Pirín el Feo. (Anécdota policial dramática).

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Como Detective novato, llevaba algunos meses trabajando en Investigaciones y es día estaba de guardia con todas las responsabilidades que conlleva estar a cargo de todo un cuartel policial.
Con curiosidad vi como mis colegas traían esposado por la espalda a un joven de aspecto pobre y me lo entregaron para ingresarlo  en el Libro de Detenidos. El nombre no lo recuerdo, pero el flaco muchacho de unos 21 años, igual que mi edad, dijo que su apodo era “Pirín el Feo”; claro,  no era una belleza masculina, pero exageraban con lo de “Feo”.
Mientras estaba ocupado en mis labores de guardia, atendiendo al público, el teléfono y los libros, los “ratis” me avisaron que iban a sacar del calabozo a Pirín para interrogarlo. Seguí atendiendo a la gente que acudía con los problemas propios de la justicia hasta que decidí cerrar la puerta principal para comer un refrigerio  y tuve la mala suerte de pasar por la sala de interrogaciones.
Uno de mis compañeros jóvenes le dijo al Jefe que había visto que yo no interrogaba nunca. Mi superior jerárquico me ordenó que me quedara con ellos y que procediera a “preguntar científicamente” (¡Ja!) al pobre joven.
—Perdón, señor, —mire a los ojos al Comisario— creo que ninguno de nosotros resistirá una golpiza  sin que a todo le digamos SÍ. Es pérdida de tiempo golpear a un pobre muchacho acusado de robar cuatro gallinas, va a confesar cualquier cosa.
—Hágalo, de lo contrario lo sanciono —fue la orden perentoria del Jefe.
Con evidente rabia me saqué la chaqueta, quedando con mi camisa blanca y corbata, además de mi revólver Colt .38 a la vista. Me subí al enorme mesón donde estaba Pirín el Feo, desnudo, amarrado y con los ojos vendados. De pié sobre  el muchacho, con dolor de mi corazón, miré desafiante a mis colegas y procedí a abofetear al indefenso detenido.
—¡ Me vas a decir inmediatamente quién mató a  John Kennedy! —le grité antes de golpearlo.
—¡¡¡Yo, yo fui, jefe!!! – fue su desesperada respuesta.

Miré a mis colegas con mis manos abiertas en un gesto que todo lo decía:  expresaba rabia con una muda interrogación y respuesta a la vez.
— ¡¡¡Con qué lo mataste!!!
— ¡Con un cuchillo, jefe! ¡Vamos a buscarlo!
Moví mi cabeza negativamente y me bajé del mueble con un furioso “ Permiso, voy a atender la guardia”.  El Comisario, silencioso, asintió y se quedaron con el “peligroso” delincuente.
Posteriormente supe que  había vuelto al calabozo. Hacía un frío terrible, al auxiliar, un púber al que le pagábamos nosotros su sueldo,  le dije que me trajera al “bandido”. Se negó y le pedí que llevara carbón mineral a la estufa, pues ya era hora que él se fuera ese anochecer; quedaba yo solo hasta el día siguiente a cargo de todo el cuartel.
Pueden sonreír irónicamente “ ¡Qué buena persona, señor Detective”, yo replico que di golpes a todo delincuente que me atacó. Son historias para otra ocasión, donde enseñé a otros novatos la antigua madre de las artes marciales, el Jiut Jitsu, que mi padre a su vez me había enseñado cuando era atacado por los cobardes mucho mayores que yo. Tenía 11 años de edad cuando sorprendí a los abusivos que pretendían golpear  a un débil adolescente; derribaba fuera de combate a tontorrones de 18 años que estaban en mi curso en esa época.

Saqué del calabozo al pobre Pirín y lo dejé esposado de una mano en un enorme y pesado sillón con la orden de echar carbón a la estufa, mientras yo escribía los informes judiciales que me correspondían y que debían ser entregados al día siguiente.
Lo curioso de toda esta historia ocurrió al día siguiente. El muchacho me miró agradecido cuando le sacaba las esposas para encerrarlo nuevamente en el calabozo y entregar la guardia al funcionario que se recibiría de la misma.
—Jefe, escúcheme —la voz temblona del detenido me hizo prestarle atención—.  Quiero confesar que efectivamente yo robé las cuatro gallinas.
—Ay, compadre —en mi mente se hizo un embrollo, si debía pasarlo por ladrón o callarme.
El problema es que había estudiado el Hurto Famélico, es decir hurtar por hambre y la justicia chilena debe dejar libre al autor de un hecho que aquí NO CONSTITUYE DELITO.
—Pirín, … ¡cállate la boca ni hables más de este asunto! Serás dejado libre.

Mi Jefe, un hombre inteligente, me dejó desde entonces sólo para interrogar, oralmente se entiende, con “guante blanco” a personajes que bien pudieron haber fregado a mi Institución si les hubieran constatado lesiones productos de brutales golpizas

Este episodio de mi vida policial no terminó ahí.  Tenía unos 50 años, ya retirado de la policía cuando me encontré en el centro de la ciudad  con el “terrible” ladrón; con timidez, Pirín el Feo se instaló frente a mí con una sonrisa y su cabello encanecido prematuramente..
—Jefe, no he vuelto a robar … ahora trabajo. Gracias por la oportunidad que me dio..., que el Señor lo bendiga.
Con lágrimas en los ojos el hombre se fue y nunca más supe de él. Hoy, ya anciano, recuerdo con emoción y satisfacción aquel lejano día.


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