LOS ANALES DE MULEY (1ª PARTE) (20) (FIN 1ª PARTE

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             XXll  

     Aquellos inciertos días

de muerte y destrucción

y de gran desolación,

los pasaba en la huerta

o estaba de mirón

en esa ruta incierta.

   Fue un reguero constante

de muchedumbre huyendo,

gente que iban creyendo

en una España mejor,

iban ceñudos sufriendo,

caminando con rigor.

   Y la sombra de la muerte

también estaba presente,

extendió su negra capa

arropando a la gente

y gritando sordamente,

pues a su voz nada escapa.

   En cualquier éxodo

de gente precipitada,

el cansancio, la fatiga,

deja a la masa mermada;

la muerte, su gran aliada,

aparece como amiga.

   El avance nacional

sin apenas resistencia,

agravó la situación;

avanzaban con prudencia

matando sin licencia,

sin mostrar compasión.

   En aquella “desbanda”

la muerte fue compañera,

amiga, traicionera,

en tan penoso viaje;

siempre iba la primera

cambiando de equipaje.

   Oteaba triste al cielo

como las bombas caían  

y el daño que producían,

más atónito callaba;

las aflicciones florecían

y silencioso lloraba.

   Me sentía importante

contemplando aquel evento,

me llene de sentimiento

y quise ser un Dios

para pasar el momento

o querer morir por dos.

   Del cielo venía la muerte,

de la tierra amargura,

con genio y figura

se luchaba por la vida,

pero con tanta premura

que se daba por perdida.

   Pues la suerte bendijo

a quién pronto la imploró,

a quién de ella huyó

dejando aquel infierno;

y a quién no le importó

dejar su holgar eterno.

   Seguía mirando al cielo

viendo pasar aviones

y ver morir ilusiones,

era macabra visión,

eran negros nubarrones

partiéndome el corazón.

   Los pájaros de hierro

en sus extrañas portaban

sutiles libros de muerte

donde todos se apeaban;

nombres que se cotejaban

con el azar y con la suerte.

   Y sus alas vomitaban

verde hiel ensangrentada

con la muerte impregnada;

en mi la pena afloraba

y gris era mi mirada

cuando al caer la oteaba.

   Eran vuelos de muerte:

ancianos, adolescentes,

niños con sus parientes,

adultos, todos morían,

pero eran inocentes

de un conflicto del que huían.

   El avance nacional

precipitó la partida

y condicionó la huida,

aquella persecución

insólita, fratricida,

iba contra la razón.

   Por tierra mar y aire

la muerte extendía

su frenético brazo,

efímera apariencia

que su larva introducía

minando cualquier lazo

   Porque algún que otro barco

se unía a la matanza

rompiendo la esperanza

de aquel pueblo errante;

nadie pudo romper lanza

ni ocultar su semblante.

   Eran días diáfanos,

el sol en mar rielaba

y su fuerte luz cegaba;

el estruendo del cañón

salvas de muerte lanzaba

cumpliendo su misión.

   Un día, otro día, otro…

¡La cuenta he perdido!

Me encuentro afligido,

demasiado pasivo,

y contemplé aturdido

aquel éxodo masivo.

   Aquella terrible ruta

fue un justo desafío

de comunal albedrío

de la gente emprendedora;

como reborde de río

que sus aguas añora.

   Fue válvula de escape,

camino de libertad

preñado de lealtad

y sendero empedrado;

tétrica realidad

de un pueblo condenado.

   Camino largo, sinuoso,

pero algunos lo pasaron,

otros atrás se quedaron.

¡Maldita sea la suerte

que los dioses mandaron,

maldito su acierto!

   Y muchas vidas segaron

en aquella “desbanda”,

más nunca se olvidará;

no cejaré en empeño

porque un día se evocará

su recuerdo y su sueño.

   La conquista del pueblo

fue un gélido pavor,

un autentico horror

para la gente inocente;

mataron sin pundonor

a una verdad creciente.

   La bandera del odio,

de venganza, de muerte,

en su mástil ondeaba

y en su fe se convierte;

su lasciva flama vierte

y a todo impregnaba.

   Hubo una gran depresión

y muertos por doquier,

no acabé de comprender

tanto odio y envidia

que hicieron florecer

la sombría perfidia.

   Y llegó a mi pueblo

la ansiada liberación

fusilando sin razón,

la “desbanda” acogió

a quien a ella se unión

buscando salvación.

   Pero quién se quedó

padeció la venganza

de un pueblo exaltado,

cautivo, humillado,

que perdió su templanza

cuando fue liberado.

   Por sus empinadas calles

un río de sangre corría,

al cementerio se acudía

a ver las fosas de muerte

que el vencedor habría

y maldecir a la suerte

   La buena gente buscaba

a sus amores perdidos,

padres, hijos o maridos,

más nadie daba razón;

deambulaban abstraídos

con su roto corazón.

   Así empezó la guerra,

cruenta y duradera,

con muertes y traiciones;

cuando se degenera

y muere la primavera,

florecen las aflicciones.

           XXlll

   Una radiante luna

se esconde del tiempo

en una noche oscura

y un amanecer tardío

apacigua su tristeza

sosegando su miedo,

cálmate luna lunera,

enseña tu cara al mundo

y entierra tu dolor,

deja que brille tu rostro,

quiebra tu aflicción

y rompe tu sutil llanto,

porque la cuita tizna

y se vuelve lamento,

que no te amargue tu pena

y muéstrale al mundo

tu faz tranquila, serena,

enséñale con decoro

tu dolido corazón

por aquellos que murieron

por una España mejor.

Que no te venza el quebranto,

deja doblar las campanas

con sus clamores a muerto;

coge fuerte su maroma,

voltea tus sentimientos

para que escapen al éter

sus afligidos suspiros

y que el viento los lleve

allende del universo,

y que tú clara memoria

esculpa en el tiempo,

en digna loza de oro,

los nombres y apellidos

de aquellos valientes hombres

que la vida perdieron

en nuestra guerra civil.

¡OH diosa del Olimpo,

protectora de la vida!                                                                

Acoge en tu dulce seno

y darle protección

a ese millón de muertos

que la guerra causó,

arrópalos con tu manto

y mece nuestra memoria

para entender su legado.

¡Glorias a las dos Españas!

¡Clamores por sus muertos!

 

 

 

 

 

 


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