Conspiración en silencio (7 de 7)

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Efectivamente, el chaval no mostraba ni el más mínimo interés sexual por lo que estaba haciendo. Se trataba más bien de un encargo, o un favor, que una clienta le había demandado. Pablo se limitaba a usar su supuesto talento de perforador contra mi cueva, intentando forzar una y otra vez el trapo que cuidaba de mi intimidad, ofreciendo siempre algo más de presión a cada intento, generándome un estado febril que muy pronto se manifestaría con un gemido propiciado por un incipiente placer que Ana tenía la suerte de disfrutar a su vera. La lucha era tan estimulante y provocadora que era imposible no manifestarla visualmente, y la tela de mi braga comenzaba a mostrar alrededor del agujero un anillo de humedad que iba creciendo a la par que mi propio ardor. "Tu amiga Eva se moja mucho más que tú", le desafió Pablo a Ana, sin mostrar ni un ápice de fervor. Suso marcó una pausa repentina en sus inquietudes literarias y se acercó a la silla, gafas en mano, para confirmar que la sentencia de su amigo era cierta. Tan pronto como lo hubo corroborado volvió a sus quehaceres culturales.

 

El remojo de la tela reblandecía el tope que Pablo llevaba trabajándose desde hacía ya un rato, y la sensación de que una polla monstruosa intentaba desgarrar mi sexo tanteando una y otra vez el orificio, hacía que mi excitación fuera en aumento y mis suspiros se acentuaran para deleite de mi amiga que, por supuesto, era consciente de lo que iba a pasar muy pronto. Mi pajeador no pretendía rendirse y, a cada empujón exigía más y más presión para intentar abrirse paso. Mis gemidos eran ya muy reales, me agarré los pechos para acariciarlos mientras Ana me regalaba un tocamiento muy sutil sobre el lugar de la tela que escondía mi botón. Ya ni siquiera estaba segura de si el cacharro negro que solicitaba entrar lo estaba consiguiendo realmente con mucha sutileza, o simplemente era una sensación que los rozamientos generaban sobre la poca piel que reconocía contacto con el exterior. El caso es que siguiendo las leyes físicas que se imponen cuando un pedazo de tela es maltratado por la humedad, la temperatura y el mal uso, de repente el orificio deshilachado se dio de sí ofreciendo una introducción tan repentina y violenta que arrancó de mi garganta un grito de inmenso placer, y de mis genitales un chorro de flujo que Pablo aprovechó levantándose con semblante mesurado para follarme a toda hostia gracias a la intensa lubricación. Flexioné rápidamente hacia adelante y empujé los gestos del chaval hacia atrás, obligándole a retroceder en la extracción para permitir recuperarme de las convulsiones de mi orgasmo. Mi sensibilidad era tal que incluso tapé con una de mis manos todo el triángulo privado con el objeto de asegurarme que nadie intentaría invadirme de nuevo. Ana acariciaba mi cuerpo nervioso recorriendo con una de sus manos mis zonas menos erógenas, en un intento de apaciguar la apoteosis a la que me había llevado en gamberra connivencia.

 

Ya eran las 9 de la noche cuando volvíamos en el auto de Ana al caserón que, a partir de hoy, se convertiría en el paradigma fantasmagórico de la más absoluta inmoralidad morbosa. Y mi amiga conducía. Y se puso un dedo vertical sobre la boca. Y me recordó: "shhh… esto es solo entre tú y yo".

 

Fin


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