Con las manos en las bragas.

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Mike Cloud siempre había sido mi punto débil. Ni que decir tiene que nunca había comentado nada a nadie y mucho menos a él. El novio de una amiga es intocable; así que el novio de una hermana es algo superiormente intangible.

Aquel miércoles Sarah me había llamado muy emocionada concertando una cena para esa misma noche en casa, tenía algo que contarnos y no podíamos faltar ninguno. No puse objeción alguna, el jueves era mi día libre en la cafetería y no me importaba si esa pequeña celebración se alargaba un poco más de la cuenta.

La mesa estaba compuesta por mi padre en el extremo izquierdo, Sarah y Mike a su derecha y mi hermana menor Megan. En el otro lado de la mesa estábamos el hueco vacío de mi madre —que se pasó toda la cena arrimando comida en exageradas cantidades— y yo.

Tras charlar de cosas sin importancia durante toda la cena, Mike, tan correcto como siempre, sacó una carísima botella de Pernod-Ricard y se levantó amablemente a por las copas para poder brindar por la buena noticia.

—Nos casamos—. Dijo con su común sonrisa impoluta y la copa en alto y tras ello, besó a mi hermana.

Que me pusiera como un tren aquel tío no quitó que me alegrara por ellos. Mi atracción por él llevaba despierta muchos años y había aprendido de sobra a controlarla. A menos que se ciñera demasiado a mi cuerpo cuando lo felicitaba por su compromiso o me besara casi en la comisura de la boca como pasó aquel día.

Me removí en la silla durante toda la noche sintiendo el frescor de su aliento en mi comisura, cómo una adolescente que no quiere lavar el trozo de piel que ha tocado su cantante favorito en el último concierto. Que me tomara varias copas de ese buen champán como la que bebe Champín sin alcohol del Mercadona, no ayudó mucho a aminorar mi excitación.

—Cariño, voy a tomar el aire y quizá a fumar un cigarrillo—. Oí decir a Mike casi en el oído de mi hermana. Ésta sólo asintió, sonrió y siguió charlando animadamente con nosotros sobre los preparativos de la boda.

Unos minutos después de la ausencia de Mike, me di cuenta de que estaba mejor alejada de él. Me encontraba bastante mareada y las burbujas del Pernod-Ricard bailaban en mi cabeza burlándose de mí.

Me levanté sigilosamente y me dirigí al baño. No necesité excusarme ante nadie ya que todos participaban fascinados en la conversación. Entré a mi habitación y reposé unos segundos tras la puerta; el haberme levantado de súbito había incrementado mi mareo. Escuché un leve sonido tras la puerta de mi baño y sin pensar mucho más, anduve hasta él con cautela.

La puerta entreabierta me dejó la imagen más caliente que había visto nunca. Mike se encontraba de pié, apoyado levemente en el lavabo, con la mano izquierda masajeando muy despacio en su pene y la derecha en su cara con mis bragas negras de encaje de la noche anterior. Me quedé totalmente en silencio observando cómo olía con esmero la entrepierna y su miembro se hinchaba aún más.

Era perfecto. Todo en él era perfecto. La corbata levemente torcida, el pantalón con la cremallera desabrochada y su falo oscuro, grande y venoso asomado.

No me atreví a decir nada. Contuve la respiración y sin poder evitarlo, levanté un poco el vestido y aparté mis bragas.
«Lastima que no esté oliendo éstas» Pensé.

No me sorprendí al encontrar mi vagina demasiado lubricada y el clítoris hinchado. Aquello era más de lo que podía imaginar. Si quiera hizo falta estar presente ante él para notar cómo le excitaba. Su boca se entreabría jadeando levemente mientras sacudía, ahora ya, su polla enérgicamente e inhalaba mi olor como el mejor de los manjares.

Estaba a punto, el orgasmo llegaría a mí en pocos segundos si no me controlaba, pero no podía parar. Mis manos no respondían a ninguna orden y sin más, me estremecí hasta el punto de fallarme las piernas y caer de rodillas al suelo. Lo miré de nuevo desde mi nueva perspectiva mientras me corría y pensaba en las ganas que tenía de entrar y seguir arrodillada ante él. Uno de los orgasmos que mejor me habían sabido y aún así, me había quedado deseosa de más. Mucho más.

Mike echó la cabeza atrás, bajó las bragas sin dejar de pajearse y la colocó ante su pene bañándola con su leche mientras gemía y las miraba con deseo.

Apartó la mayor cantidad posible con un papel, las devolvió al cesto de la ropa sucia, se lavó las manos y recolocó su compostura.

Intenté moverme rápidamente y salir de allí, pero la torpeza del champán no me lo permitió. Mi cuñado abrió la puerta y me encontró con el vestido subido en un patético intento de levantarme del suelo.

Y sé que os encantaría leer que me atrapó entre sus brazos y me encerró en el baño a empotrarme contra el lavabo, pero no. No cruzamos una sola palabra. Él salió primero con los ojos de par en par hacia la terraza y yo salí después de recomponerme a sentarme en la mesa donde apenas habían notado mi ausencia.

Y la cena siguió tal cual sin dirigirnos ni una sola mirada. Después de todo, era el prometido de mi hermana.


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