PERDIDO

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Estaba perdido. Mamá había desaparecido. Mis hermanos también. Estaba solo, completamente solo.
En poco tiempo me había alejado de ellos y entrado en el bosque. El ruido del agua inundaba mis oídos, el viento frío me erizaba el pelaje y una pregunta asediaba mi mente: ¿los volvería ver?, ¿me estarían buscando?

Continué el sendero que acompañaba al río. Mi instinto me decía que corriese, que escapase. Pero… ¿por qué?, ¿de qué? Había muchas flores y mucho verde. ¡Hasta había cazado un pajarito! Todavía tenía plumas en las garras.

Pero… no sé. Algo me decía que esto era malo, muy malo. Algo. Pero, ¿quién era? Nadie me lo había explicado. Sentía que me había dado de bruces contra el mundo. Tenía mucho que descubrir, me dije, y continué adelante.

Vi una sombra cortando el viento que  me hizo parar en seco.

— ¡Espera! —era una preciosa gatita blanca.

— ¿Quién eres? —preguntó, un poco ruda.

— Bigotes, ¿y tú?

— Bola de Nieve.

Lo dijo como si tuviese que saberlo. Pero… más importante: Se llamaba Bola de Nieve. ¡Cómo la nieve! Nunca había visto la nieve. Mamá tampoco. ¿Ella habría visto la nieve?

— No.

— ¿Lees mis pensamientos? —pregunté entusiasmado.

— No, solo leo tu cara —me contestó, pero eso no hizo rendirme.

— Ah, ¿y ahora que pienso?

La gata maleducada no me había hecho caso y ya se había ido. La seguí. ¿También se habría perdido? ¿La estarían buscando? ¿Estaría triste? ¿Pensaría que el mundo se iba acabar? ¿Qué nada valía la pena? ¿Tendría que ayudarla? Pero primero, me dije, tendría que alcanzarla.

Subimos colina arriba, hasta abandonar el bosque. Me preguntaba si ella sabría hacía dónde nos dirigíamos. Aquí no había tanta vida ni tantas flores que oler, ¡pero era todo tan bonito! Olía a limpio, pensé. Le hice la pregunta que me rondaba la cabeza:

— ¿Crees que nos hemos muerto y hemos subido al cielo, al paraíso?  ¿Nuestros-…?

No pude acabar la frase. Me quedé asombrado y un poco enfadado. Donde estaba Bola de Nieve hacía unos pocos segundos había ahora un espeluznante monstruo de afilados y temibles dientes. Se acercó, ¡y quiso matarme! Conseguí esquivarle, pero me irritó que me atacase si no había hecho nada.

¿Qué le habría hecho a Bola de Nieve?

Mientras me despistaba pensando en ella, me volvió a atacar, pero esta vez no fui capaz de esquivarle. Me clavó los dientes en el cuello y me desmayé, viajando a un largo y blanco sueño.

Cuando volví a abrir los ojos, ya estaba solo, pero seguía herido. El monstruo había desaparecido.

Un gran cambio había ocurrido en mi interior. Ya no pensaba en Mamá, ni siquiera recordaba su rostro. No importaban. Ya no pensaba en bada, solo en Bola de Nieve. Estaba muy preocupado. ¿Dónde estaría? ¿Que habría hecho con ella el monstruo de los dientes afilados? No fui capaz, ni quise ser capaz, de darme cuenta de que eran la misma cosa, el mismo ser.

Continué el sendero. Quizá realmente me dirigía al cielo y esa criatura era mi guardián. Si era así, había pasado la prueba. Pero algo me decía que no.

Estaba cada vez más hambriento y el río ya no llevaba más deliciosos peces para comer. ¿Ellos no van al cielo? Que extraño.

Algún día después comenzó a nevar. Nunca había visto la nieve, creo que ya lo dije. Mientras me azotaba el viento gélido, pensé que era bonito pero frío. Me recordaba a Bola de Nieve y a su pelaje blanco.

El paisaje cambió a uno más rocoso y menos verde. Como la nevada solo aumentaba y cada vez me sentía peor, me metí en una pequeña cueva. En el interior, fui hacia la pared donde la nieve y el viento no llegaban. Estaba húmedo y seguía teniendo frío, pero se estaba mejor que fuera.

Cuando me fijé mejor en ella, vi que había un agujero blanco y luminoso en la parte de abajo.

Como cualquier gatito curioso, entré en el túnel. Me di cuenta de que era mayor y más espacioso de lo que imaginaba. Mucho mayor. Pero la luz seguía ahí, como una constante.

Como buen aventurero, fui hasta ella, como si de eso dependiese mi vida. Lo que parecía ser verdad. Pero no lo alcanzaba, estaba muy lejos.

En un punto, empezó a hacerse más clara y más nítida, según me aproximaba. Y empezó a oír una voz que me resultó conocida. La voz me dio esperanza, y eso era algo que me había empezado a faltar.

La esperanza aumentó cuanto me di cuenta de de quién era la voz. Era Bola de Nieve quién me llamaba.

El túnel se acabó, ahora me encontraba en un espacio enorme, gigante, infinito. Era todo blanco y luminoso, como si no existiese. ¿Debería ser el paraíso, no? O al menos un lugar bonito y tranquilo.

Continuaba oyendo su voz.

—  ¿Quieres venir conmigo? —me preguntó  ella cundo me acerqué más a la luz.

—  Claro —estaba seguro, tampoco era cómo si tuviese otro lugar al que ir.

Ahora era todo incluso más claro, más brillante. Tanto que me quedé ciego. Notaba que me desvanecía. Algo me dijo que esto no era el cielo, que no iba a acabar bien. Yo ya lo sabía. Pero me daba igual. Empezaba a verlo de otra manera. Diferente.

Era como si cuando me perdí fuera un gusano y ahora, después del viaje o capullo, me convertía en una mariposa. En cuanto atravesásemos la luz.

— ¿Que te pasó? —le pregunté cundo ya la pude sentir a mi lado, aunque muy borrosa

— Te maté.

— ¿Dónde estamos? —pregunté, como si lo otro no importara.

— No lo sé —hizo una pausa, y luego dijo con indecisión—. ¿Dónde quieres estar?

Sonreí.

— Aquí, siempre.

Estas fueron mis últimas palabras. Ya no existíamos. Habíamos cruzado la luz. Ya no éramos nada. Ni siquiera cenizas. Nos habíamos desvanecido, pero juntos. Y juntos estaríamos toda la eternidad.


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