El globo

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En el parque se encontraba el globo rojo, dibujaba una sonrisa y unos ojos abiertos de felicidad, sujeto por medio de un cordel a un puesto de golosinas. Se encontraba junto a él otros globos de variados colores, moviéndose de un lado al otro junto al viento que les soplaba. Aunque el globo reía y se mostraba divertido, su alma era triste y melancólica: Cómo deseaba volar. Observaba los pájaros cantar surcando las nubes entre danzas de vuelos, quería intentarlo, pero al tirar del cordel, algo se lo impedía, estaba sujeto a aquel puesto de golosinas. El globo veía como sus amigos eran llevados por niños, reventando en sus manos o enredados en las ramas de un árbol <<pobres globos — pensó —  quizás su sueño también era volar, pero ahora nunca lo podrán lograr>>. El globo rojo cada día se mostraba más afligido, fue hecho para elevarse, para vivir en el cielo, pero aun así se lo impedían, mientras le obligaban a mostrar una sonrisa que contrariaba con su verdadero estado de ánimo. Un día una niña, de rulos dorados, tan dorados como el sol de aquel hermoso día, se acercó al puesto de golosinas, su vestido azul cielo combinaba con el lazo que adornaba su cabello. Lamía una paleta colorida y sus ojos se clavaban en el globo rojo de ojos abiertos y sonrisa llena de hipocresía. El dependiente, un señor gordo de finos bigotes curveados, se le acercó:

— Dime niñita ¿acaso quieres comprar un globo?- la joven le afirmo con un gesto en su cabeza

— Quiero ese — dijo señalando al globo rojo. El pobre se sintió desvanecer, terminaría reventado sin conocer los cielos, sin tocar las nubes, sin mezclarse en los altos vientos. El regordete dependiente lo desató y lo tomó, entregándoselo a la niña con una dulce sonrisa y un aliento de caramelo de regaliz

— Son 50 Bs. — La niña sacó de su bolsillo el billete y se lo entregó, mientras el hombre le daba el globo, tomándole por su fino cordel.

El pobre globo se sentía condenado, ya era su fin, pero la niña no jugó con él tan solo le miraba mientras disfrutaba los sabores de aquella paleta colorida, fuese como si tras aquella sonrisa pudiese ver el verdadero sentimiento de su globo. Los dedos pegajosos de la joven se abrieron, zafándose el cordel, elevándose por los aires el globo rojo. La niña le despedía agitando con ahínco su mano. Aún no lo podía creer, estaba logrando su sueño, en tan sólo unos minutos aquel puesto de venta de golosinas por el que estuvo encadenado desde su creación, era tan diminuto como el resto del parque, embargándole una emoción que por primera vez concordaba con su rostro exterior. Sintió el viento abrazarle y llevarle por los aires, atravesando las esponjosas nubes blancas de aquel azulado cielo, los pájaros le arremolinaron, entre melodías eclesiásticas con su agudo cantar, pintándose sobre el globo los siete colores del arcoíris por el cual atravesaba. Diversos paisajes se alzaron a sus ojos, desde rascacielos, puentes, ríos hasta mares, lagos y campos. Los niños campesinos, al ver el globo sorprendieron persiguiéndolo desde tierra con risas, saludos y gritos hasta perderlo de vista por completo. El globo quería saludarle pero su cordel parecía hacerlo por él, se ondeaba con el viento serpentinamente. Y así duró el globo viajando por varios días, cumpliendo su anhelo de volar, ya no lucía tan grande, hinchado y reluciente como el primer día en que empezó a cumplir su sueño, ahora era más chico y pálido, parecía entrado en la vejez. Perdió vuelo y descendió, su cordel hasta podía rozar la hierba fresca de los prados, pero no le importaba, quizás ya nada le importaba, al fin y al cabo había cumplido su sueño. Se detuvo, enredado en un rosal, las rosas rojas abiertas parecían abrazarle, embriagándole el dulce aroma de rosa, el viento soplaba y le apretaba entre las espinas, era un hermoso lugar para descansar. Cerró sus ojos y reventó, su alma voló, se liberó del plástico que le encerraba, ahora podría volar eternamente por los aires.


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