Pibes que no fuimos figuras

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Pibes que no fuimos figuras

 

 

 

    Entre los años 62 y 66, puedo llamarlos, sin equivocarme, unos años de oro de la muchachada del pueblito, a pesar del fondo histórico violento en que vivíamos, no sólo en mi patria chica sino en mi patria grande. 

    A esos  hechos, nosotros, no le pusimos cuidado, pero esto no significó que fuéramos ajenos, sentimos el estupor y el corazón entristecido a estas bestialidades,  fuimos actantes testigos, cercanos y lejanos.

    Estábamos en lo nuestro. Y tenía que ser así. Una época irrecuperable. Esto lo argumento por esos 5 ó 6 años que viví. Después no sé. Pienso que de ahí en adelante, han ocurrido cosas maravillosas.

    En mi anécdota titulada, la otra cara de “Tropa Brava”, ligeramente escribí sobre  hechos deportivos, como protagonistas. Hoy quiero añadir; ellos, no sólo fueron recreos positivos, sino que formaron parte de nuestro desarrollo vivencial.

   Instalado en el pueblito, disfrutamos del fútbol de pibes en las interaulas del colegio Bolivariano.

    En cuanto a participación en un torneo municipal, sólo veíamos a los mayores, desde las gradas invisibles de la cancha “la Gerencia”. De ellos aprendimos aún más el drible y el gol. Pero a nosotros nos faltaba algo, no sólo recrear la retina, sino ser protagonistas.

     Y fue cuando apareció el cura Correa en el pueblito, en un día cualquiera, pero glorificado, y después, azotando la sotana fuera de la iglesia,  fundó el primer equipo de pibes, le pusimos de nombre River Plate, por ser fanáticos  de este equipo argentino.

      Vaya, qué ramillete de artistas del balón empezaron a deslizarse por la cancha de “la Gerencia”

     Allí estábamos todos los que conformábamos la gallada y otros. Por su supuesto que entre tantos habían algunos que solo eran camiseta, pantaloneta y guayos, y a veces dueños del balón, que por necesidad imperiosa había que dejarlos jugar, pero eran verdaderos postes para jugar fútbol, claro que eran maestros para mover el esqueleto en las pistas de baile  y también para jugar balero y con las bolas chinas al pepo y cuarta.

     En un comienzo jugábamos nosotros mismo, pero este hecho sirvió de paradigma, y fue cuando surgieron más equipo: Centinela, América, Racing...  Los efectos de la fiebre, ya no fueron por la pelota trapo o limones, que rodaban por las canchas adoquinadas del pueblito sino por el balón.

    Se organizaron dos campeonatos. El primero lo ganó Centinela.  El segundo torneo, lo ganó América (Allí jugué). ¡Qué partidazo le ganamos a Centinela! Recuerdo a mi amigo “Plato”, primo del “Flaco” Urrea, que por esos días visitaba el pueblito, y se amañó por un buen tiempo. Él también formó parte de la segunda tropa, integró el equipo de pibes, también alzaba la copa muy parejo. Le pusimos el apodo, porque en charlas y recochas cotidianas, nombraba siempre la palabra plato: ¡Huy, mira qué plato aquello! ¡Aquella pelada  sí es un plato! ¡Y qué plato fue ese golazo desde la mitad de la cancha que nos dio el campeonato! Gracias “Plato”.

    Ahora, en esos años de oro, no fue sólo fútbol. Otros deportes florecieron: el béisbol y el atletismo.

     El béisbol se dio gracias a un profe vallecaucano, que apareció en el colegio. Fue muy amigo del estudiante. Le pusimos el apodo de “Corozo”, por su rostro. Este deporte lo conocíamos por la televisión, la radio y la prensa, pero nunca lo  habíamos jugado, y en el pueblito era una novedad. “La Gerencia” no sólo fue espacio para el fútbol, la educación física, sino para la pelota chica.

    Se dio el primer campeonato. Cuatro novenas beisboleras fueron organizadas entre los distintos grupos del colegio. Mi recordado mompita Hernando Escobar fue la figura. Una tarde, el lanzador, le mandó la pelota, y él bateó tremendo jonrón, que llegó hasta los predios del “Burro de la Gerencia”, y éste rebuznó o chilló, no porque le estuvieran presentando una mula o yegua, bonita, sensual, sino que el impacto de la bola dio en su racimo testicular. De ahí en adelante,  Hernando Escobar,  le pusimos el apodo de Jonrón.

     Y finalmente, debo destacar también el atletismo (No fuimos fenómenos, pero si deportistas integrales, porque le hicimos a todo tipo de ejercicios físico).

    Se organizaron pruebas de cinco mil metros, ya por motivos culturales del colegio o del municipio.

   El trazo para nuestros trotes fue una vía circular que envolvía el centro del pueblito.

   La premiación se hacía en el balcón de la casa cural, ante la presencia, abajo, del público, en lo alto, junto al corredor de macanas,  el profe Emilio Zapata,  llamaba a los ganadores con esa voz de Jesús, que representó tantas veces en Semana Santa.             

     Como ocupé el segundo puesto, me dieron de premio una medalla, una botella de vino y un par de medias de hilo, que se desdibujan tanto que al final en una sola metía los dos pies.

    El  hecho insólito, pero en realidad era una prueba de maratón de 50 kilómetros, fue la vuelta al pueblito en trote. La organizamos nosotros mismos. Dos o tres mompitas que no corrían eran los dirigentes.

    Comprendió cinco etapas, y cada una de ellas tenía diez kilómetros de recorrido.

     Hasta la penúltima etapa era el puntero. Y por una confusión de horario, en la última, cuando llegué a la línea de partida, que era en el hospital de mi general, el grupo de atletas hacía diez minutos había partido.

     Un pelao que todavía estaba ahí, me tiró la ingrata noticia. Quedé lelo. Pero no me enloquecí. Le dije al pelao, que me sirviera de testigo, se fijara en el reloj y me diera la salida.

     Cuando yo  empezaba a bajar el último tramo para llegar al puente de Barragán, ellos ya habían subido el premio de montaña. Al final logré descontar algunos minutos, por lo tanto era el ganador, digámoslo, moralmente.

    Hubo alegato, y como esta secuencia no conduce a ninguno acuerdo, no hubo ganador.

     Ese gastar de energías se quedó a nivel del terruño chico. Obtuvimos aplausos y reconocimientos por parte de nosotros mismos, y algunos patos que miraban las pruebas. Ahí  fuimos figuras.

   Lástima que los dirigentes no colaboraron para repercusiones mayores en el deporte. Y ni por equivocación, nunca pasó un monitor deportivo o buscador de figuras. Sólo llegaban  comparsas políticas en elecciones. La provincia, como siempre ocurre, olvidada.

    Nos quedó el sabor agridulce de pibes que nunca fuimos figuras.  Pero como consuelo grato, sé que todavía repiquetea en nuestros oídos, esos balones, esas meleos y goles (el fútbol fue nuestra pasión juvenil), esos trotes por carreteras adoquinadas y caminos pedregosos, ante la mirada colorida del paisaje, y finalmente estos estímulos acompañados en su metas por voladores que algún personaje folclórico del pueblito hacía estallar en cada evento deportivo, como chicoleos al esfuerzo realizado.

 

Costaín Costanero

     

     

   

 

 


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