Un viaje de negocios con lo peor de la oficina.

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—Hablemos. —Propuso con poco entusiasmo.

—¿Por qué tenemos que hablar? —suspiré mientras cruzaba los brazos y me acomodaba en aquel ancho sillón individual—. ¿Es qué acaso no podemos estar aquí callados? Tú no me caes bien y los dos sabemos que es recíproco. Así que nada, a trabajar y punto.

—¿Y qué se supone que hacemos en los ratos libres e incómodos cómo este?

—Tú puedes hacer lo que quieras… yo voy a pasar de ti, a ver si así cierras la boca.

Bien, tres horas de camino y dos en el mismo hotel y aún no nos habíamos tirado trastos a la cabeza. Mi relación con Nicolás era siempre así, desde que entró por las puertas de la oficina, algo se interpuso entre nosotros para no dejarnos llevarnos bien nunca más. Y es que nuestras personalidades eran tan opuestas… Nicolás es el típico tío de buen ver que volvería loca a cualquier mujer con su mirada penetrante y sonrisa encantadora. De éstos que se dedican a pasearse por la oficina vestido de traje seduciendo a las féminas que caen empicadas a sus pies y realizan la mayor parte de su trabajo.

Alguna que otra vez, Nicolás me había dicho claramente mientras tomábamos café, que era un reto para él conseguir que un día echáramos un buen polvo con el que, seguramente, se me esfumaría todo el mal humor que me acompañaba cada mañana en la oficina al verle. Aquellos  días eran los que me controlaba para no escupirle el café por educación o no tirarle la taza de café a la cabeza porque me hubiera costado el despido.

Ahora estábamos alojados en un lujoso pero pequeño hotel en habitaciones contiguas. Por desgracia, la empresa con la que nos reuniríamos dos días después, necesitaba un buen diseño publicitario para una de las marcas de ropa más reconocidas del país. Nos pasaríamos los días metidos en una de las dos habitaciones intentando poner de acuerdo las ideas de nuestro equipo y planeando la presentación de nuestro producto.

—¿Paulina?

—Y dale, que no me llames así —era el único capullo que utilizaba mi nombre completo. Ni mi madre cuando me reñía—. Pauli, sólo Pauli.

—De acuerdo. ¿Quieres un poco de whisky, Paulina?

Suspiré y cerré los ojos para concentrarme en no arrancarle la cabeza antes de la presentación, así que sin hacerle demasiado caso, me incorporé y me dirigí al pequeño mini-bar a servirme por mí misma una copa de Jack Daniel's.

—Me gustan las mujeres autoeficientes. —Vaciló mirándome desde el otro sillón que se encontraba pegado al mío.

—A mí los hombres  que hablan sólo cuando tienen que hablar.

Y así, horas, horas, horas y horas de discusiones, rivalidad, trabajo y sobre todo, whisky.

—Dejémoslo un rato Nicolás, me encuentro mareada. —Si quiera habíamos bajado a almorzar, el catering nos había servido la comida en la habitación.

—¿Exceso de trabajo o de whisky?

—Exceso de gilipolleces —sonreí irónicamente y levanté patosamente de la silla—. Me doy una ducha, me pongo algo más cómodo que esto y vuelvo.

Salí de su habitación y entré directa a la mía dispuesta a darme una ducha templada que eliminara de alguna manera el engorro de mi cabeza. Me desnudé rápidamente y eché un vistazo al baño. Bañera jacuzzi esquinera y una amplia ducha con una enorme mampara de cristal. Opté por darme la ducha de pié y rápida, teníamos que seguir trabajando.

En un principio me metí a valiente y puse el agua templada, pero fue rozar mis pies y la valentía se fue por el desagüe. Puse el agua bien caliente y empañé en pocos minutos todos los cristales del baño. Disfruté con los ojos cerrados del agua cayendo por mi cuerpo y masajeé con paciencia el pelo para aplicarme la mascarilla tras haber frotado el cuerpo y el cabello. No había tiempo de mucho más, a la noche me sumergiría tranquilamente en el jacuzzi y conseguiría algo de placer en un simple viaje de negocios.

Abrí la mampara completamente y busqué la toalla que debería estar colgaba a la izquierda de la ducha. No alcanzaba a verla, así que salí empapada formando grandes charcos de agua en el suelo.

—¿Buscas esto?

 


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