Sexo, lujuria y amor prohibido entre dos chicas.

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Carlota y yo somos amigas desde la infancia, ella viene de una familia conservadora, religiosa y moralista, y como es de suponer, sus padres desean que se case con un hombre de altos principios, adinerado, exitoso, y que quiera tener muchos hijos.
A los 14 años de edad, fue enviada a un conservatorio de alto prestigio, según ellos para hacer de la niña una mujer de bien, educada en las artes, culta y de modales refinados.
El día anterior a su partida, lo pasamos escondidas en nuestro refugio, una vieja casa, que antaño fue de los criados de la gran casona, allí solíamos ir a fumar porros, beber cerveza y hablar de chicos.
Estuvimos todo el día acostadas en el deteriorado sillón, lamentando nuestra mala suerte, ella no quería irse, y yo no quería que se fuera, maquinamos el fugarnos, pero ninguna de las dos éramos lo suficientemente valientes para embarcarnos en tan descabellada aventura. Carlota se aferraba a mi con fuerza, abrazada a mi cintura y con la cabeza recostada en mi regazo, yo le acariciaba tiernamente el pelo, en un intento por consolarla, -cuando cumplamos los 18 años, huiremos juntas, donde nuestros padres no puedan manejarnos a su antojo y decidir nuestro futuro-, decía Carlota, mientras me miraba con los ojos llenos de lágrimas y me hacía prometerle que así lo haríamos. De repente sentí un impulso enorme de besarla, el cual no pude reprimir y dejándome llevar por él, la besé en los labios, fue un beso corto, dulce
Y lleno de amor, cuando me separé de ella, me estaba mirando estupefacta y rígida, ante su reacción sólo acerté a decirle con palabras entrecortadas que lo sentía, que no sabía por qué lo había hecho, y dicho esto salí corriendo de allí, dejándola sola y sin darle oportunidad a recriminarme.

Desde entonces no supe más de ella.


Cinco años más tarde, la familia de Carlota organizó una gran fiesta para recibirla, y de paso para anunciar su compromiso con un joven abogado por tradición familiar, heredero de un bufete de gran renombre. Carlota se había convertido en todo lo que sus padres soñaban.

Ellos me invitaron a la fiesta pensando que a su hija le haría ilusión compartir con su mejor amiga el día más feliz de su vida. Puse mil excusas para no ir, pero no aceptaron un no por respuesta. Así que allí me encontraba yo, de pie, con la copa en alto, brindando con los novios por el feliz compromiso.

Esperaba con ansia la oportunidad de poder estar a solas con ella, y averiguar si aún estaba enfadada conmigo por aquello, pero en mi fuero interno deseaba que la gente la siguiera reteniendo, encontrar el momento adecuado para marcharme y dejarlo estar, total, estaba claro que ella ya había hecho su vida y era feliz. Estaba a punto de salir de allí cuando una delicada mano me sujetó por el hombro y escuché su suave voz aterciopelada, -¿te marchas nuevamente sin decirme adiós?- Me di la vuelta despacio y le dediqué una tímida sonrisa, -me alegro de verte- dijo Carlota, -yo también-, contesté.
-Sacame de aquí por favor-, me dijo ella, cosa que me sorprendió muchísimo, pero que a la vez me hizo muy feliz, dimos un paseo por la playa, me contó sobre su vida allí, me habló de lo estricto que era el conservatorio, de los duros castigos y lo difícil que había sido estar lejos de la familia y amigos, también me contó como conoció a Manuel, su prometido, y mientras escuchaba atentamente su narrativa, me preguntaba si había olvidado aquel incidente, o si simplemente para ella no había significado nada, y en cambio yo llevaba cinco años dándole vueltas.
Durante el despreocupado paseo llegamos al bulevar, decidimos tomar una copa, que nos llevó a otra y otra...
Cuando quisimos darnos cuenta estábamos en nuestro refugio entre risas, cantos y con una botella de ron en la mano, nuevamente tuve esa sensación tan deliciosa de querer besarla, ¡Es tan hermosa! pensé. pero esta vez me contuve, no quería romper el encanto de aquel momento, sobre todo no quería perderla nuevamente, sin embargo en esta ocasión, fue ella la que vino a mi y posó sus carnosos labios en los míos, yo la correspondí feliz y ardiente, pronto estábamos arrancándonos las ropas, nos besamos larga y apasionadamente, bajé despacio por su cuello, saboreando la dulzura de su piel, disfrutando del fresco aroma de sus cabellos, acercándome lentamente a sus pechos tersos y blancos como dos montañas de nieve, noté como se le erguían los pezones, se los chupé y mordisquee con dulzura, aumentando poco a poco la succión.
nos tumbamos temblorosas en la cama, jadeantes y excitadas, seguí recorriendo el paisaje de su cuerpo con mi lengua, fascinada de poseer aquella voluptuosa mujer en la que se había convertido mi amiga. Toda ella rezumaba feminidad y belleza por los poros, Lamí deliciosamente su vientre, me acerqué a su precioso conejito, lo besé a su alrededor y le separé los rosados pétalos, dejando al descubierto aquel maravilloso botón erógeno, y con la punta de la lengua lo acaricié, lo chupé y me lo comí como si me fuera la vida en ello, metí dos dedos en sus cavidades húmedas e hinchadas por la excitación y el placer, volví a comerme su sexo entero mientras también la acariciaba con mis dedos dentro de la vagina, hasta que saciada de placer, Carlota gritó mi nombre -¡Evaa! ¡me corro! retorció el cuerpo, dibujando una curvatura en la espalda tan pronunciada que parecía que iba a romperse, y entonces su cálido esperma femenino me bañó la cara y pude sentir la convulsión que recorría su cuerpo, producido por aquel febril y maravilloso orgasmos, yo no cabía en mi de la dicha, volvimos a besarnos, y ahora era Carlota la que lamía mi cuerpo y me chupaba
Los senos con fervor, estrujó mis senos con sus suaves manos, mientras bajaba por mi vientre con su lengua húmeda en busca de mi sexo, me comió, me frotó y me mordisqueó con tanta sensualidad y frenesí, que hizo que me llegara un alucinante espasmo de placer y sentí como una cascada tibia caía por mi vientre y empapaba mi coñito, ¡ohh cielos! grité y Jadee, disfrutando del orgasmo.

Estuvimos un largo rato abrazadas. Sin pronunciar palabra aún, nuestros cuerpos cedieron nuevamente a la lujuria y los deseos de la carne, ambas éramos novatas, pero embriagadas por el amor prohibido, por aquello que nuestras familias considerarían un terrible pecado, nos enzarzamos nuevamente en una deliciosa batalla de caricias reprimidas, aquella noche dimos rienda suelta a nuestros sentimientos, nuestras almas volaron juntas lejos de allí, lejos de los reproches de la gente, lejos de las miradas acusadoras, lejos de su infeliz compromiso, lejos del dolor y la tristeza fuimos una sola carne.
Cuando los finos rayos de sol despuntaban por la ventana, Carlota saltó de la cama, se apresuró a vestirse y con un beso casi fraternal se despidió de mi.
Y ahí me quedé yo, abrazada a la sábana, con una sensación que me desgarraba las entrañas y con la falsa certeza  de que volvería a verla.


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