Un Asalto de Locura.

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La alegre conversación de la joven señora con don Eduardo, el cerrajero, quien ya había terminado de hacer el trabajo, versaba acerca de lo bueno y tranquilo que era el barrio.
Nunca debe hablarse con tanta seguridad, pues la situación cambió drásticamente. Un desconocido de unos 35 años, con los ojos verdes desorbitados, encaró a la pobre señora y, extendiendo la mano, le dijo:
- Quiero plata … _sus verdes ojos abiertos por la locura estaban fijos en ella, que horrorizada se apretaba contra la esquina del muro y el mesón del taller.
Don Eduardo, hombre simpático, alegre y bondadoso, tenía su carácter, ¡Pero qué carácter ¡ De Doctor David Banner, se transformaba rápidamente en Hulk, … claro, sin los músculos de éste. El vejete sacó del mesón una herramienta filuda, según él para espantar a los perros, pero muchos sospechaban que esa punta filosa como aguja, tenía otro destino.
A través de sus anteojos, sus ojos café oscuro, se abrieron desmesurados y, junto con clavarlos en las pupilas del asaltante, también clavó ligeramente la garganta del desconocido. Era un espectáculo digno de verse, ambos con la mirada de orates; el desconocido apartaba con suavidad la varilla filuda de su gaznate.
_ Perdone, señor, sólo estoy pidiendo dinero para remedios. Vengo saliendo del hospital siquiátrico …
_ ¿Quéee tomai, desgraaaaciado? _ la voz del anciano se había vuelto ronca, arrastrada y cavernosa.
_ Pues, varios y … y … usted ¿Qué medicamentos toma?
_ Yo tomo Diazepan, infeliz _de nuevo clavó la piel de la garganta del loco.
_ ¿Y para qué toma eso?
_ Ñaj, ñaj ñaj, ñaj _una risa extraña emitió el cerrajero, _porque me dan ataques de viooooleeenciaaa, desgraaaaciaaaado y me gusta ver correeer saaángre.
Haciendo a un lado con mucho cuidado la gran aguja que ya le había hecho tres pinchazos en su cuello, el desconocido de los grandes ojos verdes se alejó un poco.
_ Aaah, comprendo. Cálmese caballero, ya me voy.
_ ¡Nop!
_ Ya me voy, señor, usted está muy mal.
_ ¡Te digo que no, desgraaaaciaaaado! Porque ¡Quieeerooo saaaángreeee!
El loco de los ojos verdes retrocedió sabiendo que don Eduardo no podía saltar por sobre el mesón lleno de máquinas y herramientas. Se alejó, sin perder de vista al desquiciado viejo. Finalmente desapareció en la reja, siempre mirando con desconfianza hacia el taller.
Don Eduardo tuvo otra transformación y volvió a ser el apacible viejo, pero esta vez reía como loco.
_ Ve mi estimada señora como hay que tratar a estos … Pero, ¿Qué le pasa?
La pobre mujer continuaba apegada en su rincón con cara de terror.
_ ¡Ay, señora, por favor! Yo soy actor aficionado, pertenezco a este grupo artístico _sacó una credencial y se la mostró. Ella con mucho cuidado la examinó y lanzó una risa de alivio.
_ Don Eduardo … Casi me mata de susto … creí que de verdad iba a matar a ese hombre.
Se rieron un poco, ella se despidió y cuando iba a salir a la calle, él cerrajero la llamó. Pensó que se le había quedado un paquete o algo y se detuvo en la puerta metálica.
_ ¡Señora! _ la voz del viejo sonriente sonaba fuerte. _No crea las habladurías que dicen que estoy loco … ¡ Sólo estoy MEDIO LOCO, NO MÁS!
Ella largó una carcajada.
_ Usted y sus bromas, don Eduardo.
A los pocos días asomó tímidamente el loquito de los grandes ojos verdes. Examinó desde una prudente distancia al viejo cerrajero.
_ Señor … ¿Está usted bien ahora?
Don Eduardo, que estaba aburrido por no tener clientes, sacó nuevamente el largo punzón.
_ ¡Nooo! _abrió sus ojos lo que más pudo y con voz de película de terror. _Todavía ¡¡QUIERO SAAAÁNGREEE!!
Bueno, el pobre loquito que nunca había hecho daño a nadie, dio media vuelta y se retiró muy rápido para ponerse a salvo de … las pesadas bromas de don Eduardo.


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