La ventana de enfrente

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Cuando alquilé este piso las vistas al edificio de enfrente me parecieron horribles, parecía que si estiraba el brazo podía tocar la ventana de enfrente, hasta que un día llegaste tú a esa ventana.

 

Recuerdo que la primera vez que te ví fue por casualidad en el gimnasio y ya desde ese día llamaste mi atención. Estabas sudada completamente en la cinta de correr, con unas mallas negras que delataban todas tus curvas y una camiseta de tirantes ancha que bailaba encima de ti. Por los laterales se podía ver un top de deporte morado de los que no realzan precisamente la figura, aún así se notaba que tenías un pecho generoso. Lo que más me llamó la atención de ti fue que cantabas mientras corrías, llevabas puesto el mp3 y cantabas cada una de las canciones que reproducía, y fue el tipo de música que escuchabas lo que me encantó. Era la misma que escuchaba yo.

 

Ya sabía que ibas a ese gimnasio y más o menos tu horario habitual, así que podía empezar a observarte y entablar alguna conversación. Empecé a saber bastantes cosas de ti, además de la música que te gustaba, sabía que ibas y volvías sola, que lo hacías andando, que no te duchabas en el gimnasio y que te encantaban las barritas de cereales y fresa.  Yo que soy tímido tardé mucho en pedirte prestada una moneda para la taquilla… pero al final me decidí. Ese día, después de haber cruzado contigo unas palabras y darte mi número del móvil, llegué a casa feliz… y cachondo.

 

Sólo mirarte mientras tu cuerpo está en acción mientras corres, como se mueve tu pelo al compás de las zancadas, como tus glúteos se tensan con cada paso, como tus pechos se mueven apretados en el top con cada salto…vuelves locos a cada uno de mis sentidos. Te tumbaría en el suelo del gimnasio y te follaría allí mismo, sin mediar palabra. Con todo esto en mi cabeza, me senté frente al ordenador y mientras se encendía me entretuve en mirar por la ventana que tenía justo delante…y en la ventana de enfrente apareciste tú. Llegabas del gimnasio igual que yo, pero a diferencia de mí, tú ibas sin cambiarte…recé para que te desnudases en esa habitación y no en el baño… y alguien escuchó mis súplicas.

 

Sentí un hormigueo en todo el cuerpo, nervios, excitación… y un poco de culpabilidad porque pensaba que invadía tu intimidad. Me alegré que todavía no hubieses puesto cortinas en la ventana y que tu persiana estuviese subida hasta arriba. Mientras yo me deleitaba en mirarte tú empezabas a desnudarte: zapatillas fuera de un puntapié, calcetines desperdigados por el suelo, camiseta de tirantes volando por encima de la cabeza… ojalá y pudiera apretar la tecla de pause y dejarte así… Sin darme cuenta tenía una excitación enorme entre las piernas, y crecía cuanto más pensaba en lo que venía después de la camiseta… necesitaba solucionar esto con urgencia porque empezaba a molestarme. Liberé mi polla del pantalón y mi miembro salió a la luz apuntando directamente a la ventana donde estabas tú, señalando a la culpable de su extremada dureza.

 

Para mi sorpresa, mientras yo empezaba a tocar mi pene erecto de arriba a bajo, te desprendiste de las mallas, las bragas y el top increíblemente rápido. Desnuda, de espaldas a mí, te quitaste la goma del pelo y éste se dejó caer por tu espalda cubriéndola por completo, hasta donde tu precioso culo tenía su inicio. Muy triste, pensé que te ibas a marchar a la ducha y desaparecerías de mi vista, y seguí masturbándome para retener esa imagen tuya de tu cuerpo por detrás. Entonces te sentaste en el borde de la cama y alargaste la mano para coger algo de tu mochila de deporte… el móvil. Supongo que debió llegarte algún mensaje y por eso no te fuiste a la ducha y después de teclear algo, lo dejaste a un lado.

 

Me recosté un poco en el sillón de mi escritorio y cerré los ojos para verte en mi mente, pero prefería mirarte antes que te fueras de mi vista, y aluciné cuando al abrir los ojos estabas tumbada boca arriba en tu cama completamente desnuda y con tu mano entre tus piernas. Pensé que esto era un regalo, una casualidad que no se repetiría, que era lo más cerca que iba nunca a estar de poder hacerlo contigo… y me aproveché de ello. Veía cada uno de tus movimientos para darte placer, como te abriste el coño para que tu clítoris quedase expuesto y poder tocarlo y acariciarlo, veía como te mordías el labio y te retorcías en la cama al mismo tiempo que yo me retorcía en mi silla… comencé a cogérmela fuerte y a aumentar el ritmo de mis movimientos, estaba muy dura y tu show me la ponía todavía más. Segregaba tanto líquido que pensé que me estaba corriendo…pero no había llegado aún ese momento.

 

Verte era como ver la mejor película del mundo, después de un montón de tiempo observándote en el gimnasio… verte así en primicia, en tu intimidad…era excitante. Te tocabas con suavidad pero de una manera muy rítmica, en círculos sobre el clítoris, y enseguida te metiste dos dedos en tu sexo. Empezaste a meterlos y a sacarlos muy despacio, sintiéndolos… y en mi mente esos dedos se convirtieron en mi pene.  Aumentaste el ritmo de las embestidas, y yo de mi mano, notaba que una tensión enorme se me acumulaba y no tardaría en salir por mi pene hinchado…y así fue. Sin cerrar los ojos ni apartarlos de tu cuerpo, elevé las caderas en una última estocada como si quisiera llegar a lo más hondo de tu ser y me corrí.

 

Me quedé observando como mi pene se vaciaba de deseo y de la excitación acumulada de tantos días de ver tu cuerpo moverse y sudar en el gimnasio, y a la vez te miraba a ti. Tu ventana estaba cerrada y por eso el grito que lanzaste al aire al correrte no se oyó…pero lo ví y lo sentí como si en esa cama también estuviese yo. Dejaste de acariciarte en cuanto se calmaron tus espasmos y te incorporaste de inmediato para salir de la habitación supongo que al baño. Antes de irte dejaste la ventana abierta de par en par, y tu música, que era mi música también, salía como un mensaje alto y claro hasta mi ventana.

 

Fui al baño a asearme y decidí volver a mi sillón a trabajar en mi ordenador, con un poco de suerte volverías a tu habitación para vestirte… pero no fue así. Nervioso por las ganas que tenía de seguir observándote, cogí el móvil para hacerte una foto desde mi privilegiada posición…tenía una mensaje de un número desconocido: “¿Quieres reducir distancias? En mi bañera caben dos. La puerta está abierta…sé que sabes cuál es”.

 

Se me heló la sangre pero volví a entrar en calor en cuanto levanté la vista y en la ventana estabas tú, desnuda mirándome fijamente… retándome. Esa tarde pude comprobar como se ve mi habitación desde enfrente.


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