El viajero errante

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Me despedí, tragándome las lágrimas con esfuerzo, y salí sin mirar atrás. El asfalto caliente y una mochila serían toda mi compañia durante el viaje. Las horas echaron a andar, el sol como testigo y el aire rancio como mi único alimento. De vez en cuando un camión de transporte pasaba de largo, levantando una nube de polvo. A cada paso el cielo estaba mas alto y yo me sentía como un insignificante punto en la tierra. La soledad latía en mis entrañas, pero la verdad es que nunca me había sentido tan libre.
- A dónde vas, joven? Dijo alguien a mis espaldas.
Intenté mirarlo. El sol me cegaba y el sudor me escocía en los ojos. En lo alto de su camión, un viejo de bigotes canosos sonreía amistosamente.
-Lo sabré cuando llegue-  Le dije, parco en palabras como era mi costumbre.
El viejo sonrió, como si esperara aquella respuesta. Cuando habló, me pareció que lo hacía como un padre (aunque yo no hubiera tenido uno para saberlo), o como alguien que revive una vieja experiencia.
-Buena suerte entonces, joven, dijo elevando ligeramente su sombrero. Después se alejó lentamente. Por el espejo retrovisor aún pude ver su sonrisa desdentada. Levanté la mano y le saludé, mientras se perdía en el horizonte del atardecer.


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