Encuentro inesperado (3 de 4)

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Desabotoné sus ajustados jeans, besé su vientre y lentamente bajé la cremallera de su pantalón. Sus tanguitas eran blancas, su ropa interior era exquisita como ella. Le gustaba lucir bella en toda su vestimenta. Ella subió su cadera para ayudarme a ir desnudando sus torneadas piernas. Eran perfectas, largas, como esculpidas por un artista del renacimiento. Finalmente, la última parte del pantalón salió por sus pies y aproveché para besarlos, para chupar sus dedos, para oler el aroma de jabón con el que había empezado a conocer su cuerpo.

Acaricié sus tobillos, pantorrillas y rodillas. Toqué sus muslos, los disfruté, los besé poco a poco hasta que llegué a su entrepierna. El olor a sexo era muy fuerte, su tanguita estaba muy húmeda. Mi nariz se quedó unos segundos rozando con su tanga y disfrutando el perfume natural de hembra que emanaba de Mercedes. Chupé su tanguita, saboreando la tela con sus ricos fluidos. Quería romper su tanguita, pero me controlé y se las quité con delicadeza. Abrí sus labios vaginales con suavidad y mi lengua buscó su clítoris como un imán busca el polo opuesto de otro imán. Era delicioso, quería chupar y chupar hasta hacerla acabar en mi boca. Traté de controlar mi instinto animal y mi legua se movió con cuidado, tratando de identificar cuales movimientos eran los que más placer le daban al espectáculo de mujer que me estaba dejando entrar en su intimidad. Por un buen rato, mi lengua jugó con su clítoris haciendo movimiento circulares con la punta, chupando, lamiendo. Escuché sus gemidos con atención para aprender todo aquello que le daba gozo. Luego mi dedo medio se unió a la fiesta y comencé a descubrir su cálido y húmedo sexo. Hacía pequeños movimientos buscando mayor excitación, mayor apertura. Después eran dos dedos los que estaban dentro de ella. Mi legua siguió dándole placer a su hinchado clítoris. Lo chupé, lo succioné, su clítoris era una verdadera delicia.

Mis dedos se movían con soltura dentro de Mercedes, estaba mojada, excitada. Sus ojos se abrieron y con la mirada me pidió que mi miembro terminara de liberarse. Colocó su mano sobre mi pantalón y lo acarició, lo apretó. Ella quería conocerlo, invitarlo a la fiesta y bailar con él. Me quité los pantalones, la camisa y el bóxer. Mi polla estaba totalmente rígida, totalmente erecta. Estaba depilada y eso la hacía lucir grande, gruesa.

Ella me pidió que la besara en la boca. No solo quería sexo, al igual que yo también quería caricias, mimos. Mientras la besaba, la iba penetrando poco a poco. Primero entró la punta de mi pene, que jugó un rato en la puerta de su bello y depilado coño. Rozaba los labios de su vagina. Ambos se disfrutaban, se presentaba. Era la primera vez que se conocían. A Mercedes le gustaba este juego. Trataba a su sexo como su muñeca mimada. Como si esa muñeca tuviera vida propia.. Quería que yo entrara en ese juego, invitaba a que mi salvaje amigo conquistara a su bella princesa como yo lo estaba haciendo con Mercedes. Con mi mano lo moví en forma circula, jugábamos como si nuestro sexos fueran los que hablaban y no nosotros. Ella quería atraparlo completamente, quería envolverlo en su irresistible y húmedo castillo. Mi amigo no se pudo resistir a tan encantadora tentación e inició sus movimientos de cadera. Combinó diferentes penetraciones con movimientos circulares, entraba y salía. Hacía todo lo que era necesario para conquistar a Mercedes y a su exquisita conchita.

Besé la boca de Mercedes otra vez. La miré a los ojos y sentí complicidad entre nosotros. Nuestra comunicación no necesitaba palabras, estábamos en ese momento muy conectados. Cuando sentí que mi miembro se movía con comodidad dentro de Mercedes, subí sus piernas sobre mis hombros, parado sobre mis rodillas en el sofá. Mis manos tomaron las caderas de Mercedes con firmeza y comencé a entrar y salir con más profundidad, más completo. Por un buen rato disfrutábamos está posición mientras variaba la velocidad y la forma de mis movimientos.

Después de un tiempo, coloqué sus pies sobre mi pecho. Sus rodillas, flexionadas, estaban más cerca de su rostro. Nos tomamos por los brazos teniendo cada mano en el antebrazo del otro e iniciamos nuestros movimientos de caderas, esta vez jalando un poco nuestros brazos cuando queríamos profundizar la penetración. Cuando sus bellos pies presionaban mi pecho, sentía como mi miembro llegaba a lo más profundo de Mercedes. Escuchaba sus gemidos de placer. Mi cadera se movía hacia adelante presionando sus muslos, hacia los lados y se relajaba hacia atrás para repetir todo otra vez. Bailábamos juntos en armonía, movimos nuestras caderas un rato más hasta que me pidió relajar un poco sus rodillas. Coloqué cada una de sus piernas a un lado y acaricié su clítoris con mi pulgar. Lo movía con suavidad.

Mercedes me pidió llevar el control, quería cabalgar sobre mi verga, quería comandar los movimientos. Me recosté sobre el sofá y ella tomó mi miembro con seguridad para que no perdiera firmeza. Me acarició los testículos, los masajeaba. Apoyó cada rodilla a mi lado y con mi verga en la mano, se la introdujo poco a poco en su caliente coño. Cuando la sintió completamente atrapada, se recogió el cabello haciendo una coleta con sus manos y comenzó sus movimientos de cadera. Su bello rostro me sonrió de placer. Hacía movimientos circulares y cada uno lo terminaba con una penetración más profunda. Estaba en su territorio, sabía lo que tenía que hacer para darse placer y dar placer. Con sus manos tocaba su sexo, lo olía. Se tocaba los senos, los apretaba y me mostraba sus preciosos pechos para que los acariciara. Cada vez sus movimientos eran mucho más rápidos y fuertes. Necesitaba concentrarme para no correrme. Mercedes se movía como una potra, estaba entregada, se lo estaba gozando. Ahora era una diosa salvaje, lo sacaba y lo metía con fuerza, su muñeca mimada se estaba devorando a mi mejor amigo con posesión, con la seguridad de que esa polla le pertenecía, con la seguridad de que era su única dueña. Lo quería todo. Colocó sus manos sobre mí para apoyarse mejor. Yo con mis manos acariciaba y apretaba sus nalgas. Se las abrí un poco para ganar penetración. Tenía unas nalgas divinas. Mercedes entraba y salía cada vez más duro, ya no podía más y sus gemidos de placer eran más fuertes: “si, si, si, ah, ah, ah, ah Luis…”.

Chorros de néctares inundaron su vagina y mi miembro. Estábamos empapados.

Se recostó sobre mi para relajarse. Me besaba con dulzura. Me acariciaba con sus manos. Yo no había querido acabar todavía, había podido controlarme y quería más. Mi dura polla seguía dentro de su coño. Disfrutábamos lo rico que había estado todo hasta el momento.


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