Ejercicios con las bolas.

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Ser hija solar, es creer en Dios, me lo dijo un astrólogo italiano cuando tenía catorce años. Era un hombre encantador que leía en varios idiomas sin hablar ninguno de ellos. Iba a las sesiones de fisioterapia con mi madre y se hicieron buenos amigos.

Fue él el que me dijera que una tía mía tenía influencias negativas sobre mí, que debía separarme de ella.

Casualmente esta tía fue la “oveja negra” de la familia pues siempre escapó magistralmente de las obligaciones familiares, como cuidar a los enfermos o dar dinero a la casa para comprar la comida y la ropa.

Jamás tuvo demasiado dinero la hermanita de mi madre, pero aunque tuviera, jamás lo daría a los hermanos y padres, porque para ella la única familia verdadera era su hijita y sus nietos. No sus sobrinos, progenitores o hermanos de sangre.

Las nubes familiares están en todas partes, la niebla no nos deja ver las montañas, pero también existen las buenas palabras y el perdón, a pesar de todo, porque llevamos la misma sangre y tengo sus fotos de niñez y juventud en casa, sé de todas sus travesuras, sus típicas frases, sus tristes momentos y sus necesidades.

No la perdonaré del todo, pero no le guardo rencor.

La gente es como una gran bola con la que hay que hacer ejercicios, hablar, dejar de hablar, ayudar sin recibir ayuda, lanzarla al aire y dejarla rebotar, mandarla lejos, dejar que regrese rodando y darle una patada o sentarse sobre ella y acariciarla como a un gato.

Esas bolas muchas veces vienen juntas y no te defiendes de ellas, otras llegan poco a poco, gota a gota. Algunas son agradables, pero siempre acaban cayendo sobre tu cabeza en algún momento y lastimándote levemente. Eso, aunque sean bolas amigas, aunque las conozcas desde que naciste y no esperes ciertas conductas de ellas. Y todo porque sencillamente una bola por su forma no puede quedarse quieta en un sitio sin que el viento no pueda llegar a moverla o sin que un simple empujón la lleve a la otra esquina de la sala en la que te encuentras.

La mente humana es muy compleja y no tiene bases sólidas, es circular y siempre está rodando. Vienen como ideas, lo bueno, lo malo, el interés y el desinterés, el deseo de ayudar y de ser ayudado, los caprichos, malos deseos, idiosincrasias, altanerías, complejos.

Todo se llega a sentir y sencillamente concluyo que el único amor verdadero que puede que exista es el de tu madre y tu padre, aunque también sean bolas y rueden y rueden, ellos jamás te perturbarán la existencia de forma cruel o lastimándote, y si pueden, mismo te sacarán de todos los apuros en que te metas sin pedirte nada a cambio.

Con ellos daría gusto hacer ejercicios y sudar para quemar toda esta grasa que los sinsabores de la vida impiden que eliminemos de forma fácil, que nos originan retenciones de líquidos.

Finalmente, a pesar de saber todas estas tonterías en las que siempre pensé y ahora comunico, debo decir, que aún no domino bien el ejercicio comedido, detallado, acertado con todas las bolas que me han ido llegando año tras año y sin piedad en lo que llevo de vida, de forma que estas formas mágicas han hecho más ejercicio conmigo del que yo pude hacer con ellas. Y remato por decir, que he terminado haciendo muchas veces el pino, a su salud, rompiéndome casi los brazos al recuperar la postura erguida.

Ya quisiera yo deshacerme de todas las formas circulares del planeta para que no me golpeasen aunque dejara de hacer ejercicio y tuviera que comer menos para mantenerme en la línea y con unas aceptables medidas corporales.

También hacen faltas otras formas geométricas en las formas de sentir y actuar.

Quiero aún esperar algo positivo de esta corrupta y frágil sociedad.

 

 

 


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