Ven a visitarme a mi nuevo piso

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Recientemente me había mudado a una ciudad cercana. Ahora vivía en un piso de alquiler con una amiga que estaba estudiando medicina. Yo había quedado con un viejo amigo para enseñarle el piso. No habíamos quedado a ninguna hora en concreto por lo que decidí darme una ducha antes de prepararme. El timbre sonó cuando yo aún me estaba bañando así que fui a abrir empapada envuelta el una pequeña toalla.

-¡Jesús, qué temprano has venido! Me estaba duchando- dije un poco avergonzada.

-Al fin te veo así-bromeó, pues él siempre me estaba tirando los tejos.

-Me hace mal dejarte aquí solo esperando pero debería secarme- sonreí.

Me devolvió la sonrisa y asintió con la cabeza, aún con la sonrisa en la comisura de los labios. Lo dejé sentado en el sofá blanco de la salita.

Aun estaba comenzando a secarme cuando él entró a mis espaldas. Yo permanecía tapada con la toalla así que no me preocupé demasiado. Giré la cabeza para mirarlo, desconcertada, como pidiendo una explicación.

-Ahí solo me voy a aburrir... ¿Qué clase de anfitriona eres?-sonrió retándome- Si quieres la ayudo a secarse, señorita- hizo un gesto caballeroso y se acercó.

Le sonreí aceptando su propuesta, divertida. Dio un paso más y empezó a frotar mi espalda con la toalla, sin destapar mis nalgas, por lo que no veía más de lo debido. Yo me reía y le hacía bromas, a lo que él me respondía con otras. Permanecimos en silencio un rato mientras bajaba la toalla para secarme más abajo. Antes de que llegara a mi culo me di la vuelta o me dio la vuelta, da igual, simplemente nos quedamos de frente, yo desnuda y él con las manos en mis hombros sujetando la toalla como una capa. Lo besé o me besó, qué más da... Nos besamos y dejó caer la toalla a mis espaldas ya secas. Pegué mi cuerpo al suyo mojándole la ropa y alborotando su pelo. Él también sujetaba el mío, mojado y frío. 

-¿Qué estamos haciendo?- se detuvo.

-Lo siento-me sonrojé-. Creía que tú también querías.

-Claro que quiero. Desde siempre te deseo, y te lo digo cada día.

-Son bromas...-le respondí pero él no me dio tiempo a continuar y su lengua calló la mía.

Se desabrochó la camisa y yo le desabroché el pantalón. 

-¿Tú quieres esto?- susurró.

Asentí dejando caer una gota de mi pelo al suelo del cuarto de baño.

Nos miramos a los ojos y a los labios con deseo, lujuria.

-No puedes ofrecerte a secarme, excitarme así y luego dejarme con las ganas-le susurré.

-Y tú no puedes recibir a un chico indefenso desnuda y mojada bajo una toalla blanca sin que después quiera follarte.

-¿Y si el chico es gay?-vacilé.

-Querría follarte igual.

Reí a carcajadas ante su extraña respuesta.

-Pero aún no estamos en igualdad de condiciones...-le desafié-. Ambos estamos desnudos.

-Si...-me sonrió acercándose ansioso a mí.

-Pero sólo yo estoy mojada... Y ya sabes a que me refiero, mal pensado- me burlé de su mirada lujuriosa.

Y de un leve empujón se dejó llevar a la ducha. Abrí el grifo y la lluvia caía desde la alcachofa por nuestros cuerpos desnudos. Bajó su mano desde mi hombro hasta mi muñeca al ritmo en el que descendía el agua. Acaricié su piel, casi tan blanca como la mía, a pesar de que ya me había puesto algo morena este verano en la playa. Permanecimos así un buen rato, esparciendo el agua que iba cayendo sobre nosotros, entre beso y beso en la cada rincón de piel, o en los labios. Dulces y apasionados besos. Juguetonas lenguas. Y nos dejamos caer en la bañera, inconscientes, besucones, iniciamos una danza lenta con nuestras caderas que provocaban el roce de su pene con mis paredes vaginales. Cerramos el grifo y nos sumergimos empapados en agua y nuestros fluídos. Continuamos con el leve baile más acelerado, y más, entre jadeos y sonrisas... y besos. Nos aferrábamos al cabello del otro, con tanta fuerza como su pene y el fondo de mi vulva chocaban. Nos corrimos jubiales y felices. Ese coito me había hecho muy feliz y no sé por qué.

 

 


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