El maestro Fauztino

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Aquella llamada me sorprendió al salir de la entrevista de trabajo.

- Hola Héctor! hoy iré a hacerle el trabajo a mi carro, a la limpia. Estoy ya muy preocupado por todo y no puedo trabajar así, ¿me acompañas más tarde? aún tengo temor.

Accedí mecánicamente, sin cuestionar. Por su voz interprete que necesitaba a alguien, las pausas en el aire y su respiración agitada me decía que no era una cuestión de limpieza o pulcritud. No me gustaba la idea.

Llegue a casa al promediar las siete de la noche, y ahí estaba esperándome. Me pidió que cambie el traje por casacas y ropa abrigadora, ya que serían varias horas para aquel trabajo. Subimos al auto y emprendimos el viaje a las afueras de la ciudad.

Al llegar a aquel punto, nos estacionamos cerca de un garaje. Grupos de personas entraban y salían de aquella casa, unos iban en auto, otros en taxi, pero al final todos subían en un bus. Mi cuñado ingresa a la casa, al salir prende un cigarro y me dice:                                                                     

- El maestro no está aquí, hay que esperar que lleguen más personas, ya hice el pago. Seguiremos al bus porque no sé dónde harán el trabajo.

En ese momento me invadió el temor y las preguntas iban y venían, ni el cigarro ni la música detenían esas sensaciones.

Un amigo taxista nos guio al lugar al otro extremo de la ciudad. Al llegar nos ordenaron apagar las luces y los celulares. Ingresamos a un terreno a oscuras, estacionamos el auto a un extremo, todo cercado por plantas y árboles y las cerca de 80 personas, cubiertos entre mantas y abrigos, a un lado del terreno; a un lado, las mesas de curación, llenas de vasijas, botijas de vidrio, imágenes, fotografías, plantas y estatuillas de madera. Al final del terreno, "los levantadores", chacchando coca, tomando san pedro y esperando la llegada del bus.

Tomamos algunas sillas y esperamos. La reunión había albergado entre 130 a 150 personas entre doctores, licenciados, convalecientes, niños y adultos. Empezaría la curación. Los acompañantes subimos al bus, ya nos habían advertido del aire del mal y la concentración de los maestros.

Ingresa el maestro Fauztino al centro de todo, cubierto por ponchos, un sombrero andino, caminando de un lado a otro, apoyándose con una bara de madera y sujetando una botella, con su imponente presencia les hablaba de la importancia de la curación y los peligros que conlleva.

- Hoy le daremos solución a aquello que nos les permite vivir, con mucha fe y teniendo en cuenta las recomendaciones, verán una mejora significativa. No sientan temor, estaremos protegidos. Visualicen lo que tanto desean, tengan paciencia que dé a pocos iremos curando.

Tabaco en mano y bebidas de san pedro mezcladas con otras plantas, eran repartidas por los levantadores. Todos inhalaban el tabaco por el orificio izquierdo de la nariz y tomaban el brebaje, seguidos de frases sin terminar y el sonido de las arcadas recurrentes, y seguían los levantadores animándolos a seguir y seguir inhalando. Las horas pasaban y los rezos continuaban, mucho frio y calma en el ambiente, estaban en círculos y el olor de agua floral invadía el terreno y cada uno era llevado hacia los levantadores y al maestro Fauztino. Algunos de pie por horas, otros reposando viendo como los levantadores rezaban, iban de un lado aotro, azotando con sus barrotes el suelo y tomando la bebida obligatoria. 

Al promediar las tres de la mañana, me levante. Las personas en el bus eran más. Salí del bus, algunos ya se habían ido; continuaban los rezos y algunos llantos. Fui en busca de mi cuñado, estaba a un lado del auto, observando como terminaban el trabajito con su caña.

- Me han salado en mi anterior trabajo, la envidia ha sido fuerte. El maestro me ha dicho todo lo que hacía y de donde proviene la envidia. Me han recetado unas cosas, pero ya está, ya está amaneciendo.

Salimos del lugar, con la receta lista y aún a oscuras, el auto era otro, el ambiente era otro, todo había cambiado.

 

 

 


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