Capricho

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Esa noche había decidido salir de caza. Por lo general, Roberto solía tener a la mujer que quisiese con sólo hacer una llamada, pero hoy le apetecía innovar e investigar la periferia femenina. Se había cansado del sexo ordinario con todas esas chicas que babeaban por él; todas esas que ansiaban con desesperación una muestra de afecto por su parte hacia ellas. Aunque él lo tenía claro,   jamás se dejaría embaucar por ninguna. Era demasiado independiente como para unirse a una mujer en el ámbito amoroso. 

Por eso se contentaba con sesiones de sexo salvaje con chicas que también pecaban de lujuria. 

Pero ya llevaba mucho tiempo acostándose con una de ellas y no quería que Paula se hiciese ilusiones con él, así que, tras una charla algo incómoda con ella (Paula había pensado que la estaba dejando, cosa que, prácticamente estaba haciendo),  la joven se fue maldiciendo a todos sus antepasados y llorando.

Sin embargo, a Roberto le daba igual. Era el momento de buscar a otra presa y estaba dispuesto a encontrar a la mejor. Una verdadera máquina sexual, que pudiese competir con él en lo que respectaba a dar placer. 

Y queriendo echar el mejor polvo de su vida, acabó yendo junto a su amigo Gabriel (otro adonis al que también le gustaba el sexo desenfrenado) a "Capricho", un local de ambiente en el que siempre tenía a su disposición a decenas de bellezas españolas.

Roberto era consciente de su atractivo masculino y de su buena posición económica y social. Se ganaba la vida como abogado en uno de los bufetes más famosos de Madrid, y podía decirse que era uno de los mejores de la plantilla. Por algo sus compañeros lo respetaban y,en cierto modo, lo temían. A sus treinta y tres años, era un hombre adinerado y apuesto; moreno, ojos verdosos y cuerpo atlético y esbelto. Toda un depredador con apariencia bonita.

Al llegar, se dirigieron a la barra y pidieron sus respectivas consumiciones mientras escaneaban el terreno. Ambos sabían que, en "Capricho" siempre obtenían algo con lo que satisfacerse, ya fuera el alcohol o una mujer, por lo que meramente se limitaron a esperar con cautela la aparición de esa belleza con la que disfrutar de una noche placentera. 

Gabriel no tardó en encontrar a su fichaje; una morena delgada y con grandes labios rojos. Unos labios que podrían dejar seco a cualquier hombre. 

"Hijo de puta", pensó Roberto cuando Gabriel se dirigió hacia ella, dedicándole antes una mirada triunfadora. El cabrón ya tenía hecha la noche. 

Mientras que Gabriel engatusaba a la morena, Roberto se dedicó a seguir buscando a su deleite bebiendo a sorbos de su copa de whisky escocés. Era increíble que aún no hubiese encontrado a nadie con quien entretenerse. Y a cada instante que pasaba, con más ganas a "la mujer". 

Empezaba a impacientarse cuando la vio. 

Estaba apoyada en el extremo de la barra y bebía de una bebida con pajita que no supo clasificar. A simple vista no parecía una modelo, pero él quedó prendado de su silueta desgarbada. Era como si estuviese distraída en un ambiente como ese. Como si no le gustase estar allí, y ante todo, como si  no le importase lo que la gente pensara de ella. Era, simplemente, diferente. 

Tenía el cabello rubio oscuro, con mechas rojas, a la altura de los hombros y un cuerpo menudo, (apenas debiera medir un metro sesenta) y delgado. Su aspecto se asemejaba al de un duende gruñón.

Roberto apuró su copa antes de decidir acercarse a ella, porque sabía que tenía que ir con cuidado si quería conseguirla. 

-No parece que quieras estar aquí - murmuró él, posicionándose a su lado.

Ella se giró y clavó sus ojos oscuros en él. Reflejaban frialdad, incluso enfado.

-No quiero estar aquí - espetó,  con evidente molestia. 

-Oh, tal vez pueda ayudarte a que sí quieras. 

-Lo dudo mucho - Suspiró ella.

El desparpajo de la joven le arrancó una sonrisa al abogado, que cada vez tenía más claro lo mucho que la deseaba.

-Roberto Vera - dijo, divertido. 

-Beatriz - respondió ella.

-¿Qué puedo hacer para que te sientas bien? 

-Puedes irte - Al ver que él parpadeaba sorprendido, añadió: - O... invitarme a otra copa. 

-¿Por qué no te invito mejor a otro sitio...?

Ahora fue ella la que sonrió. 

-No voy a dejar que me folles.

Roberto la miró  con sorpresa y a los dos segundos se echó a reír.

-Eres muy directa, por lo que veo. 

-Has sido tú el que se ha acercado a mí. 

-Así es - asintió Roberto.

-No me conoces. 

-Quiero conocerte.

-Quieres quitarme las bragas.

-También.

Ambos se miraron a los ojos durante breves segundos, hasta que ella se apartó el pelo de la cara y rodó los ojos.

-Vale. Vamos a tu casa. 

*#*#*#*#*#

No les dio tiempo siquiera a abrir la puerta de la casa antes de que Roberto se abalanzase sobre sus carnosos labios. Se besaron con tanta profundidas que se creyó llegar hasta la campanilla de la joven. 

La llevó hasta su habitación mientras se tragaba sus gemidos anhelantes y la dejó caer sobre la cama. Con un rápido movimiento, le quitó la falda a Beatriz y la dejó vestida con su bonita camisa y un simple tanga.

-Te voy a devorar - murmuró con una sonrisa socarrona.

Y sin decir nada más, le arrancó el tanga. Beatriz soltó un gritito por la impresión y, atrevida, abrió las piernas para darle acceso. Su vagina estaba completamente  depilada, lo que hizo que Roberto sintiese la urgente necesidad de lamera. Y así lo hizo. 

Deslizó su lengua húmeda por sus labios y con el dedo índice comenzó a palpar el clítoris de la joven, que se retorcía  de placer. 

Entonces él bajó su mano a la entrada de ella y sin aviso, hundió un dedo en  su interior. Beatriz gritó y se removió gustosa. Tenía los ojos cerrados y sus  mejillas estaban teñidas de rojo. 

-Oh, Dios... - gimió descontrolada por las sacudidas que sentía en su vientre.- Voy a llegar, Rober...to. Voy a...¡Ah!

Él palpó con la lengua una vez más la vagina de Beatriz y ella, sin poder dominar a su cuerpo, se corrió con violencia sobre su boca gritando su nombre.

Cuando las convulsiones del orgasmo acabaron, la joven apoyó la cabeza en la almohada, exhausta y respirando entrecortadamente.

Roberto, al verla en ese estado, sonrió con verdadera malicia. Comenzó a desabrocharse el cinturón y dijo entre dientes:

-Descansa, cariño. Que todavía tenemos una noche muy larga por delante.

 

-Continuará-.


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