Rompiendo el silencio

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Dos años viviendo con tu pareja bajo un mismo techo, refugiados en nuestro orgullo y sin hablarnos por un conflicto no resuelto, duele. Duele hasta el punto de no querer seguir así. “Tras una ruptura se oculta siempre un comienzo”, fueron las palabras de una amiga que me hicieron tener esperanza.

Después de dos años sin relaciones y en silencio, le propuse regalarnos una noche especial, lejos del griterío infantil, peleas y atenciones con los que convivimos cada día. Me atreví a romper mi informalidad con un conjunto interior sexy y un vestido rojo a juego con mis curvas, comprado expresamente para la ocasión. Agujas en los pies y recogido en la coronilla fueron los complementos que me iban a permitir robar su atención. Necesitaba romper sus esquemas mentales.

Mientras terminaba de dar color a mi rostro, él dio por concluida su receta estrella. La mesa ya estaba puesta bajo la tenue luz de las velas; un exquisito olor se entremezclaba con una dulce melodía que allanaba el camino hacia la conquista y seducción.

Aún recuerdo el momento en que entré en el salón y sus ojos me escanearon de arriba abajo, lo que provocó un cosquilleo en mi interior.

Acabada la cena, donde el ingrediente principal fue el comienzo de una agradable conversación, se levantó, cogió mi mano y me sacó a bailar. No quería ser víctima de la torpeza después de unos veinte años, quizás el vals de nuestra boda fue lo último que bailamos, así que simplemente, me dejé llevar. Puse mis manos sobre sus hombros mientras él llevaba las suyas a mi cintura cortando así el paso del aire que nos separaba. Seguí el movimiento de un péndulo en su mirada al compás de los latidos de mi corazón. Aquellos brazos fuertes y cuidados por el deporte, me arropaban con firmeza a la vez que aproximaba mi boca a su mejilla colmándole de sutiles y pequeñas delicias. Humedecí ligeramente sus labios con mi lengua, espejo de lo que él hacía. Poco a poco nuestras lenguas fueron tomando terreno mientras revoloteaban como mariposas bailando al son de la música. No sé el tiempo que duró aquel beso y los que vinieron detrás, el reloj se había parado. Mi alma parecía viajar en una nube de la que no quería bajar.

Como ejecutivo a merced del estrés y las continuas prisas, sus manos volaban de un lado a otro en el deseo de quitarme la ropa, pero rápido frené sus intenciones. No quería volver a la rutina de mujer complaciente donde todo se acaba sin haber empezado. Necesitaba desmontarle todos sus engranajes.

Mientras una de mis manos jugueteaba con el bello de su pecho, la otra se hacía paso desabrochando lentamente cada uno de los botones de su camisa. Me di la vuelta e incliné ligeramente la cabeza para que pudiera agasajar mi cuello. Sentí un intenso escalofrió al escuchar el desliz de la cremallera dejando la ventana de mi espalda abierta de par en par. Cada vertebra recibía una dulce recompensa de su boca, desde la cintura, sus sedosas manos, en un sprint por coronar la cumbre de mis hombros, fueron retirando el vestido para relajarse finalmente en el valle que separaba mis pechos.

Me di la vuelta para poder observar su cara iluminada por el deseo. Nuevamente tuve que detener su apresurado intento por quitarme el sostén. Un mundo, donde las prisas han robado el tiempo a la conquista y seducción. ¡No! No quería ser una más, hoy necesitaba hacerle creer que estaba viviendo un sueño.

Guié sus manos por el borde del sujetador en un intento de llegar al interior de aquella cueva repleta de estímulos, pero enseguida las retiré, como si algo terrible se ocultara en el interior. Comprendió el juego y esta vez pasó sus manos por el filo de las inglés para luego perderlas en las curvas de mi espalda. Notaba como mi respiración se aceleraba, esa sensación de querer llegar a lo más íntimo pero a la vez retrasarlo me excitaba aún más.

De repente me alzó en brazos y me llevó al dormitorio. La chispa de la pasión se había vuelto a encender. La temperatura de la habitación se elevaba por momentos. Aliviamos nuestros cuerpos de la poca ropa que nos quedaba y como dos recién nacidos nos entregamos el uno al otro en el deseo de ser uno solo.

En el remanso de la tranquilidad, aproximo su boca y entre susurros puede escuchar la palabra “perdón”. Le miré fijamente y no quise que mis ojos hablaran, sino que fuera mi boca quién le dijera que yo también sentía todo lo acontecido en estos años. Nuestras lenguas se abrazaron y sentimos en ese momento la ruptura. Con unos pequeños cambios conseguimos romper el silencio que nos había envuelto y distanciado durante tanto tiempo, dando paso así a un nuevo comienzo, el reencuentro.

 


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