La Muerte se Escribe con X. (Capítulo 4/5).

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El Ingenio Vence a la Destreza.
Cansados de leer decenas de declaraciones, un par de horas después regresaron al piso de la oficina del Comisario Calderón.
En la antesala, había una funcionaria administrativa que escribía en su ordenador. Los ojos inquisidores de los investigadores se detuvieron en una mujer morena que estaba sentada con sus piernas entre abiertas junto a la puerta del Jefe.
Claro, mostraba un avanzado estado de embarazo y se abanicaba con una revista. Apenas se dignó a mirarlos y se arrellanó en la silla que daba la impresión de quebrar sus patas ante el enorme peso de la futura madre.
A través del vidrio vieron al Comisario Jefe leyendo la prensa. Él los vio y se puso de pie para acudir gentilmente a atender a sus subalternos; su bien acendrada autoridad no se desmoronaba con  ser un caballero educado y alegre.
—Hola, muchachos, los esperaba para …
La voz chirriante, muy desagradable, de la mujer de la  enorme panza, lo interrumpió.
—¡ Oiga iñor, ¿Hasta cuándo me va a tener aquí?!
La expresión muy chilena de una mujer de escasa educación detuvo al Comisario y la miró fijamente ante la expectación de sus dos funcionarios.
—Señora … —su voz vacilante, tal vez fue por la sorpresa, se compuso y, mirando a los sabuesos, continuó:  —, le presento al Inspector Carrados y al Detective González.
La mujer tomó su barriga y dio unos pasos caminando parecido a un pato. Los investigadores observaron su pelo negro mal peinado de aspecto desaseado y la actitud desafiante con sus manos en la cintura. El Jefe observó a los jóvenes y quedó admirado al ver como Carrados tenía los ojos brillantes y parecía sonreír; no así González que había tomado una breve actitud defensiva que  resultó divertida.
Con la voz sin inflexiones Carrados le extendió la mano para estrechar la diestra de la desaliñada mujer.
—Hola colega, cómo está.
El joven Detective González dio un pequeño brinco. “¡Qué diablos pasa aquí”, decía su rostro.
—No, no, su superior no se ha vuelto loco. —Señaló el señor Calderón y estalló en una carcajada— No les dije que ella es una maestra en el arte de disfrazarse.
El pobre González, tapándose la boca con una mano, miraba a la poco atractiva señora. Después observó a sus colegas, el Comisario estaba riendo abiertamente y el Inspector  siempre con su fisonomía impertérrita.
La dulce voz  de la aparentemente sucia señora, se dirigió al asombrado joven.
—Hola González… veo que no me reconoces.
El ayudante trató de recomponer su actitud, pues había reconocido a la Detective Mackay sólo por su hermosa voz y, sonriendo, le extendió la mano.
—¡Colega, la felicito … no puedo negar que me engañó completamente!
Entraron a la oficina en medio de risas y comenzaron a trazar un plan para solucionar tan terrible problema criminal.
(Finalizará).
Un desagradable Desenlace.

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