La tormenta parte 1

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                                                                     Amanece

Amanece, el sol aún no muestra sus rayos y el aire se ha tornado casi irrespirable, cálido y húmedo como uno de los tantos días de mediados de enero. Sobre el horizonte el cielo poco nítido presagia la inminencia de alguna tormenta que seguramente traerá un transitorio alivio corporal no sin antes provocar desastres en la barriada.

Juancito despertó más temprano que nunca, por fin ha llegado el día. Su madre le viene postergando la visita a su papá desde hace bastante tiempo esgrimiendo distintas excusas. Anoche le anunció que irían juntos a visitarlo.

Sus hermanas, cuatro, todas menores que él que acaba de cumplir diez años van a quedar al cuidado de una tía, Nancy, la hermana de Silvana que vive a pocos metros de su casilla acompañada de su concubino y sus seis hijos.

Si bien el día arrancó temprano para Juancito, recién pasado el mediodía emprendió junto a su madre la larga caminata que lo conduciría al tan mentado encuentro.

Las condiciones climáticas obviamente no son las mejores para ponerse a caminar y menos aún a la hora en la que el sol casi no genera sombra, pero ahí van las dos siluetas escuálidas por la vereda norte de la ancha avenida en dirección al este. A poco de comenzar la caminata Juancito comienza a patear una pequeña piedra jugando un partido de futbol imaginario en el cual no para de eludir rivales con gambetas a diestra y siniestra. Silvana, que arrancó a la par de él se encuentra varios metros detrás pensando en Ramón, en los chicos y en la plata que no alcanza. Cada tanto reprende al niño pidiéndole que no se aleje demasiado. El trayecto es bastante largo, no han llegado ni a la mitad y las gotas de sudor ya han invadido sus rostros. Silvana tiene veintiséis años, tez morena, nariz aguileña y es extremadamente delgada. Sus pequeños ojos negros irradian dolor, angustia y hasta un dejo de resentimiento. Juancito, tiene un asombroso parecido con su madre aunque sus ojos aún conservan la mirada inocente de un niño que solo quiere jugar. Desde que papá falta en la casa su vida ha cambiado bastante, si bien falta del hogar quién a menudo lo castigaba sin sentido y hasta lo sometía a terribles golpizas en noches de borrachera, el miedo se adueña de su persona por las noches cuando todo se apaga y queda junto a sus hermanitas y a su madre con la sensación de que ese hombre rudo y agresivo es indispensable en la casa para protegerlos. Ha dejado el colegio, sólo asiste al comedor y luego limpia vidrios de autos por monedas e insultos en una esquina, esquina a la cual justo llega en este momento, posa su pierna derecha sobre su pelota de piedra caliza y espera a su madre que viene retrasada a unos veinte metros para luego cruzar juntos el boulevard, girar a la izquierda y empezar a recorrer el trayecto restante para llegar al encuentro con su padre.

En varias ocasiones Juancito le preguntó a su mamá, donde estaba su padre y por qué no volvía a la casa. En principio Silvana le había mentido diciéndole que había conseguido un trabajo lejos y que volvería pronto cuando lo termine, pero con el correr de los meses y luego de varias charlas con Ramón, fue él quien le dijo que quería verlo para explicarle la situación personalmente.

Las niñas: Berenice, Brenda, Jacqueline y Sandra, de seis, cinco, tres y dos años respectivamente parecen estar ajenas a la situación.

-Uno de estos días te voy a llevar a ver a tu papá, ya no está trabajando, está viviendo en otra casa y te quiere explicar porque está ahí y cuando va a volver- le dijo Silvana en una ocasión.

                                                                   Ramón

Ramón lleva tres meses detenido, tres meses que no son nada en comparación con lo que le queda por delante. Esta última detención por homicidio simple sumada a sus frondosos antecedentes hacen que su estadía en la unidad penitenciaria vaya a ser de no menos de quince años.

Llegó de su Chaco natal junto a uno de sus hermanos hace diez años con la ilusión de una mejor vida. Inmerso en la gran ciudad, encandilado por las luces del progreso y víctima de su ignorancia fue poco el tiempo que demoró en comenzar a transitar los oscuros caminos que lo llevaron a su situación actual.

El día que nos compete, se levantó a las seis de la mañana como lo indican las normas penitenciarias para cumplir con la rutina que le asignan los guardias, recordó que era día de visitas, y que como se lo anticipara Silvana la semana anterior, Juancito iría a verlo. Esta situación le generaba múltiples sensaciones, estaba ansioso, avergonzado y hasta se puso irascible con su compañero de celda.

La mañana se le pasó más rápido de lo habitual, luego del desayuno se dirigió al taller de carpintería en el subsuelo del correccional donde realiza tareas junto a otros internos y sin darse cuenta fueron pasando las horas hasta que llegó la llamada para el almuerzo. Ramón sabía que luego de almorzar llegarían las visitas y el reencuentro con Juancito.

Luego del almuerzo fue conducido a su celda y cerca de las dos de la tarde lo llevaron hasta la sala de visitas.


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