramifican continuamente. Por qué nunca sabemos qué se mueve en las sombras, sigue a la felicidad con parsimonia y paciencia socavando en ocasiones la misma estructura del amor, para convertirla en la estructura del dolor.

 

De entre todos los niños del grupo él era distinto, era capaz de pensarse a todas horas, proyectarse con imágenes mentales en un futuro que le incomodaba. Su mente rebasaba la fantasía propia de su edad para fijarse en el escaparate del mundo de los mayores sin entender sus sonidos o posturas ante la vida. Llegaría el día en el cual el riesgo de querer asir una porción de realidad le resultaba siempre desproporcionado. Y aun así nadie freno lo que iba a suceder, no existe esa persona que tienda su mano frente a lo imposible.

 

 Toda su vida había sido avanzar, conquistando posiciones para proteger su felicidad pero mucho antes la dicha de los suyos, sus nietos; sus hijos; sus hermanos y padres. Si llovía sabia que se mojaría, si el sol abrasaba la piel de todos ella sabía que se encendería de calor cada día sin pedir una tregua. Si azotaba desmedidamente el fuerte viento ella tenía paciencia pensando en la calma que anidaba en el centro de su felicidad, como era el abrazo de sus amores. Era fuerte a pesar de sus lamentos silenciosos, intentó llorar sólo de alegría, intentó sonreír a la vida, pero a veces perdió el rumbo.

 

¿Quién puede alcanzar a rozar una estrella?, sentir el sosiego de una melancolía dormida, retozar con la alegría toda una vida sin calendario ni festivos. Quizás somos polvo de estrellas sin más, porque esa chispa que albergamos en nuestros corazones es la prueba de que en nuestros ojos brilla el resplandor titubeante de las primeras estrellas que iluminaron un universo opaco.


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