Diario de viaje II (Torquay)

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La primera respuesta me llegó del sur de Inglaterra, y la acepté. A la semana recogí todas mis cosas y cogí un bus que me alejó siete horas de Londres. Se trataba de trabajar a cambio de cama durante un mes en un pequeño hostal. Pensaba que sería un pequeño pueblo de costa, sin turistas. Lo sentía como bohemio y rodeado de naturaleza. Pero en realidad Torquay es el Ibiza de Inglaterra y fueron siete horas de bus por las paradas. Llegué un poco antes del atardecer, con el cielo despejado y un sol precioso. Las primeras sensaciones fueron buenas. Mucha gente me sonrío por la calle incluso al verme con las maletas me hicieron algún comentario, pero por aquel entonces aún no podía entenderles. Torquay es un pueblo mediano, con unas cuestas preciosas y muy verde. Puedes pasear por la playa, puedes pasear por los acantilados verdes o sumergirte en la naturaleza encontrando algún resquicio del pasado. La mayor parte del pueblo es residencial, y como todos, tiene su paseo lleno de tiendas (Primark, Poundland, Island, charities, Nero, Costa…) que llega hasta el puerto.

Cuando llegué mi compañera de trabajo me mostró nuestra habitación. Me llevó a un pequeño cuarto, el cual tenía una estantería. Miré alrededor y no entendí dónde iba a dormir. Entonces ella me mostró dos huecos en la pared, como dos nichos con cortina. Mi huequito iba a ser el de arriba. Ese fue mi rincón. Jamás he dormido tan bien como allí. Tenía dos colchones, las sabanas siempre eran de colores, tenía una lucecita y espacio para poner mis cosas. Por primera vez en Inglaterra, tenía mi espacio. Y la luz lo hacía encantador. La habitación tendría como unos tres metros cuadrados. Tenía una gran ventana cerrada que daba a la terraza, en la cual puse un pareo naranja de flores.

Mi jefe esa misma tarde me dio una vuelta en coche por el pueblo. No le podía entender casi nada. Y supongo que pensaría “Uff... a quién he contratado…”. 

El hostal tenía dos entradas. Cuando entrabas por la principal te encontrabas con un coche amarillo de una serie que desconozco. Al poner el código se abría la puerta, y podías ir a las habitaciones hacía arriba o bien, ir hacia abajo dónde se encontraba la pequeña recepción, el comedor de mesas grandes de madera, la cocina de muebles azueles y tacitas blancas y negras de té, un baño grande, mi rincón, la pequeña lavandería y la terraza con una mesa de billar cubierta que daba a la segunda entrada.

Me sentía muy cómoda. Cuando me tocaba trabajar iba arriba y abajo con mis llaves enganchadas en mi pantalón. Limpiaba y atendía, me hacía un mapa mental de todo lo que tenía que hacer en cual cabía la relajación también.

Vivíamos como unos diez de lunes a domingo. Siempre aumentaba un poco mas por algunos viajeros que se quedaban de dos días a varias semanas. Los fines de semana el hostal se llenaba. A mí me parecían intrusos, pues de repente había mucha gente en nuestro pequeño saloncito. Éramos una familia de todas las edades y nacionalidades. Todos teníamos un punto especial, el necesario para vivir esa experiencia. Así que allí se podían encontrar todos los roles habidos y por haber.

En aquel hostal hice grandes amistades, que fueron mi gran apoyo y espejo para sonreír. Uno de ellos era la energía en persona. Jamás había conocido a nadie que se prendiese conmigo a cantar, a bailar, a viajar… Me apoyó, me escuchó, me hizo sonreír, me hizo reír y me dio seguridad. Bailábamos, cantábamos, y charlábamos en ambas terrazas, salíamos por ahí a bailar como si fuésemos bailarines profesionales, me enseñó un poco a bailar salsa y visitamos varios pueblos (la sensación de ir en la parte superior de un bus y ver todas las praderas y el mar es maravillosa) además de conocer mejor el nuestro.

N era más pequeño que yo. Las primeras veces que hablé con él no le presté atención por eso. Pero tras una charla con guitarra de por medio se convirtió en uno de mis mejores amigos. Ahora nos separa un gran océano, y quizás no lo vuelva a ver. Pero no lo olvidaré y sería divertido vernos en unos años, en el notaré más el cambio. Tuvimos una gran conexión. De él guardo una fotografía del día que estuvimos haciendo manualidades en la terraza del coche.

J fue mi gran amiga inglesa. Ella era mi confidente, y nos dábamos mucha fuerza para seguir adelante. Es mucho mayor que yo, y me hacia reír con su ingenuidad. Fue la primera que se fue. Y su ausencia la noté desde el primer día.

 

 


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