Olvido aprovechado.

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Romina, es una flor de mina.

Me salió en verso pero, no es verso lo que voy a relatar. Ella es la menor de las hermanas de mi mujer, Claudia, y es muy atractiva, simpática, conversadora, bromista y mal hablada como la mayoría de las entrerrianas. Morena, 1,74 m de estatura sin tacos, cara bonita, no de modelo, de chica de barrio y cuerpo con todo en la justa medida y armoniosamente. Tiempo atrás con su marido, Pedro, un pequeño empresario de Paraná, vino unos días a nuestra casa en Buenos Aires. Él tenía que hacer trámites de negocios y ella aprovechó para visitar a su hermana.

Habitualmente, los días hábiles yo estoy fuera de casa todo el día, Claudia, los  tres días que atiende en un consultorio de una colega. Romina se quedaba en casa a la espera de nuestros regresos, al final del día laborable. Pero un día miércoles yo me vi obligado a volver antes de tiempo porque había olvidado en casa unos documentos que necesitaba “escanear” y enviar a la casa matriz, en Europa, de la empresa  que me emplea. Dada la diferencia horaria y que los esperaban durante el horario laborable europeo decidí enviarlos desde casa, donde regresé apenas pasada las 12 del mediodía. Entré en casa, saludé a Romina (que estaba planchando algunas prendas y le expliqué brevemente el motivo de mi presencia a destiempo), tomé los papeles, los escaneé y envié por email en, menos de media hora. Ella seguía con la plancha y, encima de la pila de ropa ya planchada, se veía una bombacha rosada. Saltó una chispa en mi cabeza y se encendió en los ojos de mi mente la señal “SEXO”.

- ¿Queres comer algo, Juan?- preguntó sonriente

- No tengo hambre. ¿sabes de lo que tengo ganas? ¡De verte puesta esa linda bombachita! -    y se la señalé con el índice.

-  ¿Ehhhh? ¿Te estás haciendo el pija conmigoooo? Si se entera Claudia te va a dar vuelta como una media – había girado y fijado sus ojos en los míos mientras procesaba mi imprevista y sorpresiva propuesta.

- No tiene por qué enterarse –

- ¡Dejate de joder! Esto no tiene sentido. ¡No seas insensato Juancito! –

- No soy insensato pero no soy rehén de la sensatez, Nena. Si no la usas en su justa medida, le bajas la persiana a las cosas maravillosas que suelen ponerse a tu alcance de vez en cuando. –

La tomé de la cintura y, sin gran esfuerzo, la atraje.     

-  ¡No hagamos una cagada, ¡Juan! – alcanzó a musitar, antes de dejarse besar.

El beso fue como la luz verde en el semáforo: ambos “pisamos el acelerador” y de mis labios en sus labios a mi mano en la concha tardé pocos segundos. Al percibir las caricias íntimas ella respondió con su lengua en la mi boca. Abrazados encaramos el trayecto a la cama más próxima. Ahí el ataque, recíproco, a las prendas de vestuarios fue con precipitación y alevosía. En menos que se tarda en decir “¡Verga váaaa!” la tumbé en el colchón y la “empomé”. Ella comenzó a moverse al ritmo de una música, que supongo salía de la quena que tenía embutida en su concha, y que sólo ella oía.   No paró de gemir, suspirar, clavarme las uñas en la espalda, al rato presa del placer, casi me gritó:

            -  ¡Ahhhhhhh, hijo de putaaaa! ¡Que lindo que me estas culiandoooo! -

Le devolví el cumplido:

- Hija de 100 padres desconocidos, coges como una diosa –

De verdad cogerla era una gloria indescriptible; ella gemía, reía, gritaba hasta que estalló su orgasmo, con profundos suspiros,  sus ojos cerrados  y sus uñas hundidas en mi espalda. Cuando sintió mi semen derramarse en su interior, redobló la presión de sus uñas y contrajo, repetidamente, la concha como queriendo exprimir hasta la gota más insignificante.

Recobrada la calma, cuando aún estaba encima de ella me dijo sonriendo:

-Estuvo requete bueno, nunca me habían cogido como vos,....así  suavemente...despacito...pero sin pausa....me alucinaste, Juancito¡Te lo juro! ¿Me vas a pinchar otra vez?- me halagó.

            -      Seguro. Tenemos tiempo para otra vuelta hoy. Ya habrá ocasión para otra vez y otra y otra…..Me gustas muuuuuuucho – le respondí.

            -      Soy una loca. Loca de arriba y de abajo, de la sesera y de entrepiernas. Acabo de ponerles, en un solo acto,  los cuernos a mi marido y a mi hermana y no sólo no se me mueve un pelo, sino que ya estoy pidiendo más. – hizo una pausa y agregó:

            -     ¿Me crees si te digo que es sólo la segunda vez que lo cago a Pedro, encamándome con otro, después que nos casamos? –  

            -    Si vos lo decís no tengo porqué ponerlo en dudas, ¿que ganarías con embaucarme? Pero dejate de historias pasadas y disfrutemos -

La segunda cogida fue más variada: en cuatro (el culo me pidió que lo dejáramos para la próxima), ella arriba cabalgando, la cucharita y acabada, como manda la naturaleza, ella abajo y yo pistoneando entre sus piernas. Una maravilla de cierre para nuestra primera transa. Dos días después, el viernes, Romina se las arregló para venir al centro.

Almorzamos, en menos de una hora y fuimos a un hotel cercano, en la calle Cochabamba. Prolegómeno fugaz de besos y caricias, más que suficiente para elevar la temperatura  vertiginosamente, nos desnudamos y, bajo la ducha, “enjaboné y enjuagué” con esmero sus tetas, concha y culo. Romina hizo lo propio con mis testículos y mi bate templado. Fregado somero con las toallas y con los cuerpos aun húmedos, nos tiramos en la cama, juntamos los labios y la penetré sin dilaciones. Cogí como un cruzado de regreso de Jerusalem después de un largo año en pos del Santo Sepulcro, sin “enterrar el tubérculo”. Ella no se quedó atrás, hasta el orgasmo desplegó toda su arte para complacer: besos de lengua, pelvis inquieta, gemidos, suspiros, exteriorizaciones de deleite <¡siiiii!....¡asiiiiiiií!> <..¡por Dioooosss!!! que pijota divinaaaa..> <…¡que bueno!...¡seguí boludooo!> y clímax apoteótico. Hubo un segundo polvo, pero me negó la cola. Mejor dicho, prometió dármela si voy a Paraná, a visitarla. Bueno escribí esto mientras esperaba, en Aeroparque, que salga de una vez el maldito vuelo demorado de Austral a Rosario. Allí voy a alquilar un auto y, una vez terminado el breve trabajo que justificó el viaje, cubro los 145 Km de la autopista Rosario – Santa Fe. Romina me estará esperando. En Sante Fé, acordamos, no correríamos riesgos de que alguien, conocido de ella, nos sorprenda entrando a un hotel. , eso sí, viajo con una convicción: “esta vez, no voy a dejar que me mezquine su “pimpante” retaguardia”

 

P/D: El encuentro en Santa Fé ya aconteció. Del mismo sólo diré que fue más de lo mismo, al rojo vivo, fantástico, delicioso. ¡Ahh! Romina, ese día, entregó por fin la “puerta de atrás”. Valió la pena mi perseverancia.        


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