Alquiler de Verano en Brasil.

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Los dos matrimonios amigos, alquilamos un departamento, a compartir,  en el estado de Santa Catarina en Brasil, con acceso directo a la playa y vista a la misma desde un amplio balcón, bastante alejado de los dos dormitorios (10 metros aproximadamente del más próximo).

De las dos parejas, a la hora del despertar, por las mañanas, Alicia se anticipaba a su marido, Rafael y yo (Juan) a mi esposa, Celeste, algo más de una hora que compartíamos, charlando y tomando mate, ella y café yo, en el balcón mencionado, mientras esperábamos que se nos unieran nuestros conyugues.

Al finalizar la primera semana, en una escalada impensada, el diálogo tempranero, entre los dos, pasó de generalidades y temas pasatistas, a aspectos personales, osados y, por fin, íntimos. No demoramos en complementar lo verbal con lo táctil, o sea, caricias cada vez más audaces – manoseos lascivos - y besos cada vez más inmoderados.

Sólo faltaba una soberbia cogida.

Los dos la deseábamos y la necesitábamos y, cada vez se nos hacía más arduo, disimularlo frente a nuestras parejas legales.

Coger en el balcón era impensable, estábamos expuestos a que nos sorprendieran alguno de los dos inquilinos restantes, con desastrosas secuelas para nuestros matrimonios. Al besarnos y manosearnos, indecentemente, aun había margen para mantener el oído atento a eventuales movimientos en el departamento. Inmersos en el vértigo de una relación carnal extrema, todos los sentidos quedarían comprometidos.

Ausentarnos los dos simultáneamente, el tiempo mínimo para escondernos y coger, tampoco era fácil de justificar. Pero la necesidad “tiene cara de hereje”. El noveno día, en la conversación mañanera, ajustamos detalles de la estratagema:

*Yo inventaría la ida a un taller mecánico para una revisión del auto, con el pretexto de una falla esporádica en el motor (imaginaria y puesta en relieve, hasta con malas palabras, por mí desde el día anterior). Me llevaría el único juego de llaves que teníamos, para poder cambiarme de ropa de playa a la de calle y viceversa al regreso.

*Alicia, debía simular ir a su larga y diaria caminata solitaria por la playa y, en cambio, subir disimuladamente, al departamento. Caminaba sola porque el marido concurría a un curso rápido de surf y Celeste tenía una dolorosa torcedura en el tobillo que le impedía desplazarse sin molestias.

A eso de las 10:00 hs, salí con el auto, que quedó estacionado en la calle a unos 300 mts de nuestro edificio y regresé a pié. Minutos después apareció Alicia y, juntos, subimos.

Apenas cerrada la puerta detrás nuestro, comenzamos un cuerpo a cuerpo y un reconocimiento general recorriéndolo todo con las manos. Las mías quedaron ampliamente satisfechas de las tetas, piernas, culo y concha palpados. Las de Alicia comenzaron por mi pecho pero no tardaron en bajar al bulto, inicialmente por encima de la bermuda, enseguida, corrida la bragueta, en “vivo”.

Sin suspender el manoseo, llegamos al dormitorio de ella y nos dejamos caer en la cama. Segundos después de apoyar su cabeza en la almohada, Alicia perdió la efímera protección de las dos piezas de la bikini, ahí me regaló el placer estético de todo el esplendor de sus 1,75 metros de físico privilegiado y armónico. La contemplación fue más bien breve. Me deshice de mi ropa, (recordé el preservativo pero fugazmente. Estaba en caída libre hacia la “flor de la vida”) le abrí las piernas y le hundí mi carne dura, suavemente, en su entrepiernas. Protestó gimiendo un apenas audible << ¡uhiiii no encapuchaste a tu pito!! >>  pero lo olvidó enseguida y replicó mi penetración con movimientos rítmicos, su lengua porfiando con la mía y emitiendo suspiros y gemidos; sus uñas se hundían en mi espalda a cada embestida de mi miembro.

Nos mantuvimos entrelazados, deleitándonos, devorándonos mutuamente, varios minutos hasta que sentí mi semen subir a la cabeza como tomando impulso, se me “soltó la cadena”  y le imprimí un ritmo desenfrenado al entra y sale de la verga, que amainó luego  de que el fluido que había subido descendió precipitadamente e inundó la cuevita de Alicia. Ella con un profundo gemido previo exteriorizó su orgasmo, moviendo frenéticamente su pelvis y, finalmente, soltó un gritito ahogado y aflojó su cuerpo sobre el colchón. .  

Devueltos al planeta, ella fue hilvanando las primeras frases:

¡qué lindo que me hiciste el amor!...sos un dulce…sabes como complacer – Pero ¡que imprudente que sos!...suerte que estoy tomando la píldora si no…..me hubieses embarazado….ni que decir de lo que arriesgas no usando la goma…conmigo no tenes peligro…estoy sanita y verificada con análisis reciente.- ¿Pero vos, que me decis? ¿Qué riesgo corro yo?–

La tranquilicé jurándole, y era la verdad, que era mi primera experiencia extramatrimonial en que me había dejado llevar por el arrebato de coger sin forro y además que no había transgredido en los últimos 10 meses.      

Si de las respectivas calenturas hubiese dependido, había “paño” para otra (y otra, y..) cogida digna de figurar en el libro de los records, en lo que a placer mutuo se refiere.

Privó la prudencia. Nos vestimos y regresamos, ella a la playa, yo previa búsqueda del auto estacionado lejos del garaje, la alcancé minutos después, a orillas del mar.

Por supuesto que, los dos, recitamos nuestras partituras ante nuestros conyugues que, entre otras cosas, se alegraron que la falla del motor hubiera sido, fácilmente, solucionada.

Alicia y yo, contentos, por haber apaciguado, temporariamente, el apetito mutuo.

Para no extender mi relato más allá de lo prudente diré que tres días después repetimos, con una mínima variante, la triquiñuela. El lugar del taller mecánico  lo tomó un cyber café, al cual debía concurrir para pagar, vía internet, impuestos y servicios en Argentina (pagos que en realidad, vencían varios días después).

La cama fue la misma y la cogida, soberbia. Nada que envidiarle a la primera. Sin el “stress” del debut nos concedimos algunas variaciones sobre el mismo tema: sexo oral, posiciones cambiantes.

 De regreso a Buenos Aires, ya tuvimos dos encuentros íntimos en un hotel, no muy distante de la casa de ella.

Sin la amenaza latente, de la proximidad de nuestros conyugues, ambos, más distendidos ponemos los cinco sentidos en disfrutar. Alicia no se ha negado, hasta ahora, a nada, sexo anal incluido.

Todo parece indicar que seremos amantes por mucho tiempo.  


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