Fantasmas en el Cuartel.

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Hermoso Cuartel, con todas las comodidades que el anterior dueño, que se había sacado la Lotería, pudo instalar. Un dormitorio para cada funcionario soltero, además de ser vecinos de gente acomodada. Han pasado varias décadas y aún se comentan los extraños hechos de una Comisaría de Investigaciones de una pequeña ciudad sureña.


El entonces novato detective José Carrados, se había presentado ante su nuevo Jefe, quien, después de darle la mano con un seco “Bienvenido, colega”, guardó silencio mientras examinaba la Hoja de Vida del joven. Lo invitó a tomar desayuno al pequeño y bien pertrechado casino, donde conversaban los funcionarios como bandada de loros; uno de ellos, tal vez el más deslenguado, miró a Carrados y quiso hacerse el chistoso al verlo tan callado.
—Eh, colega Carrados, ¿Vienes directo de Santiago o… de la montaña?
Risa general, pero el joven detective se quedó impasible; las risotadas poco a poco decrecieron; los miró apaciblemente.
—Soy de Santiago. —Su voz tranquila, casi sin inflexiones, les hizo comprender que era un tipo al que no iban a amedrentar y de algún modo se sintieron molestos; silencio por varios minutos.
—¡Uuuh, qué discurso! —De nuevo Belucci, un muchacho de su edad aproximada-. Este tío habla tanto que no deja decir nada.
Unas risitas aisladas y terminaron por callar todos; el Comisario lo miró, movió la cabeza.
—Señor Carrados, ahora le doy la bienvenida oficial delante de nuestros colegas. Usted ocupará el dormitorio del balcón donde se iza la bandera.
Nuevas risitas y miradas de complicidad, el detective Carrados no se molestó y continuó atento a su nuevo Jefe.
—Según mis “valientes” funcionarios nadie quiere ocupar ese dormitorio porque en la noche andan penando, es decir … hay fantasmas.
Lo último lo dijo con sorna, dejando un aire de incomodidad entre sus subalternos.
—Señor —el más antiguo se atrevió a replicar, — no hay explicaciones fundadas a los gritos y ruidos que se escuchan en la medianoche. Nos preguntamos entre nosotros por qué el millonario vendió a la Policía de Investigaciones esta preciosa casa mucho más barata que su valor real. ¿No cree que haya algo extraño aquí?
—Mire colega —la voz del Jefe sonaba irónica, — los cuentos de viejas no deberían hacer mella en los policías que no le temen a nada.
Durante la jornada trataron de molestar a Carrados con las historias de fantasmas y apariciones terroríficas en el cuartel, pero no pudieron siquiera sacar una mueca a la cara de piedra del novel detective.


Esa noche arreciaron las burlas cuando se retiraron a descansar, Carrados se tapó y comenzó a dormir como un bendito. Un sonido extraño lo despertó, se levantó y caminó sigilosamente hacia la puerta, mientras lo hacía escuchó claramente la voz de una mujer que gritaba aterrorizada.
—¡No, no, nooo!
El desgarrador grito dentro del dormitorio hizo que acudieran los otros funcionarios solteros; la voz se fue apagando con un eco quejumbroso. Si pensaron encontrar a un Carrados temblando de miedo, se equivocaron, pues sólo lo vieron abriendo los roperos, puerta tras puerta, en busca de una explicación racional.
El silencio volvió al lugar; los colegas se retiraron haciendo comentarios sobre la frialdad del “muchacho nuevo”. Ya no hubo más ruido.


Durante el día se efectuaron las labores propias de la policía, pero Carrados estaba más callado que nunca. Lo vieron examinar el cuartel en cada rincón; preguntó a sus compañeros por la casa trasera, vecina a la Comisaría hecha sobre un pequeño cerro. Caprichos de gente rica, le dijeron; al observarlo, vieron que sus ojos brillaban, mientras se tomaba la barbilla en un gesto muy particular.


Esa noche se aprontaron para reírse del joven Carrados, quien con un seco “Buenas noches”, se retiró a dormir. De nuevo los gritos de mujer y todos corrieron al cuarto del detective, quien los esperaba con su rostro pétreo, pero sus ojos brillaban diferentes, como si riera.
Con un dedo en los labios pidió silencio y abrió la puerta frente a la suya. Un dormitorio que nadie ocupaba, seguidamente de golpe abrió la gran ventana, señaló con su mano la casa vecina y la brisa nocturna de esa hora trajo claramente el misterio de años.
—¡No, no, nooooo! —Luego casi en un susurro — Por favor, mi amor me vuelves loca…
Hizo una teatral reverencia, diciendo: "Simple ley física aplicada”, se retiró sin una mueca en su cara. Los “ratis” se sintieron avergonzados y no podían despegar la mirada de la casa vecina del cerrito.
Con esta anécdota, el Inspector José Carrados inició su fama, gracias a los fantasmas del cuartel.


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