Masoquista

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 Regodeate un poco, dale, sé que te gusta, a mi también me gusta. O quizá no, quizá solo me cautive ese destello infernal en tu cara, esa euforia, tu adrenalina, los gritos encarnados y puros de placer, como mil orgasmos en cada rincón de tu cuerpo. Vos sabías que me dolía, a vos te gustaba que me doliera, a mi me gustaba que te gustase. Me gusta el dolor. Y ver el dolor reflejado en tus ojos. Ver mis gritos en tus pupilas. Puedo oír un llanto desgarrador, ese estertor, pero veo risas maléficas. El placer de ver la crueldad en el placer mismo, la generosidad ingrata, absurda del placer, dado a un costo muy alto. Después de todo, el dolor y el placer son lo misma cosa, vistos desde diferentes ángulos, como si no existiese el espacio, como una estrella vista desde un punto indeterminado del cosmos. 

 Verte así, es como ver un agujero en el sol, una luz radiante rodeada de una oscura y confusa niebla. Me estremece, me asusta, si, pero me excita a la vez, me hace sudar por cada poro de mi desnuda piel, me hace temblar hasta en los dientes. Son como orgasmos en lugares que no sabías que existían. Un redescubrir. Una droga que te mata tan lentamente, que no te percatás, como un viaje eterno, con la seguridad absurda de que no acaba. Es tan placentero que duele. ¿O tan doloroso que me da placer? No lo sé. No dejes de mirarme, si, así. Tus tacos, firmes entre mis nalgas, finos, duros, fríos. Fuerte, más fuerte, más. No pares. Sos el dios que no existe, o que existe solo para mi, solo hoy, ahora, en este momento, en este lugar. Luego te vas. Me abandonás. Los dioses no te abandonan, pero vos si. Me hacés sufrir. No dejes de hacerlo. Dejame verte. Puedo sentir tu placer en todo mi cuerpo. ¿Podés sentir mi dolor en el tuyo? porque juntos somos uno. Es la extraordinaria fusión de dos almas, dos almas miserables, ¿tal vez? pero no egoístas. Como dos fluidos totalmente diferentes, absolutamente antagónicos, que se repelen, pero que se mezclan de un modo tan brutal, que dejan de serlo. El dolor y el placer. Vos y yo. Nada más. El falo, el espejo, tu mirada torva, el látigo, la sangre, mi sudor, tu voz febril, mis lágrimas, tu vehemencia, la humillación, la culpa, la paradoja. Estoy llegando, se acerca, me acerco, se va, pero lo veo, vuelve, vuelve, llega. Lo siento, lo puedo tocar. El placer invadiendo todo mi cuerpo, que se esparce en todas y cada una de mis células, hasta la punta de mi pelo, erizándome la piel. Un instante, que dura infinitamente, como el tiempo mismo.

 Después de todo, quién puede tener la necedad de decir que sabe lo que es verdaderamente el amor, de creer advertir las formas que puede tomar el amor. Después de todo ¿quién dice que el amor, siempre nos hace bien?


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